El rais Bashar el Asad, catapultado a la presidencia de la república tras la muerte de su padre, Hafez, el Bismark del Oriente Medio según Henry Kissinger, acaba de cumplir esta década en el gobierno. Cuando fue proclamado por el parlamento, por el partido Baas -aquel que aspiraba antaño al socialismo, a la unidad árabe y que defendía una tendencia política laica- había suscitado muchas ilusiones reformistas. Fue la época del cambio generacional no sólo en la república siria, sino también en los reinos de Jordania y de Marruecos al acceder a sus tronos, los herederos de los monarcas fallecidos, los reyes Hussein y Mohamed V.
En el régimen sirio -de hecho, con la aquiesciencia internacional- se instituyó una república hereditaria. Mucho se ha especulado que también lo quisieran para sus primogénitos el octogenario rais Mubarak de Egipto y el ya menos turbulento, coronel Gadafi de Libia, que se ha convertido con el fluir del tiempo, en el decano de los jefes de estado árabes, al derrocar en 1967 al rey Idsis
El joven Bachar el Assad, el doctor -que había estudiado oftalmología en Londres donde conoció a la bella Asma, que sería su esposa y que con éxito ejerce de activa primera dama del estado- había prometido cambios en la política interior, desdeñada por su progenitor, volcado a la gran política internacional con la ambición de convertir su país en un poder con el que había que contar en Oriente Medio. Al sucederle en el año 2000, repitió incesantemente que “Siria entraba en la era de la comunicación global”. Telefonía móvil, antenas parabólicas, internet, han sido la mas patente expresión del cambio. Pero sus promesas de apertura -la esperada primavera política de Damasco- no se han cumplido. Y los salones que brotaron con ilusión para liberar la palabra, ejercer la crítica, denunciar el sistema de los mujabarat o servicios secretos del régimen -fueron muy efímeros. Tampoco el partido baas, pese a todas sus declaraciones, se ha reformado. El núcleo del poder sigue siendo la minoría alauí y la poderosa familia del presidente.
Es cierto que en estos años ha habido una evolución en Siria, sobre todo en Damasco, una cierta apertura de costumbres, una modernización de la sociedad, muy patente en el ambiente de algunos barrios damascenos, y especialmente entre la dorada juventud capitalina burguesa. El régimen emprendió la transición de una economía dirigida hacia la llamada ” economía social de mercado”. Pero esta gradual corrección de rumbo no es fácil aplicarla porque ha agravado las diferencias sociales. La apertura económica tan anhelada ha provocado la degradación de los servicios públicos de sanidad, educación, transporte y vivienda, cuyo precio, por cierto, esta por las nubes. Damasco ha quedado rodeada de una periferia en la que se hacinan decenas de miles de habitantes y de un millón de refugiados iraquíes. Si bien la capital respira un aire mas relajado y liberal, el hiyab o velo islámico, prohibido en las escuelas, prospera entre las adolescentes. Se ha consentido esta islamización para complacer a la mayoría suní de su población. El crecimiento demográfico, un grave problema interior, ha aumentado en estos años y los jóvenes constituyen la mitad de los dicecinueve millones de habitantes que viven en la república.
Siria sigue siendo un país decisivo para la paz del Oriente Medio. Las guerras libanesas, que también la hacían vulnerable, le permitieron elevarse a un rango de potencia regional, de interlocutor imprescindible de los EE.UU., de Occidente, y porque no, de Israel, con el que ha tanteado negociaciones indirectas a través de Turquia. Al final de esta década, el régimen de Bashar el Asad ha conseguido ir rompiendo su aislamiento internacional. El reconocimiento de la soberanía e independencia libanesa -su flamante embajada está enclavada en el barrio de Hamra- ha propiciado la suavización de sus exacerbadas relaciones con los dirigentes de Beirut, donde el poderoso Hizbulah sigue siendo su mejor aliado. El régimen, obsesionado por su seguridad, no quiere exponerse a los riesgos de apertura. Con razón presumen en Siria de gozar de un evidente ambiente tranquilo en medio de esta turbulenta región. Su burguesía prefiere su seguridad y libertad individual más que la democracia. Nadie, ni dentro ni fuera -me refiero a las potencias extranjeras-, quiere perturbar el orden establecido. No se vislumbra ningún cambio político en el horizonte de esta república hereditaria árabe en este aniversario presidencial.