¡Sombreros de Beirut, azules, tornasolados, sombreros de plumas de aves con ramilletes de rosas, de flores blancas y doradas! En la fiesta de la noche del hipódromo -¿sabían ustedes que hay un hipódromo en Beirut?- no son las carreras de caballos ni la exhibición de lujosos automóviles Maserati, ni la cena de gala al aire libre en mesas dispuestas en sus jardines, lo importante. Sin estos sombreros que lucen damas y señoritas de la sociedad beirutí, la “Beirut Race Cup 2009” no atraería tanto público.
Desde hace un año esta carrera hípica con sus acostumbradas apuestas, patrocinada por entidades bancarias y de seguros, se ha convertido, permítaseme la comparación, en el Ascott libanés, donde en torno a las carreras gira un mundo elegante y snob, de mujeres vestidas con modelos de alta costura, enjoyadas, o con simples túnicas evanescentes, a veces con rostros remodelados -no olviden que Beirut es la capital de los centros de ciriugía estética del Oriente árabe-, caballeros con oscuros trajes, con corbatas de seda, fumando su puro habano, la juventud dorada del Líbano.
Todos presumen en esta noche suave y otoñal. Los asistentes llegan con sus automóviles, entre copudos árboles, hasta el tapiz rojo de la entrada del hipódromo, que resistieron en los años de las guerras. El hipódromo sirvió, entonces, de atajo para cruzar de un lado a otro la ciudad, dividida, huyendo de los francotiradores del paso del Museo. Junto a la rotonda con el jardín iluminado y el piar de los pájaros como en una cuidada escenografía, el pintor Hrair expone a la intemperie sus barrocos cuadros sobre caballos.
Después del cóctel el público asciende a las gradas, convertidas en escaparate de las cabezas femeninas coronadas de hermosos, extravagantes pamelas de anchas alas. En la carrera hay caballos que se llaman “Abu Nauas”, como el gran poéta árabe del amor, el placer y el vino, “Ibn Arabi”, místico musulmán o “Halcón de Bagdad”. La esposa de Michel Pharaon, una de las grandes fortunas del Líbano, propietario de la más reputada caballeriza de Beirut, con su sombrero de negras plumas, arrastrando su capa por el polvo de la pista, majestuosamente, distribuye los trofeos.
Sólo después de concluida la cena de gala, amenizada con canciones de todas las épocas, como las de Dalida, la gran cantante egipcioitaliana que hace lustros se suicidó en París, y de un castillo de fuegos artificiales, fueron entregados los premios entre los que no podía faltar un viaje de ida y vuelta en avión a París, a las damas que lucían los cinco mejores sombreros de la velada. Esta fiesta mundana aspira, además, a revivir un cierta época del Beirut alegre y confiado de antes de las guerras, fomentar la cultura forestal de los amenazados árboles del pequeño bosque de pinos que hay cabe al hipódromo. Pero su éxito ha sido la floración de estos sorprendentes sombreros en las costumbres vestimentarias de esta ciudad árabe, mediterránea, occidentalizada que es Beirut.