de unos años a esta parte, raro es el día en que los periódicos no llevan a sus portadas algún asunto científico o tecnológico. Cuando no alertan sobre alguna rara enfermedad que se propaga rápidamente, tratan de explicar la amenaza del calentamiento global o anuncian el descubrimiento de unos restos fósiles que vienen a revolucionar la paleontología. Las informaciones sobre medicina, medio ambiente y ciencias de diverso tipo han dejado de estar circunscritas a publicaciones especializadas y se han convertido en ingrediente habitual de los medios de información general. Sin embargo, ¿están preparados los periodistas de estos medios no especializados para el reto cada vez más habitual de divulgar la ciencia?
Cuando se responde a esta pregunta, a menudo se sopesa un único factor: el grado (por lo general, bajo) de conocimiento científico que poseen los periodistas. Sin embargo, hay otro elemento no menos importante que también debería ser tenido en cuenta: el dominio de las técnicas de divulgación.
El conocimiento de estas destrezas no es baladí. Sólo si se dispone de ellas resulta posible una comunicación de la ciencia no sólo precisa, sino también -y esto no es en absoluto secundario- inteligible y amena. Recordemos que, con no poca frecuencia, los mismos expertos en una disciplina que no tienen reparo en menospreciar alegremente a los periodistas por mostrar clamorosas lagunas científicas, sufren gravísimos problemas para hacerse entender por los demás. Por eso, al buen divulgador debe reconocérsele su enorme mérito: ha sido capaz de combinar unos sólidos conocimientos científicos con unas depuradas dotes comunicativas.
En los últimos años, los estudios sobre comunicación vienen interesándose cada vez más por la esencia de estas técnicas divulgativas. Entre las distintas líneas de investigación sobre la materia, una de las más fecundas es la que trata de identificar estrategias redaccionales para los textos de información especializada. Estos estudios describen los procedimientos retóricos, pragmáticos, lingüísticos y estilísticos que los periodistas emplean cuando pretenden comunicar un contenido complejo a un público general.
En el artículo que se reseña al pie de estas líneas, se identifican, con el apoyo de numerosos ejemplos, tres niveles redaccionales en los que cabe explorar estrategias divulgativas: los niveles léxico, oracional y textual.
El nivel léxico es primordial: el éxito divulgativo de un artículo pasa siempre por una atinada selección de las palabras. Y esto consiste, básicamente, en alcanzar un equilibrio entre la precisión terminológica y la siempre recomendable sencillez expresiva. El nivel oracional corresponde a la organización sintáctica. Cuanto más complejo sea un asunto, más simple y directa deberá ser la forma en que se ordenen las ideas. Saturar una explicación de incisos y subordinadas garantiza que el lector se perderá. Por último, hay que considerar las estrategias en el nivel textual. Por ejemplo, la incidencia que tiene sobre la claridad de un texto de divulgación, el hecho de que sus contenidos se estructuren conforme a un orden deductivo o inductivo. También la eficacia de entreverar pasajes expositivos y descriptivos, generalmente áridos, con otros de tipo narrativo, que casi siempre tienen más gancho. Y así, tantos y tantos trucos más. Las dotes divulgativas, en suma, no son un don con el que algunos mortales han sido agraciados por nacimiento. Por el contrario, los fundamentos de la divulgación pueden aprenderse al igual se aprende cualquier otra disciplina. Los periodistas de hoy, al tiempo que cultivan conocimientos científicos, están obligados a aprender estas técnicas, pues sus medios incorporan cada vez más noticias sobre ciencia y tecnología. Ya puestos, ¿por qué no reclamar a los propios científicos e investigadores que cultiven asimismo este tipo de destrezas? Y es que, no lo olvidemos, comunicar bien la ciencia también tiene su ciencia.