CASI todos mis amigos están leyendo, o han leído ya, la trilogía Millennium, del sueco Stieg Larsson. Millones de personas en el mundo están enganchadas a los justicieros de la verdad Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist, dos personajes que destripan las entrañas podridas del seductor Estado del Bienestar sueco. Dicen que ambos son capaces de hacer lo que políticos, sindicatos o los movimientos sociales no han podido conseguir: instalarse en los infiernos para desenmascarar las tramas ocultas de una realidad absolutamente contaminada. Y contar la verdad.
Acabo de leer una de las últimas novelas de Philip Kerr, el flamante ganador del premio RBA de Novela Negra, titulada Una llama misteriosa, donde Bernie Gunther, el ex detective nazi, huyendo de una absurda acusación de criminal de guerra, dejará Berlín con destino a Buenos Aires. Estamos en 1950, en
Leif GW Persson, el autor sueco de Otro tiempo, otra vida, aborda en esta novela el declive del Estado del Bienestar mejor que muchos sociólogos, politólogos o trabajadores sociales. Lo hace a partir de la ocupación de la embajada de Alemania Occidental en Estocolmo en 1975 por simpatizantes de la banda Baader-Meinhof. Este autor teje una trama donde sus detectives descubrirán a lo largo de 25 años una increíble conspiración que alcanza las bases más sólidas y respetadas de la sociedad sueca.
Son sólo algunos ejemplos de la larga lista de autores -Mankell, Sjowall, Vázquez Montalbán, Camilleri, Lorenzo Silva, Petros Markaris, Fred Vargas, etc.- que han hecho de la realidad más despiadada, el escenario de sus experimentos literarios contra el sistema actual de relaciones sociales y económicas.
La novela negra triunfa en Europa, gana adeptos en España y se impone como un modelo de lectura enganchante. Y es que la realidad no admite ya más sorpresas. Sabemos que ésta nos ha puesto contra las cuerdas muchas veces, que a diario comprobamos que compartimos destino con gentes que habitan en las sucursales del averno. Sirva este ejemplo, lejano, pero estremecedor. Entre 1997 y 2005, más de 150.000 campesinos se han suicidado en
Kerr, Padura o Miguel Barroso pueden convertir en héroes a los desheredados de la tierra. Llamar a las puertas del infierno real y colarse en él para profundizar en los más profundos enigmas del alma humana. Y además poner los puntos sobre las íes allí donde la política, el periodismo o la investigación social han abandonado toda posición radical en nombre de lo amable y el nihilismo más complaciente. Mikael Blomkvist y su colega, Lisbeth Salander no son héroes románticos. Ni quieren. Son militantes de la sospechada verdad. Esa verdad perdida por los pasillos de una democracia que puede hacer de cualquier pifia o canallada una carta de nobleza. No se extrañen si algún día los ven investigar la muerte de esos 14.174 inmigrantes muertos desde 1988 hasta hoy intentando llegar a la frontera europea. O la muerte de esos 6.344 hombres y mujeres que yacen para siempre en el fondo del mar, en ese mar Mediterráneo que cantara Píndaro, que fascinara a Homero y que tanto seduce a Llach.
Servidor no está hechizado por ese supuesto izquierdismo social de la novela negra actual. Pero ha de reconocer que está encontrando en ella relatos, discursos y construcciones analíticas de la realidad con un alto poder de combate. Y, frente a la inicial novela negra americana, donde los detectives estaban impulsados por briosos envites morales, en la novela negra actual -significando sus variables- sus detectives interactúan al son de los miedos contemporáneos situándonos ante escenarios donde se cuecen lacerantes verdades.
La novela negra triunfa, en mi opinión, porque sus personajes, discursos, cánones y estrategias narrativas se enfrentan a nuestra realidad contemporánea. La desvirtúan haciéndola real para mostrar esa realidad blanca, gaseosa e impoluta, donde pase lo que pase, nunca pasa nada, donde la tempestad está fuera, donde el sufrimiento carece de sentido -1.000 millones de hambrientos dejarían de estarlo hoy sólo con el 1% de lo que los países ricos han gastado en salvar sus sistemas financieros- y los grandes sistemas referenciales de la historia y la tradición se han adulterado.
Por eso vuelvo a Philip Kerr, quien en compañía de su sensible investigador Bernie Gunther, ha defendido la necesidad de reconstruir nuevas miradas sobre la realidad. Aunque sea desde la ficción para hacer frente a la inocencia de los nuevos poderes invisibles amparados por la omertá mediática mundial, ésa que nos hace la vida plácidamente insoportable.