Cuando empecé mi trabajo de corresponsal en Oriente Medio en el otoño de 1970, el “Baas” estaba en su apogeo en Siria y en Irak, aunque ya no era el mismo partido fundado por Michel Aflak, un cristiano griego ortodoxo, y Salah Bitar, un musulmán suní que habían estudiado en
Ambos regimenes competían por la hegemonía árabe, reviviendo la hostilidad entre los califatos omeya de Damasco y abasida de Bagdad. El choque de personalidades entre el rais Hafez el Assad y el presidente Sadam Hussein dieron, más tarde, la puntilla a lo que hubiese sido un poderoso partido de tendencia moderna y unificadora.
En Irak cuando el ” Baas” conquistó el poder en un golpe de estado, en 1968, sólo contaba con varios centenares de miembros, pero cuando fue derrocado por el ejército estadounidense en invierno del 2003 tenía dos millones de afiliados. Si en Siria se apoderaron del partido los militares, la minoría alauita, en Irak fue monopolizado por los sunís, y muy especialmente por las tribus de Takrit a las que pertenecían Al Bakr y Hussein.
Es indiscutible que en treinta y cinco años de gobierno, el “Baas”, una vez nacionalizada su riqueza petrolífera en aquella jornada histórica que presencié en 1972 con las multitudinarias manifestaciones de júbilo en las calles de Bagdad, desarrolló la nación, impulso su economía, acometió grandes obras públicas, dirigió con éxito una campaña de alfabetización, siempre elogiada por
Su lado tenebrosa, cruel, es el más conocido por las brutales represiones contra chiís y kurdos, por su dictadura implacable que transformó el país en la “república del miedo”, según el título de un famoso libro, por su tendencia belicista al declarar la guerra al Irán desde
El destino del “Baas” convertido de hecho en una suerte de superestructura ideológica, utilizada por militares y tribales grupos de presión, fue desnaturalizando los ideales fundacionales de este partido que durante décadas había sido una fuerza política en otros países del Oriente Medio como El Líbano y Jordania. Si Nasser era el carismático caudillo del “panarabismo”, el “Baas” representaba un cuerpo doctrinario de moderado socialismo y de ansias reformistas.
En Irak lo ha sido todo, dominando el estado, las fuerzas armadas, las instituciones profesionales y académicas, la prensa, los tenebrosos servicios de inteligencia, las fuerzas armadas. Era un instrumento para vivir, ejercer influencia, tener poder, hacer negocios y dinero. Contaba con su propia milicia. Y como en Siria cultivaba un estilo de gobierno secreto y policiaco. Pero hay que reconocer, también, que en un mundo tan exasperado por los fanatismos religiosos, su política laica sirvió para proteger a las minorías, sobre todo cristianas ahora tan martirizadas ahuyentadas del Irak .
El hundimiento del régimen de Sadam Hussein fue no solo la caída en el infierno del “Baas”, sino el desmantelamiento del estado, la disolución de las fuerzas armadas, provocando un espantoso vacío de poder que solo la violencia confesional, sectaria, podía colmar. ¡Un error del que, más tarde, se han ido arrepintiendo los norteamericanos!
La nueva constitución condenó al “Baas” al ostracismo. La comisión “para erradicar el partido” ha tratado de arrancar sus raíces de la población. Los jueces que han prohibido a quinientos candidatos presentarse a estas elecciones, quizá sin proponérselo, el tema de quién debe considerase “baasista””. ¿Son “baasistas” estos dos millones de irakíes, que solo para sobrevivir en un régimen dictatorial se habían aprovechado del partido par sobrevivir? Siete años después de la guerra, no ha sido desarraigado el “Baas” del Irak.