Torturas en el Estado español y en el mundo
El próximo juicio por torturas a Igor Portu y Mattin Sarasola será la prueba del algodón para una situación denunciada recientemente por
En noviembre pasado, su Comité contra
Pues bien, si la calificación penal ya resulta denunciable para
De las simples multas a los indultos
Para la acusación particular que representa a las familias, por contra, lo que procede es imponer el tope máximo (seis años por cada uno de los dos delitos de torturas), además de otras penas por «lesiones». De este modo, la mayor condena pedida por el fiscal será de tres años de cárcel (y sólo para dos de los diez guardias civiles a los que acusa), mientras las de la acusación particular ascienden a diecisiete años en uno de los casos. Sin duda, algo mucho más ajustado a los estándares que rigen para estos casos en el marco occidental, como muestran las condenas más recientes en Estados Unidos, Italia o Alemania.
La levedad de la tipificación de las condenas por torturas -y no digamos ya de su escasísima aplicación real- es una de las razones que tiene al Estado español bajo sospecha en el ámbito internacional. Además del Comité de
Llueve sobre mojado. AI recuerda también el caso de Kepa Urra, uno de los poquísimos que ha derivado en condena en las últimas décadas en Euskal Herria. En 1997,
Así se llega a situaciones como ésta que cita también el informe de AI. Juan Antonio Gil Rubiales, condenado por el Supremo por la muerte de Joxe Arregi en 1981 (inicialmente fue absuelto dos veces en juzgados de Madrid), «se reincorporó al trabajo en 1992 en
Todo ello sin olvidar que los juicios por los casos Arregi, Urra y, ahora, Portu, son en realidad excepcionales. La práctica totalidad de las denuncias se estrellan en las barreras protectoras previas. Una de ellas es el plazo de prescripción a los quince años, que resulta definitivo muchas veces dado que las pruebas -básicamente confesiones- no llegan hasta mucho después. Por ejemplo, no fue hasta el año 2000 cuando Massu o Aussaresses, generales de los paracaidistas franceses, reconocieron los tormentos practicados en la guerra de Argelia en los años 50. Por eso, el Comité contra
«Conmovidos»
El Ministerio Público introduce además una especie de justificación al indicar que los agentes actuaron «conmovidos» por el atentado de Capbreton, en el que habían fallecido dos guardias civiles. A primera vista, el argumento extraña teniendo en cuenta que ese tiroteo se había producido un mes antes y que ni Portu ni Sarasola aparecían como sospechosos del mismo. Pero más sorprendente aún es comprobar que la afirmación fiscal se sostiene en el aire: ninguno de los guardias civiles ha alegado tal cosa en la instrucción, ya que evidentemente todos se limitaron a negar que torturaran a nadie.
Ocho y nueve años de cárcel por las imágenes humillantes de Abu Ghraib
En el mundo casi nadie sabe quién es Unai Romano ni tampoco Igor Portu, pese a las imágenes de sus lesiones. Todo lo contrario pasa con Abu Ghraib, la prisión convertida en icono planetario de la aplicación de la tortura. Pero la diferencia no está sólo en el eco que han tenido las denuncias gráficas, sino también en las condenas aplicadas por los hechos respectivos. Pese a no haberse apreciado situaciones de riesgo de muerte, como sí ocurrió en el caso de Portu, por los maltratos de Abu Ghraib se han dictado ya condenas que ascienden a ocho y nueve años de cárcel.
Los soldados que aparecían más veces en las imágenes eran Charles Graner y Lynddie England (en la siguiente página). Para ésta, el fiscal pidió entre cuatro y seis años de cárcel, aunque finalmente el tribunal fijó la condena en tres. Se le consideró culpable de haber paseado a un preso como si fuera un perro, con una correa atada al cuello, o de fotografiarse con varios prisioneros iraquíes desnudos a los que simulaba disparar, humillaciones que dijo haber cometido «para divertirse». A su novio, Graner, le cayeron diez años de cárcel por instantáneas similares, como la de una pila de prisioneros desnudos formando una pirámide. El tribunal no tuvo duda de que tales comportamientos suponían torturas. Y el fiscal añadió que con su actitud «han dado muchos argumentos al enemigo».
Otra de las fotografías que más impactaron al mundo era la de un preso, tapado por una túnica y una capucha negra, al que se le habían conectado unos cables para simular la aplicación de electrodos (en la siguiente página, abajo, a la derecha). El tribunal determinó que el tormento no había ido más allá de la simple humillación al prisionero. Sin embargo, a su autor, un soldado llamado Ivan Frederick, le ha costado una condena de ocho años de cárcel.
Condena a un alto mando policial en Francfort por amenaza de tortura
En Alemania, los tribunales se mostraron inflexibles ante el ex vicepresidente de
Condenas de hasta ocho años de cárcel contra ex agentes de
El caso más reciente de condena por torturas en Europa es probablemente el ocurrido en Italia. En el pasado mes de noviembre, un tribunal de Milán condenó a nada menos que 22 antiguos miembros de
Expertos policiales alertan de la «dudosa credibilidad» de estas confesiones
El general John Kimmons es jefe de los servicios de Información de Estados Unidos. En setiembre de 2006, alertaba a los expertos policiales de que «cualquier información obtenida mediante el uso de prácticas abusivas sería de dudosa credibilidad». Dejando al margen los aspectos éticos de la tortura, la cuestión de su eficacia para arrancar información verídica es cada vez más debatida. Y no es de extrañar ante casos como el del libio Ibn al-Shaykh al-Libi.
Dos meses después de los atentados del 11-S en Nueva York, Al-Shaykh fue detenido en Pakistán y entregado a los Estados Unidos. Tras ser torturado, hizo «revelaciones» que
También por este motivo, en las legislaciones occidentales se estipula formalmente, o bien se da por sobreentendido, que las declaraciones realizadas bajo tortura deben ser anuladas. Así, el Tribunal Supremo español decidió absolver a Hamed Abderrahman Ahmed -el denominado «talibán español»- dando prioridad total a la reivindicación de su inocencia hecha en el juicio, y Baltasar Garzón anunció después que investigaría las torturas sufridas en Guantánamo.
No parece que esta misma tesis valga para el caso de Igor Portu y Mattin Sarasola, sino más bien al contrario. Quienes defienden a
Aunque no haya películas al respecto, Euskal Herria también ha tenido casos similares al de los «cuatro de Guilford». Jorge Txokarro, Mikel Soto, Aurken Sola y Ainara Gorostiaga fueron exculpados del atentado mortal contra un edil de UPN en Leitza tras dos años presos por una autoinculpación forzada.
París, reprendido por Europa pese a haber dictado penas de cuatro años
En el Estado francés, uno de los pocos casos juzgados en los últimos años es el de Ahmed Selmouni, súbdito holandés de origen marroquí. Detenido en 1991 por un delito de narcotráfico, afirmó haber sido golpeado y objeto de abusos sexuales con una porra en la comisaría de Bobigny. Ante las reticencias de los tribunales franceses para tramitar su denuncia, Selmouni apeló directamente a Estrasburgo, que en 1999 condenó a París por un delito de torturas. Se da la circunstancia añadida de que para entonces los jueces ya habían activado la investigación y el Tribunal de Versalles había castigado a varios policías a cuatro años de cárcel, más de los que pide ahora
Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20100221/184251/es/Caso-portu-prueba-delito-muy-barato