Amir Gutfreund
¡Pena de amor perdido!
La llegada al poder de la derecha israelí inquieta a los europeos, se dice. Y cuando Europa se inquieta por Israel, yo, israelí, comienzo a “flipar” duro. Sé por experiencia que este tipo de inquietudes acaba siempre por tener consecuencias nefastas.
En las últimas elecciones, he votado por el perdedor, dicho de otro modo: a la izquierda, e incluso, la papeleta que he depositado en la urna ha ido a un partido que ha recibido una paliza monumental. Pero con respecto a mis angustias sobre el programa de la derecha de mi país todavía puedo gestionar algo, por supuesto. Sobre las iniciativas europeas, no.
En resumen, todo el problema viene de mí. Yo adoro Europa, y mi concepción del porvenir siempre depende de una visión del mundo que tiene como base el modo de vida europea. En resumen, ¡soy un enamorado! Y justamente por esto, en virtud del poder profético típico del aspirante rechazado, tengo la facultad de prever mis inconvenientes. Sí, soy un hombre de izquierda, dicho de otra manera alguien que quiere la paz a cualquier precio y que está dispuesto, para lograrlo, a enormes concesiones; y al mismo tiempo, las últimas elecciones no me han sorprendido. Yo no lo interpreto de ningún modo como si los israelíes estuvieran atascados como papel de lija ante la paz, sino como una reacción tan instintiva como saludable.
¿Qué pide Israel? Una pausa. Que se nos permita dudar todavía un poco antes de llegar a decisiones irrevocables. Las razones que han empujado a la opinión pública israelí “hacia la derecha” no me son extrañas, a pesar del elector “de izquierda” que soy. El hecho es que es fácil hacer caso omiso cuándo se vive en una de las agradables ciudades de Europa: todo acuerdo de paz, por precario que sea-, representa en efecto para Israel la puesta juego de su propia existencia. ¿La prueba? Una concesión sobre algunos territorios próximos al centro de Israel nos dejaría un territorio cuya anchura no sobrepasaría en ocasiones 15 km. ¡Sí, 15! Queridos lectores, ¿alguno de ustedes podría- sentirse contento de verdad viviendo encerrado en unas fronteras más estrechas que las de París?
Durante las últimas décadas, la paz parecía al alcance de la mano, después todo ha caído en barrena, y me pregunto finalmente si esta paz estaba tan cercana, o si hemos soñado humos. Las cosas muestran de todas formas que ninguno de nuestros avances en esta dirección ha obtenido un buen retorno, es decir como habría debido tenerlo en buena lógica: por una mejora de la situación. Por el contrario, la pesadilla no ha hecho que empeorar. Las líderes derechistas tienen pues un hermoso juego al plantarse ante nosotros al jactarse y lanzarnos aquello de: “¿No se os había dicho? ¿No es cierto que se os había dicho?” Y se les responde, a media-voz: “Sí, lo habíais dicho”, siempre buscando explicar por qué ellos no tienen razón más que en la superficie. Pero nos liamos; algo en nosotros intenta unirse a la carrera por la derecha para poder gritar con ella: “Se os lo había dicho bien claro, ¿no?” Y tener finalmente razón.
Tengo una previsión, muy mía, con relación a la victoria de la derecha en Israel. No tomo a la ligera los riesgos que comporta tal gobierno. Pero no hay necesidad de ser derechista para notar que un cambio profundo se ha operado recientemente en la realidad que es la nuestra en Oriente Próximo. Un factor nuevo, del que los europeos no se han dado cuenta suficientemente, está claro, quiero hablar del integrismo islámico.
Ritualmente, alguien intenta seducir a los palestinos con la promesa de éxitos adicionales, de victoria total con tal que se contengan, con tal que sepan resistir durante el compromiso en marcha. Desde hace algún tiempo, son los islamistas quienes ofician. Por allí ya no aparece todo el islam ni todos los musulmanes (¡no tengo ningún agrado por las manifas monstruo cuyo objetivo consiste en quemarme en efigie!), Pero, sin discusión, sopla un viento de extremismo islámico.
Si hace algún tiempo el conflicto israelo-palestino ha podido ser solucionable en el marco de un reparto de recursos, de soluciones humanitarias, es seguro que hoy, mientras que aparentemente los datos del problema no han cambiado, ninguna esperanza de este tipo es ya pensable.
Grandes grupos de la población palestina creen firmemente a partir de ahora en las promesas de una yihad mundializada. Y es allí precisamente donde duele: el problema – el conflicto – en apariencia está donde había estado siempre. ¡Error! Ha cambiado sus bases, y, yo lo lamento, una gran parte de los pacifistas, en nuestra región y en cualquier parte del mundo, no han tomado conciencia de verdad de la vuelta de tuerca que se ha producido en la Historia.
Hace diez años, efecto, estaba convencido que de las concesiones israelíes conducirían en la paz. A partir de ahora, estoy al contrario persuadido de que las retiradas más espectaculares no servirán a nada: no habrá paz. No ahora. Los que tienen en su mano la gestión de las relaciones israélo-palestinas no son de las responsables que la desean, del mismo modo que nunca obran con vistas al bien de los palestinos. Israel no ha sido nunca y no será nunca tampoco refractario a la paz, como se intenta a veces de hacerlo creer.
