HACE unos meses, la Alcaldía de Pamplona, en manos del partido de la derecha autoritaria navarra, gracias a pactos que burlaron la presencia de la que fue la segunda fuerza más votada en Navarra (y uno de los odios que ponen en marcha el poco seso político que le queda al presidente Sanz), rebautizó una de las plazas más conocidas de la ciudad, la del conde de Rodezno, como del condado de Rodezno , sin otro motivo que el de eludir de esa manera el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica en lo referente a los nombres de notorios personajes del régimen franquista y del alzamiento militar del 18 de julio de 1936 que figuran en calles y plazas.
A nadie se le oculta que el papel que jugó el conde de Rodezno en las semanas anteriores al alzamiento militar del 18 de julio de 1936 fue determinante para que salieran a la calle, como voluntarios, los tercios de requetés que llevaban ya años recibiendo entrenamiento y formación militar. Todo el que se asome a la historia de aquellos días puede saber de la entrevista que mantuvieron, en los claustros de la catedral de Pamplona, el general Mola y el conde de Rodezno días antes de la sublevación, y que fue determinante para que la Comunión Tradicionalista se decidiera a participar en un golpe de estado junto al Ejército de Mola, el golpista.
Me consta (de manera documental además) que Rodezno sabía, días antes del alzamiento, la fecha en la que iba a producirse éste, por lo que pudo avisar a algunos amigos suyos y diputados como él a Cortes para que se fueran de Madrid y salvaran de ese modo la vida. Pero aquí se trata de decisiones políticas abusivas del siglo XXI y no de juzgar a la persona.
Omitir y silenciar ésos, y muchos otros datos, concretos, ineludibles, históricos, la mayoría de ellos de dominio público, es un acto de mala fe política y de burla de nuestra historia. Pero esto se omite y se calla por los historiadores del régimen (al actual me refiero), los gacetilleros y los turiferarios, y los habituales perros de prensa de la derecha que, al menos con su silencio, avalan lo que a origen es un fraude y sólo un fraude.
El del conde de Rodezno fue uno de los nombres que figuraban en el famoso auto del juez Garzón que ha llevado a éste ante los tribunales por prevaricación. No entro en si había o no motivo concreto, me refiero a la actuación de la Barcina, cómplice, por su autoritarismo, con el estado de cosas que provocó aquel 18 de julio, porque en su honor y memoria ha actuado, y actúa de manera trapacera, con sentencia judicial o sin ella.
Dado que los originales mecanoscritos de las memorias políticas de Rodezno están, según inventario oficial, en manos del departamento del Korpax, en una biblioteca navarra declarada bien de interés cultural, y por lo tanto abierta para consulta a los investigadores, no estaría mal que se estudiaran de una vez esos documentos antes de que desaparecieran, como otros.
Es decir, que para evitar retirar el nombre del conde de Rodezno, se volvió a dedicar la plaza, de manera trapacera, al título nobiliario cuya vinculación histórica con el Reino de Navarra es, en la práctica, nula, dado que su aparición en escena se debió al chalaneo de las actas de diputado decimonónicas, cuando se descubrió que la política parlamentaria es un negocio de campeonato y no a arraigo familiar o catastral.
Las genealogías cantan y la historia también. Por poner un ejemplo, me extrañaría que con anterioridad a la Ley Paccionada de 1841 pueda encontrarse su nombre entre los asientos a Cortes del Reino.
Al margen de su papel dentro de la Comunión Tradicionalista, es difícil encontrar una actuación que le haga a Rodezno más merecedor de calle o plaza que a otros políticos navarros de la época, por ejemplo a Miguel Gortari Errea: ni trajo la industrialización -¿No fue suya la frase “Antes la muerte que la industria”?- ni la universidad del Opus, los dos factores sociales, a origen, del cambio radical que ha experimentado Navarra.
Puestos a dedicar plazas a títulos nobiliarios navarros con relevancia histórica se me ocurren unos cuantos. Pero aquí no se trataba de honrar la memoria de título nobiliario alguno en el año 2009, sino de burlar lo preceptuado en la Ley de Memoria Histórica en relación a las consecuencias de la Guerra Civil española que empezó en Navarra con una virulencia singular y, en consecuencia, el actual nombre de la plaza tiene que ver con el franquismo puro y duro en la medida en que se cambió sólo y exclusivamente por ese motivo.
Se trataba de no dar el brazo a torcer y de negarse a borrar del callejero de Pamplona el nombre de una calle que sigue siendo un símbolo de casta para los herederos directos del 18 de julio de 1936: el lugar donde se alza el cuesco arquitectónico que alberga los restos de los generales golpistas Mola y Sanjurjo (y de los tres primeros navarros caídos en combate). Es tan vergonzoso el asunto que han tenido que tapar todas las inscripciones y cerrar a cal y canto la puerta de lo que habían convertido en galería de arte. Un perfecto despropósito. Y no hay otra.
Y eso al juzgador, que le ha dado la razón a la Alcaldía, le consta de manera cumplida y palmaria, por mucho que retuerza sus argumentos haciendo de la falacia retórica encaje de bolillos, para acabar dando la razón a la derecha autoritaria que hace de su propia historia burla.
Se ha elevado a realidad jurídica una triquiñuela de mala fe política urdida para eludir el cumplimiento estricto de lo estipulado en la Ley de Memoria Histórica porque, insisto, ése y ninguno otro fue el motivo del cambio de denominación de la plaza.
Para dedicarle la plaza al condado de Rodezno no hay otra fundamentación jurídica, histórica o social que la que se necesita para dedicársela a Copito de Nieve, el famoso gorila del zoo de Barcelona, o al pícaro Estebanillo González, hombre de buen humor que pasó por Pamplona en tiempos virreinales. Es una cuestión de votos y de mala fe política, que es la que ha lucido a lo largo de todo este caso.
Con todo, valiosa sentencia ésta del TSJN que permite orientarse sobre cuál es el criterio de la magistratura española con relación, no a la letra ni al espíritu de la Ley de Memoria Histórica, sino a su puesta en práctica, haciendo bueno el dicho famoso: “Hecha la ley, hecha la trampa”.
Es lo que piensan y dicen en privado hasta los beneficiarios de la sentencia sobre todo estos. Y a carcajadas. Puede que no sea una exaltación del franquismo, pero es una burla.