En los suburbios de Beirut, feudo por antonomasia del “Hezbollah”, hay novedad. Por primera vez han aparecido en el laberinto de sus calles pobres y sin nombre, por sus vías públicas menos angostas, gendarmes patrullando con sus potentes motos y vehículos. En algunos lugares de esta periferia de población chií, de esta otra cara de Beirut, donde se hacinan alrededor de ochocientos mil habitantes, entre los que hay los dirigentes, los responsables de las instituciones y servicios organizados del “Partido de Dios”, colgaron pancartas, especialmente en la avenida del vecino aeropuerto, con estos lemas: “La fe religiosa supone la sumisión al orden”, “¡Respetad las ordenanzas municipales, las señales de circulación!”.
Hasta ahora habían sido los uniformados agentes de seguridad del “Hezbollah” los encargados de mantener el orden entre su población. El “dahiye”, populoso gueto chií, fue implacablemente bombardeado por los israelíes en la guerra de hace tres años con el “Hezbollah”. El “dahiye” -en árabe, suburbios- es el escenario de sus desfiles, de sus manifestaciones y actos políticos, y fue en la penosa década de los ochenta, cárcel de los olvidados rehenes occidentales.
Ha sido el jeque Nasrallah, secretario general del “Hezbollah”, quien ha pedido al Estado el despliegue de sus gendarmes, porque sus propias fuerzas policíacas no han conseguido hacer respetar la ley, desde las callejuelas de Hay el Sellum al más urbanizado barrio de Gobeiri, antaño como otros sectores de los suburbios, habitado también por cristianos.
La delincuencia, los robos, el consumo de drogas y tráfico de estupefacientes, la prostitución encubierta, han penetrado profundamente en esta población de aluvión. En un discurso dedicado a los “mártires de la resistencia islámica”. El jeque Nasrallah habló de esta “decadencia de los valores morales” en una sociedad presuntamente guiada por creencias y sentimientos religiosos.
El ambiente de desorden callejero en los suburbios se capta con una simple mirada. Centenares de motocicletas, de pequeñas motos, sin matrícula, conducidas por jóvenes y adolescentes, sin casco, zigzagueando en contra dirección, circulan por sus transitadas calles sin que nadie proteste ni lo impida.
Esta anárquica profusión de motocicletas, de segunda mano, que se adquieren con muy poco dinero, es una de las características del vecindario. Los suburbios de Chiah, de Hafret Hreik, Burjel Brajne, donde también está incrustado un campo de refugiados palestino, de Tauite, de Guiz, son un mundo exclusivo del “Hezbolla”, que se va extendiendo con la adquisición de solares y construcción de viviendas, a veces financiadas por bancos iraníes, a expensas de localidades de antiguos pueblos cristianos como el de Hadeth.
A menudo visito a mis amigos del “dahiye”. Bajo la apariencia establecida palpita la vida de la gente, y no son raras ni las meretrices ni los gay. “El “Hezbollah” no se mete en nuestras casas -me cuenta Mehdi, que vive cerca de una mezquita- si no hay escándalos”. Como en la comunidad chií, se practica, tal como acontece en Irán, la “mutah” o casamiento temporal, que puede durar sólo unos días. La prostitución femenina es habitual.
No sé si este sorprendente cambio en los suburbios -una “revolución urbana”- se mantendrá. Ya he visto como los flamantes gendarmes cierran los ojos a los caprichos de los motoristas, a su desordenada y peligrosa circulación. Quizá al “Hezbollah” le conviene descargarse de los impopulares deberes de la policía de la República, para no enajenarse las simpatías de la población chií. Quizá el jeque Nasrallah, tras la formación del nuevo gobierno de unidad nacional, está más interesado en consolidar el débil Estado.
En las fuerzas armadas libanesas predominan los musulmanes chiís. El vecindario de los suburbios siempre ha confiado más en el “Hezbollah” que en la autoridad estatal. Las penurias de servicios públicos, como los del agua y electricidad, son cotidianas.