Vulcano

ES curioso cómo nos afectan los movimientos de esta Tierra que se formó hace unos cuatro mil seiscientos millones de años. Otros mil millones de años fueron necesarios para encontrar seres vivos como bacterias y otros organismos unicelulares entre una actividad volcánica que significaba la fuente de la atmósfera primitiva. Los organismos actuales no podrían haber sobrevivido en aquellas circunstancias, pero hoy nos hemos asustado porque una buena parte de Europa no ha podido coger el avión a tiempo y ya hay quien compara la tragedia con los gastos ocasionados por el atentado a las Torres Gemelas. No se habla de las víctimas del momento, ni de los daños colaterales que tal situación ha generado en la historia de las últimas décadas, porque sólo se piensa en los costes, en el dinero.

Los dioses se asoman al escenario humano siempre que hay un exceso para recordarnos que el tiempo y el espacio son limitados y tienen tantos matices que no caben en los sistemas informáticos más sofisticados. Cuando Velázquez pinta La fragua de Vulcano, describe el chivatazo de Apolo porque Venus, la mujer del dios de la fragua, ha cometido adulterio con Marte, el dios de la guerra, para quien los cíclopes y el mismo Vulcano preparan las armas. Y es que nos resistimos a entender que Vulcano se enfade con Marte.

Consideramos que la brutalidad de los presupuestos que nuestra Tierra dedica a la guerra es la musculatura de la humanidad, pues Marte termina engañando y superando siempre a Vulcano, poco atractivo y siempre demasiado ocupado. Vulcano resurge de sus cenizas cuando lo esperamos, pero no de la forma que lo habíamos pensado.

Nos reímos y menospreciamos la fuerza de los volcanes. Pensamos que su actividad tiene que ver con otros tiempos porque tenemos un concepto estático de la Tierra y pensamos que sólo responde a nuestros planes cuando en realidad deberíamos conformarnos con interpretar con un mínimo de tiempo alguno de los suyos.

Todavía es difícil prever el decurso real de los acontecimientos. Nuestra tecnología, tan sofisticada, tan orgullosa, no alcanza a poder alterar los movimientos internos de la Tierra. La existencia de volcanes y terremotos, con sus tragedias humanas, han de servirnos, al menos, para bajarnos un poquito los humos. Compadecíamos a los habitantes de Haití porque su pobreza ha multiplicado los daños del terremoto. El volcán de Islandia ha afectado sobre todo a quienes vuelan a menudo por los horizontes del espacio aéreo. No se trata en muchos casos de las personas más pobres, y los trastornos horarios, repetidos una y mil veces por las televisiones, tienen una carga dramática inferior. Pero los gobiernos encontrarán la forma de conseguir fondos con rapidez, y a largo plazo, pues piensan que la belleza de Venus y la fuerza de Marte, el dios de la guerra, van a volver a reinar de nuevo en nuestras preocupaciones.

El nombre islandés de Eyjafjällajokul resulta tan complejo para nuestras mentes como esas reuniones entre los nuevos dioses comunitarios que han cerrado el espacio aéreo de todo el continente basándose en la necesidad de seguridad, y probablemente con mucho sentido común, pero con informes muy precisos elaborados y enviados por ordenador que dicen lo siguiente : “De momento no sabemos cómo va a evolucionar esta nube”. A pesar de todo parece que el humo y el gas que provienen ahora del volcán tienen menos ceniza, aunque los temblores que provoca la erupción sean más fuertes. El latido del corazón de Vulcano, por tanto, sigue siendo un problema, pero si no lo notamos desde la distancia, si no nos afecta, deja de preocuparnos.

Hay quien dice que los milagros de los dioses se relacionan con la alteración del ritmo de la naturaleza, cuando quien marcha a su propio ritmo es ella, diosa bella, madre Tierra, que mira cómo su regazo es manchado, no alterado, por ese polvo de estrellas, herencia de las bacterias, diocesillos humanoides un tanto despistados.