La construcción de represas sobre ríos transnacionales provoca cada vez más fricciones entre los estados
La fuente de todos los grandes ríos indios, menos el Ganges, es la meseta tibetana, en poder de China
Las batallas de ayer se libraron por la tierra. Las de hoy, por la energía. Sin embargo, las batallas de mañana se librarán por el agua. Y en ninguna otra parte es más real esta perspectiva como en Asia, el continente más grande y poblado del planeta, y enfrentado a un futuro más caliente y seco a causa del calentamiento global. Según el informe de las Naciones Unidas publicado en el 2006, Asia dispone de menos agua dulce (
La deforestación, la mala gestión de las cuencas fluviales, el regadío no sostenible en términos medioambientales, la sobreexplotación del agua subterránea y la contaminación de las fuentes han contribuido a agravar los males hídricos de Asia. Por ello, la cantidad y calidad de agua dulce disponible se está convirtiendo en un componente crítico de los problemas relacionados con la seguridad.
Cada vez más, la construcción de represas sobre ríos transnacionales provoca fricciones entre los estados. Si en el futuro queremos evitar las guerras provocadas por estos y otros proyectos de ingeniería hidráulica, habrá que desarrollar normas y reglamentos.
Asia, con el mayor aumento en los gastos militares de todo el mundo, los puntos conflictivos más peligrosos y la competencia más feroz por los recursos, aparece como el lugar donde es más probable el estallido de guerras por el agua, una probabilidad subrayada por los intentos de algunos estados de explotar su posición o su dominio que, impermeable a los principios legales internacionales, puede crear una situación en la que los repartos hídricos entre estados que comparten ríos y cuencas pasan a ser una cuestión de orden político.
Las represas, las presas de derivación, los canales y los sistemas de irrigación situados aguas arriba pueden hacer que el agua se convierta en un arma política, un arma susceptible de ser utilizada de modo abierto en una guerra o, de modo sutil, en tiempos de paz como señal de insatisfacción con un Estado. La simple negativa de proporcionar datos hidrológicos en una estación crítica puede equivaler a un uso del agua como instrumento político. A su vez, semejante influencia es capaz de inducir a un Estado situado aguas abajo a reforzar sus capacidades militares para contrarrestar la desventaja riparia.
Salvo Japón, Malasia y Birmania, los estados asiáticos ya se enfrentan a escaseces hídricas. El futuro mismo de algunos estados de poca altitud, como Bangladesh y las Maldivas, corre peligro debido a la creciente infiltración de agua salada y las inundaciones frecuentes. Bangladesh tiene hoy mucha agua, pero no la suficiente para satisfacer sus necesidades. El país, nacido entre sangre en 1971, se enfrenta al fantasma de una tumba cubierta por agua.
China e India son ya economías con dificultades hídricas. Los dos gigantes han entrado en una época de escasez perenne de agua, posiblemente comparable dentro poco, en términos de disponibilidad per cápita, con la escasez que sufre Oriente Medio. Su acelerado crecimiento económico podría desacelerarse si la demanda de agua sigue creciendo al frenético ritmo actual. En realidad, la escasez de agua amenaza con convertir a China e India, hoy exportadores de alimentos, en grandes importadores, un hecho que acentuaría de un modo muy serio la crisis alimentaria mundial.
Aunque la tierra cultivable disponible de India es mayor que la de China (160,5 millones de hectáreas frente a 137,1 millones), la fuente de todos los grandes ríos indios, excepto el Ganges, es la meseta tibetana, en poder de China.
Se trata de la meseta más grande del mundo; gracias a los vastos glaciares, los enormes manantiales subterráneos y la elevada altitud, posee los mayores sistemas fluviales. Allí nacen casi todos los ríos importantes de Asia. Por ello la posición de Tíbet es única: ninguna otra región del mundo posee unas reservas hídricas de tal magnitud, que además sirven de línea de comunicación para gran parte del continente.
Mediante su control sobre Tíbet, China controla la viabilidad ecológica de varios sistemas fluviales importantes en el sur y el sudeste de Asia. Sin embargo, China está considerando hoy gigantescos proyectos de transferencia hídrica entre cuencas y ríos a partir de la meseta de Tíbet. Su actual Gran Proyecto Norte-Sur de transferencia hídrica es una muy ambiciosa obra de ingeniería para llevar agua por canales artificiales hasta el semiárido norte.
La desviación de aguas desde la meseta de Tíbet, que constituye la tercera parte de este proyecto, es una idea apoyada con entusiasmo por el presidente Hu Jintao, un hidrólogo que debe su rápido ascenso en la jerarquía del Partido Comunista a la brutal represión que llevó a cabo en Tíbet el año 1989.
En las crudas palabras del primer ministro Wen Jiabao, la escasez de agua “amenaza la propia supervivencia de la nación china”. Ahora bien, en su búsqueda de soluciones a ese problema, los mastodónticos proyectos de China amenazan con dañar el frágil ecosistema tibetano. Y también contienen las semillas del conflicto entre estados. La hidropolítica de la cuenca del Mekong, por ejemplo, sólo empeorará si China, haciendo caso omiso de las preocupaciones de los estados situados aguas abajo, completa más presas cerca de la cabecera del río.
Mientras realiza desganados intentos de aplacar los temores indios ante una posible desviación del Brahmaputra hacia el norte, Pekín ha identificado la curva en que, justo antes de entrar en India, dicho río forma el cañón más largo y profundo del planeta como el lugar que contiene las mayores reservas sin explotar con objeto de satisfacer las necesidades hídricas y energéticas del país. Un conflicto chino-indio por el reparto de las aguas del Brahmaputra podría estallar en cuanto China empiece a construir la mayor central hidroeléctrica del mundo en
A todas luces, el modo de prevenir o gestionar las disputas hídricas en Asia es alcanzar acuerdos de cooperación entre las cuencas que incluyan a todos los vecinos riparios. Tales acuerdos institucionales deberían centrarse en la transparencia, el intercambio de información, el control de la contaminación y la promesa de no redirigir el flujo natural de los ríos transfronterizos ni de emprender proyectos que disminuyan sus flujos. El éxito de los acuerdos internacionales sobre cuencas transfronterizas (como los firmados en el caso del Nilo, el Indo y el Senegal) se fundamenta en estos principios.
En ausencia de una cooperación institucionalizada sobre los recursos compartidos, la paz será la gran perdedora en Asia cuando el agua se convierta en el nuevo campo de batalla. Léanse las inquietantes palabras de Wang Shucheng, antiguo ministro chino de Recursos Hídricos: “Luchar por cada gota de agua o morir, este es el desafío al que se enfrenta China”.
B. CHELLANEY, profesor de Estudios Estratégicosdel Centro para Investigación de Políticas, Nueva Delhi
Traducción: Juan Gabriel López Guix