Judith vive en un planeta que se alimenta básicamente de canciones del MTV latino y de marcas de ropa; se las sabe todas y las identifica a distancia y de un vistazo. Diría que esas dos cosas son lo que más le importa en el mundo, un mundo por el que –aparte de eso y los móviles y los reproductores de mp3– no siente gran curiosidad. Un repaso al ¡Hola! y al Lecturas cada tanto, eso sí, y poco más. Judith es guapa, come con la boca abierta, se pone ketchup en el bistec y, un verano que fue a Galicia de vacaciones con una amiga, de vuelta pasó por el País Vasco. Salivando sólo de imaginar lo bien que se jama allí, le pregunté dónde había ido a comer.
–Uy –me dijo–, tanto que dicen del País Vasco, de que se come de maravilla y tal, y comimos fatal.
–¿Adónde fuisteis?
–Paramos en un centro comercial, no recuerdo dónde, y comimos en la cafetería.
Esa es Judith. Capaz de ir al País Vasco y comer en la cafetería de un centro comercial. Pero todo lo que tiene de iletrada y de falta de interés por lo que se sale de su camino trillado lo tiene de sincera. Por eso, sin rubor ninguno te explica que nunca ha leído un libro. Es como Fernando Hierro, aquel futbolista del Real Madrid al que un día, hace ya un montón de años, le preguntaron cuál era el último libro que había leído y contestó: “¡Ninguno!”. Judith no ha leído nunca ningún libro, vive la mar de feliz sin haberlo hecho y te explica el motivo: porque son muy aburridos. Una vez intentó leer uno, cuenta, pero no pasó de la segunda página.
–Y ¿cómo sabes que son aburridos, si nunca has leído ninguno?
–Hombre, se nota enseguida: no hace falta leerlos para darse cuenta.
Bueno, pues el otro día Judith me enseñó lo que su nuevo novio –otro forofo de las marcas y los móviles, y también de los coches tuneados– le ha regalado por Navidad: un e-reader, un lector de libros electrónicos, eso que muchos llamábamos e-book hasta que anteayer, lunes, leímos el artículo de Magí Camps en el que aclaraba la terminología del artilugio: el continente por un lado y el contenido por otro. Estaba ahí Judith, pues, la mar de contenta con su e-reader en la mano (el Boox e-Book, con memoria interna de 512 MB, ampliable a 32 GB mediante tarjetas SD o SDHC: 8.000 páginas de lectura con una sola carga de batería, y además función de reproductor mp3), tan feliz como cada vez que se hace un tatuaje nuevo.
–¿Te gusta? –me preguntó.
La observaba fascinado. Pensaba: a ver si finalmente se va a poner a leer… Igual la fiebre electrónica consigue que lo que no ha leído nunca en papel lo lea ahora en pantalla.
–Sí. Está muy bien. ¿Y qué libros has cargado?
Me miró con cara de desconcierto.
–¿Libros? ¿Qué quieres decir, cargar libros?