Eso viene tal vez de lo que la sociedad israelí vive según normas occidentales, cómodas desde los puntos de vista económico y cultural, y que, por ello, estaríamos considerados sin ninguna inclinación en el cambio. Por el contrario, el campo palestino, el de la pobreza y del sufrimiento, tendría que ser proclive a explotar la menor chispa de paz.
Pero tengo la impresión que esta situación se ha invertido. Por el lado israelí, los corazones se aprietan ante la idea de que nada de extraordinario puede salir del contexto actual. Es por eso también que acabados hombres derechistas habían sostenido Oslo y que la mayoría de los israelíes, la derecha incluida, eran favorables a la retirada unilateral de Gaza, aunque esto fuera a disgusto. Por el lado palestino, un proceso inverso se ha desencadenado; se entusiasman ahora por las oportunidades que esconde la espera: obtener más, y a mejores condiciones para el porvenir.
¿Se puede esperar convencer a los europeos de que esta mutación ha tenido lugar efectivamente? La esperanza, yo lo adivino, es débil. Sobre todo cuando se constata la parálisis que los agarrota desde el momento que tienen que afrontar el radicalismo musulmán. Ese islam, independientemente de lo que sucede en Israel, tetaniza a los europeos. Lo temen y se oponen, pero temen todavía más que su oposición les haga aparecer bajo una luz arrogante, racista, colonialista. ¡Estigmatizar la llegada de la derecha al poder en Israel y convertirla en el nudo del problema, es lo más fácil! Yo, el enamorado helado y decepcionado, puedo ya imaginar los grandes titulares de la prensa europea el año próximo.
La siguiente puesta a prueba de Europa es inmediata. Tendrá lugar en Suiza con ocasión de la conferencia contra el racismo que ha tenido ya derecho al mote de “Durban II”. Ya imagino la escena. El delegado de un país donde en el que las chiquillas de 8 años son casadas a la fuerza con ancianos proclamará su indignación ante la situación de los derechos del hombre en Israel; el delegado de un estado que subvenciona el terror en todas partes calificará Israel como estado terrorista.
El embajador de una nación en la que un tribunal ha pronunciado una pena de violación colectiva sobre una joven cuyo hermano había atentado al honor de otra mujer disertará sobre la política escandalosa de Israel con relación a sus minorías. Y aquel de un país que fomenta la guerra en todas sus fronteras hablará de la inquietud que lo atenaza frente al belicismo israelí.
Pero la imagen que sería más terrible para mí, sería la de los diplomáticos europeos encorbatados escuchando con atención a los oradores y con cara seria. Ah sí, estarán guapos contemplando, con el disfraz a la medida, con sus antiparras a la última moda conservadora, con la expresión de la mirada de mil años de civilización dominadora. “Durban II” es un acontecimiento tan paródico, tan grotesco, que se podría creer que ha sido diseñado para zarandear los ojos de los incrédulos, para hacer mover las líneas.
Pero este despertar de la conciencia europea sin duda no tendrá lugar. Europa, que representa el verdadero objetivo del integrismo islámico, continuará preocupándose de lo que sucede en Israel. Como si el plato fuerte tuviera que preocuparse por el aperitivo.
Y sin embargo, en un sobresalto de optimismo, querría esforzarme por alimentar al amor sincero que traigo a Europa, a mi convicción de que su cultura todavía tiene algo que proponer al resto del mundo. Esto sería un código confidencial entre nosotros, la marca de que algo ha cambiado finalmente: cuando la conferencia de “Durban II” esté abierta, cuando comiencen los discursos delirantes sobre Israel, vais a generar la sorpresa.
Sí, vais a precipitaros a la tribuna para tratar de explicar a los extremistas lo que opináis de ellos. Intentad, vosotros, al menos por una sola vez, importunarlos.
Esto no es fácil, pero es infinitamente menos inquietante como horizonte que lo que es para nosotros, israelíes, el juego al que nos empujáis a jugar. Y esta será la señal de que, sí, tal vez, ¡esto va a cambiar por fin!
* Traducido del hebreo por Nicolas Weill
Publicado por Le Monde-k argitaratua
Miguel Sánchez-Ostiz
Los testigos directos
Los testigos directos suelen ser los protagonistas, por autores, de los hechos que por alguna circunstancia, de índole política sobre todo, no son acusados, ni procesados, ni condenados. Su mismo relato de lo sucedido les protege, en la medida que puede servir para investigar y sostener la culpabilidad de los que dieron las órdenes y proyectaron fríamente los crímenes.
A pesar de la propaganda sionista, suministrada con generosidad por las embajadas israelitas, los últimos datos revelados confirman otros que ya aparecieron meses atrás, al tiempo de la últimas operaciones represivas incluso, y que han sido silenciados y minimizados: las tropas israelíes cometieron atrocidades en Gaza. No cabe duda.
