El independentismo como alternativa política y ámbito subjetivo de decisión dentro de la actual estructura sistèmica.

Bien, no todo es filosofía. También se tiene que analizar la política real cotidiana por muy contradictoria que sea respecto de los fundamentos teóricos racionales del independentismo identitario. También tiene una cierta razón o racionalidad el político convencional, el que no se preocupa de fundamentos teóricos o de cosmovisiones universalistas de acuerdo con la propia ideología.

El político independentista real (el filósofo piensa la política, no la realiza) al menos en Cataluña hace una política materialista subjetivista. Su discurso gira alrededor del interés material entendido como acción subjetiva razonable. Con independencia viviremos mejor, España ya no nos robará. Su subjetivismo está muy lejos del universalismo metafísico de raíz kantiana. Se trata de una concepción particularista del sujeto, pero empíricamente generalizable. Nadie tiene la obligación de no querer ser expoliado, pero ¿quién será el loco que se deje expoliar voluntariamente?. Cómo la política dirigida a sujetos libres no puede ser universalizable, sino sólo generalizable, el político independentista hace sus cálculos sobre la mayoría política independentista. ¿En que tiene razón nuestro político independentista real? Nuestro político real es un demócrata. Ha entendido en qué consiste la lucha política dentro del parlamentarismo democrático. El formalismo procedimental es el fundamento universalista de la democracia. Sobre esta base incuestionable ya es posible el amplio abanico de contenidos políticos proponibles a un electorado libre, que en última instancia es quien tiene la soberanía. Su subjetivismo particularista o empíricamente generalizable, nunca universalizable, es consustancial a la formación de las mayorías democráticas. Además su materialismo también es consustancial a la democracia. A un pueblo libre no se le pueden ofrecer fundamentos morales, ya tiene reconocida su dignidad moral. Si que los conservadores van al mercado electoral a vender productos “morales” (leyes contra el aborto, religión en las escuelas, etc.); pero es más normal vender promesas de bienestar material. Entonces estar o no estar dentro del Estado español es una cuestión de conveniencia económica. Con los traspasos competenciales a la Generalitat tendremos mejores servicios. Entonces la Cataluña libre no es una exigencia de la dignidad del pueblo catalán. Es una opción política razonable. Esta es la lógica impecable de la democracia contemporánea. Nuestro político real ha entendido perfectamente el decisionismo subjetivista y materialista que implica la democracia contemporánea. Únicamente se le ha olvidado de estudiar la noción de sujeto histórico, que es la base del concepto nacionalista de democracia. Nuestro político real quiere ganar en campo contrario y de acuerdo con las reglas impuestas por el adversario político.

La actual estructura sistémica implica el concepto nacionalista de democracia. No hay democracia fuera del marco establecido por la nación soberana. El Estado-Nación puede ser más o menos flexible en su unidad, más uniformizado o más plural, pero toda Constitución de una manera u otra consagra la unidad del Estado, a menos que se trate de una confederación libre. También tenemos que tener en cuenta que algunos Estados no oprimen otras naciones (Portugal, Irlanda, etc.). Entonces no hay problema nacional. El procedimentalismo democrático no es neutro desde el punto de vista nacional. Es dentro de un determinado marco nacional donde tiende o busca su persistencia histórica. La nación soberana, la que tiene Estado, es la única que establece el marco nacional del procedimentalismo democrático. Toda legitimidad política depende, pues, de la unidad nacional de la nación soberana. Evidentemente cualquier secesión del territorio nacional (es nacional de facto, por muy ilegítimo que sea) tenga la mayoría que tenga en su territorio vulnera el principio de unidad nacional. Sólo la nación soberana es el sujeto histórico que puede decidir políticamente sobre los intereses políticos generales. Entonces es absurdo pretender que las consultas populares soberanistas, o las mayorías parlamentarias de parte del territorio estatal pueden llevar a la independencia de una nación sin Estado dentro del mismo concepto de democracia. Nuestro independentista real no ha visto que la soberanía nacional es anterior a toda consulta popular y a toda mayoría parlamentaria. Se ha dejado engañar por la estructura sistémica. ¿Quién niega que toda opción política es legítima por la vía del procedimentalismo democrático?. El sistema no advierte de que la soberanía nacional de facto es la condición de posibilidad de todo procedimentalismo democrático. Entonces cualquier partido independentista puede gobernar siempre que no aplique su programa máximo.

El político independentista real ha visto la superficie de la democracia contemporánea, pero no sus condiciones de posibilidad históricas o fundamentos políticos. Felizmente para la estructura sistémica el independentista real queda fagocitado y digerido por la misma estructura. El independentista real acaba siendo lo mejor instrumento de la unidad estatal que quiere destruir porque no sabe dirigir el movimiento popular a la ruptura política.

Sin embargo nuestro independentista real, tan real como el socialismo real en su momento, es un demócrata de veras. Tiene razón en que la independencia nacional tiene que ser una alternativa política. Sin independencia no hay democracia, pero tampoco hay democracia sin el consenso mayoritario. Hay que mantener el equilibrio entre los dos principios: a priori de la democracia y consenso mayoritario. También es un demócrata cuando hace promesas de bienestar material entendida la política como ámbito subjetivo de decisión. No es evidente que con independencia haya mejora económica y social, pero la política democrática consiste en poder escoger entre varias alternativas la que el sujeto afectado (el electorado) considere mejor. Sabe jugar de acuerdo con las reglas de juego de la democracia. Sólo le falta entender que la democracia jacobina y la independentista implican concepciones antagónicas en cuanto a los fundamentos nacionales de la democracia.

Aparentemente así lo entiende pero cae continuamente en “petición de principio” cuando acusa de poco democrática la negación de las consultas soberanistas. El Estado unitario no se contradice cuando hace esto, es que el concepto nacional nacional de democracia del independentismo es antitético del uniformista. Es buen demócrata el independentista real, sólo le falta reflexionar sobre las condiciones de posibilidad del procedimentalismo democrático.

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