El miedo es un sentimiento sobre incertidumbres futuras. El presente no da miedo. Se atraviesan las dificultades y sólo cuando se mira atrás se advierten los peligros por los que hemos transitado. Acabamos un año duro. Los arpones de la crisis han enviado al paro a millones en todo el mundo.
Más de 200 millones de personas han ingresado en el precario club de los que cobran menos de dos dólares al día. El hambre y la miseria hacen estragos en todos los continentes. También en nuestro entorno los disparos de la crisis han dejado sin trabajo a familias enteras.
Es paradójico que la voz más ruidosa de los dolientes proceda de los espectadores saturados que nunca han sufrido. Han aparecido palabras nuevas que han adquirido la categoría de ideología dominante. Una de ellas es la de “crear valor” jugando con la riqueza que no se ha producido.
La llamada crisis de valores, decía Jacques Delors en una entrevista a Xavier Vidal Folch, consiste en que en este mundo todo se compra cuando deberíamos defender los sueños en los que el dinero no tuviera que intervenir. Pienso que si hemos superado este año de cataclismos globales, debemos prepararnos para las situaciones más dolorosas que nos esperan.
Pero sin miedo, con esperanza, con valentía. La verdadera nobleza es la del espíritu, decía un clásico que no recuerdo. Lo importante no es lo que nos pueda ocurrir sino cómo aceptamos lo que nos pasa. Necesitamos referentes políticos pero también morales.
La auténtica tragedia en la vida de Montaigne, nos cuenta Stefan Zweig, consistió en tener que ser testigo impotente de esta terrible caída del humanismo en la bestialidad, uno de esos esporádicos arrebatos de locura de
La crisis económica no es local sino global. Se superará dejando muchas víctimas en el camino. Habrá muchas incidencias políticas y económicas. El mundo vive un proceso de cambio que sólo alcanzaremos a ver cuando se hayan producido. Aparecerán nuevos líderes y nuevas referencias que sepultarán los viejos paradigmas locales y globales.
Me atrevo a vaticinar que sólo si se tiene en cuenta al otro será un mundo más llevadero. Caer en la constante histórica de abandonar el humanismo sería un cataclismo de mayores dimensiones que los que hemos conocido hasta ahora. La idea de que vayamos a entrar en una etapa del sálvese quien pueda me inquieta porque nos conduciría a un nuevo barbarismo, esta vez planetario.
El respeto a los demás, a la convivencia entre razas, culturas y religiones, el que todos somos otros para los demás, es la pauta que nos puede quitar el miedo del cuerpo ante un futuro que siempre se presenta incierto.