Son los propios soldados que participaron en las operaciones de castigo los que lo prueban con los testimonios de su participación en los hechos. Es decir, los testigos directos.
Y no es la primera vez que esto sucede. En el año 2002, por iniciativa de un capitán del Ejército israelita, David Zonshein, y del teniente Yaniv Itzkovits, pertenecientes ambos a un cuerpo militar de elite, se publicó una Carta de los combatientes(The Combatants Letter) , firmada por un significativo número de soldados y oficiales, que sirvió de base a un movimiento opositor llamado Courage to Refuse.
En aquel manifiesto se decía: “Nosotros, oficiales de combate de la reserva y soldados de las fuerzas de defensa de Israel, declaramos por este medio que no continuaremos luchando más allá de las fronteras de 1967 para dominar, expulsar, hacer pasar hambre y humillar a una población entera. Continuaremos sirviendo a la fuerza de defensa en cualquier misión que sirva a la defensa de Israel. Las misiones de la ocupación y de opresión no responden a este propósito y no tomaremos parte en ellas”. Puede aducirse que se trataba de otro territorio, pero las circunstancias de fondo son, me temo, las mismas.
Ahora queda pendiente la tarea de que un tribunal internacional examine, por encima de distingos, si lo sucedido en Gaza entra en el ámbito de las leyes sobre genocidio o crímenes de guerra. No resulta tolerable, por una cuestión de principios de mera equidad e igualdad y seguridad jurídica, que unos países queden al margen de esas leyes y sean sólo acusadores y fiscales.
En un muy reciente libro de memorias, La liebre de la Patagonia, Claude Lanzmann, el autor de la película Shoa , autoridad incontestable en este tema, dice textualmente que el Estado de Israel no es la redención de la Shoa , aunque los dos hechos estén ligados, y que el sionismo político es anterior a la Segunda Guerra Mundial.
En el presente es preciso separar ambos acontecimientos históricos para poder sostener que las actuaciones militares y políticas de los políticos israelitas no son ni más ni menos criticables que las de cualquier otro país y que, por supuesto, la cuestión judía excede en mucho las atrocidades que puedan cometer en el presente sus dirigentes, bajo el pretexto de la legítima defensa u otro. El examen y condena de los crímenes cometidos al margen de la acciones de guerra no debe ser tomado como antisemitismo, aunque sea difícil negar que estén sirviendo como pretexto para un renacer del antisemitismo en todo el mundo, al más tosco me refiero, al que se basaba en Los Protocolos de los sabios ancianos de Sion, un libro de 1905, escrito por los servicios secretos zaristas, y que ahora mismo ha desmontado Stephen Bronner, Un rumor sobre los judíos, editado por Laetoli. Está por ver en qué medida la Iglesia católica, a través de sus órganos de propaganda, La Avalancha , por ejemplo, se mostró antisemita y dio pábulo a la amenazante conspiración de judaísmo, masonería y comunismo, tan explotada más tarde en el franquismo.
Pero el caso es que las cosas se mezclan solas. Por la fuerza de los hechos históricos. Y un presente siniestro lleva por fuerza a un pasado igualmente siniestro. El eco viene solo.
Pero el testimonio de los testigos directos sirve de muy poco frente al poder que tenga quien niegue los hechos, y frente al corrosivo disolvente del tiempo.
Hace también unas semanas, el obispo Williamson, negacionista del Holocausto, echaba a rodar la duda insidiosa de que en Auschwitz se hubiese asesinado fríamente en las cámaras de gas. El obispo, y con quien él forman en la filas negacionistas, porque de filas se trata, ignoran el estremecedor testimonio del mismo inventor de las cámaras, supervisor de sus detalles, que tranquilizó su conciencia comprobando, en falso, que los judíos morían con expresión tranquila. Un personaje perverso que con el fin de justificar los actos cometidos ante el tribunal que le juzgó, escribió su testimonio enEl comandante de Auschwitz , donde quiso quedar encima como un benefactor de la humanidad. Estoy convencido de que no se ha llegado todavía a la investigación y publicidad de las últimas atrocidades cometidas por los nazis, que el tiempo ha jugado a su favor -ni el público se interesa de verdad en ese asunto, ni hay ya fuerzas para llevar a cabo investigaciones exhaustivas-, y que las condenas han sido mínimas y más magnánimas y benévolas que otra cosa. Los verdugos no pagaron.
Leo en Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos, de Elisabeth Roudinesco (Editorial Anagrama), que Höss fue ahorcado delante de las cámaras de gas que él había inventado o puesto en marcha en beneficio de la humanidad.
Para los negacionistas, el testimonio de este testigo directo o sus confesiones en el proceso que le condenaría a muerte, son irrelevantes en la medida en que contradicen la tesis originaria, minimizadora, exculpatoria, tanto de la autoría directa de los hechos como de una complicidad generalizada y pasiva.
Y por lo que se refiere a los testimonios de lo soldados israelitas que han participado en crueles operaciones de castigo en Gaza, no son válidos porque la opinión pública mayoritaria que escuchamos es la de la muy real extrema derecha sionista, la que tiene medios y dinero para expandir la información que le conviene, y sólo ésa.