En su testamento, El Católico deja como regente de su hija inhábil, Juana
Creó en Navarra una red de policía secreta bien pagada y no dudó en sobornar a confidentes para conseguir información y así “defenderse de los nativos”. Permitió a cualquier persona el uso de las armas, antes era exclusividad de la nobleza. Juzgó conveniente para “mantener más segura la presa” (el Reino de Navarra), demoler todos sus castillos y fortalezas; “de esta manera el reino puede estar sojuzgado y no tendrá atrevimiento ni osadía para se revelar”. Por supuesto que se destruyó el castillo de Javier y otras posesiones de los Jaso como las torres de Azpilicueta, San Francisco tenía 10 años. No es extraño que se fuese muy joven a París y aunque decía que “era navarro de nacimiento y que su lengua era el vizcaíno”, nunca más quiso volver a Navarra donde sus hermanos lucharon para defenderla y que pertenecía ya a los españoles. El coronel Villalva escribió al cardenal: “Navarra está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó destruir los muros, que no hay hombre que alce la cabeza”. Hay quien dijo tras estas demoliciones que “el sentimiento de los navarros de amor a su tierra y la noción de patria hicieron su aparición en Navarra”.
El primero de mayo de 1516 se expulsa a los moriscos de
Difícil señalar todas las actuaciones de Cisneros para destruir la más leve identidad de Navarra. Otros eclesiásticos como Adriano de Utrecht, luego nombrado Papa con el nombre de Adriano VI; el arzobispo de Zaragoza, hijo bastardo de El Católico; Antonio de Acuña, obispo de Zamora, el capellán Juan Rena, que arrebató los bienes de
El pensador Santayana afirma: “Ay de las naciones que olvidan su historia”. Los navarros debemos recordar lo que nos arrebataron por la fuerza.