El gran juego del gas ruso

Rusia y la Unión Europea son vecinos geopolíticos. Que la relación sea o no, en realidad, de buena vecindad, en lugar de tensa y controvertida, reviste importancia decisiva para ambos.

A no ser que modernice su economía y su sociedad, Rusia puede olvidarse de su aspiración a la condición de potencia mundial en el siglo XXI y seguirá a la zaga tanto de las antiguas potencias como de las potencias en ascenso. Además, Rusia necesita socios para su modernización, porque su población y su potencial económico son demasiado pequeños para que desempeñe por sí misma un papel importante en el nuevo orden mundial que está surgiendo. Las armas nucleares estratégicas de Rusia serán insuficientes para garantizarle un puesto entre las potencias de primera fila.

Pero, ¿hacia dónde puede volverse Rusia? ¿Hacia el Asia oriental? ¿Hacia el Sur y el mundo islámico? Ninguna de esas opciones es válida. Así las cosas, Rusia solo puede volverse hacia Occidente y hacia Europa en particular.

Sin embargo, para Europa el papel de Rusia reviste una importancia estratégica decisiva. Incluso una revisión parcial del orden pos-soviético en la dirección de un mayor control de los Estados ex soviéticos o satélites cambiaría drásticamente la estrategia y la política de seguridad de la UE.

Las dos partes afirman querer mejorar las relaciones bilaterales, pero hay motivos para dudar si los rusos y los europeos conciben, en realidad, sus relaciones en los mismos términos. Una mirada más allá de la retórica cordial revela diferencias profundas.

Cuando el ex presidente y actual primer ministro de Rusia, Vladímir Putin, declaró hace varios años que el mayor desastre del siglo XX fue la desaparición de la Unión Soviética, no se limitaba a hablar por sí mismo, sino también -tenemos razones para pensarlo- por la mayoría de la minoría política dirigente de Rusia. Sin embargo, una mayoría abrumadora de europeos probablemente consideren la fragmentación de la URSS como un motivo de celebración.

De hecho, la Rusia de hoy aspira -y lo reconoce- a invertir el orden pos-soviético en Europa que surgió después del periodo 1989-1990, al menos en algunas partes de su vecindad, mientras que los europeos y Occidente quieren mantenerlo a toda costa. Mientras Moscú no entienda esas diferencias fundamentales y saque las conclusiones adecuadas de ellas, los europeos no verán una apertura de Rusia a Occidente como una oportunidad, y Rusia siempre chocará con una gran desconfianza en Europa, pero eso no excluye una cooperación práctica y pragmática en numerosos sectores.Actualmente, Rusia ha conservado su fuerza solo como proveedora de energía y otros recursos naturales. Así, pues, no es de extrañar que Putin haya procurado utilizar esa palanca para reconstruir el poder de Rusia y revisar el orden pos-soviético.

Los suministros de gas natural de Rusia a Europa desempeñan un papel decisivo a ese respecto, porque en ese caso, a diferencia del de petróleo, la posición negociadora de Rusia es muy fuerte.

Más importante aún es que sus vecinos directos dependan totalmente del suministro de gas ruso -Ucrania y Belarús- o, como Azerbaiyán y Turkmenistán, del sistema de gasoductos de Rusia para la venta de su producción de gas.

Desde luego, Rusia persigue intereses económicos con su política exportadora de gas -tanto más cuanto que los precios tienden a baja- y quiere ampliar su papel en el mercado europeo del gas para intensificar las dependencias que ahora existen, pero es algo improbable: la interrupción por parte de Rusia del suministro de gas en enero de 2009 reveló a la UE con toda claridad qué precio habría que pagar.

Esa es la razón por la que la “diversificación de los países proveedores de gas” ha sido desde entonces la política de la UE, incluido, en primerísimo lugar, el proyecto de gasoducto Nabucco, que abriría un pasillo meridional entre el mar Caspio, el Asia Central, el Irak septentrional y Europa. Nabucco llegaría a Europa por Turquía y reduciría drásticamente la dependencia de los países proveedores de la zona del Caspio de los gasoductos de Rusia y la dependencia de los nuevos miembros surorientales de la UE del suministro de gas ruso.

Así, pues, no es de extrañar que el Kremlin esté intentando hundir el proyecto Nabucco.

Otras dos novedades prometen impedir una mayor dependencia europea de Rusia: un aumento en gran escala de las importaciones de gas licuado en la UE y la transición, vinculada con él y con la desreglamentación del mercado europeo del gas, de los acuerdos de suministro a largo plazo y con precio fijo del petróleo a unos precios al contado dependientes del mercado.

No obstante, el objetivo primordial de la política rusa del gas no es económico, sino político, a saber, el de contribuir a revisar el orden pos-soviético en Europa, aspiración centrada no tanto en la Unión Europea como en Ucrania.

El nuevo primer ministro de Ucrania, Mykola Azarov, se quedó atónito cuando Putin inesperadamente se dirigió a él durante una conferencia de prensa conjunta con la propuesta de fusionar las compañías de gas rusa y ucraniana. A diferencia del asentimiento del Gobierno de Ucrania a la prórroga del despliegue de la flota rusa del mar Negro en Crimea, que provocó violencia física en el Parlamento de Ucrania, no se trataba de una prolongación del statu quo, sino una petición pública de su revisión.

Con el gasoducto Nord Stream en el Báltico y el gasoducto South Stream, exorbitantemente caro, en el mar Negro, Rusia no solo está intentando crear conexiones directas de gas entre Rusia y la UE para circunvalar a Ucrania y socavar el proyecto Nabucco. El objetivo principal es el de presionar a Ucrania, además de a Azerbaiyán y a Turkmenistán, que quieren suministrar gas a Europa independientemente de Rusia. Una vez conseguidos esos dos objetivos, o si el proyecto Nabucco sigue adelante, el South Steam quedará aparcado, porque carece de sentido económicamente.

En Europa y Estados Unidos, se ha entendido esa amenaza. Ahora es necesario respaldar a quienes en Ucrania ven un futuro europeo para su país, abrir el pasillo meridional mediante el Nabucco y acelerar el desarrollo de un mercado común europeo de la energía. Una política europea decidida mejorará, en lugar de tensar, las relaciones con Rusia, porque dará como resultado una mayor claridad y previsibilidad.

Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue dirigente del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

© Project Syndicate/Instituto de Ciencias Humanas, 2010.

Traducción de Carlos Manzano.

 

Publicado por Project Syndicate-k argitaratua