“No aceptes nunca un regalo de los dioses”. A pesar de la advertencia del previsor Prometeo, su hermano Epimeteo no pudo rechazar a Pandora cuando esta le fue entregada de manos de Hermes. La belleza y curiosidad de la mujer habían sido cuidadosamente programadas por Zeus como vengativa respuesta a la gesta civilizadora por excelencia, la entrega del fuego a los hombres, de Prometeo. Con Pandora y su inconsciencia al abrir la caja que contenía todos los males, el progreso de la humanidad quedó para siempre asociado al fin de los días felices. Pese al fatalismo, y la misoginia, habituales en Hesiodo, su fábula contiene una reflexión provechosa sobre el efecto devastador en los cimientos del orden social que suelen producir los regalos recibidos desde una posición de inferioridad. Sólo entre iguales la reciprocidad es posible, por un regalo que no puede devolverse se suele acabar pagando un precio demasiado alto.
Friedrich Dürrenmatt, en su perversa comedia de final trágico La visita de la vieja dama,muestra cómo el error de Epimeteo puede ser también fruto de la acción colectiva, resultado de las ambiciones y deseos de toda una comunidad. En el miserable pueblo de Güllen todas las esperanzas están volcadas en el retorno de su hija pródiga, Claire Zachanasian, convertida en la mujer más rica del mundo pero también en una heroína arcaica de inmutable crueldad. Los mil millones con los que la benefactora dama está dispuesta a arrancar de la amarga pobreza a los güllenses son una tentación demasiado grande, tan grande como el crimen que se les exige a cambio. Entre seguir siendo pobres o mancharse de sangre, no cabe, en principio, lugar para la duda. En nombre de la humanidad, “aún estamos en Europa, aún no somos paganos”, el alcalde rechaza la oferta. “Esperaré”, se limita a responder, con la firmeza de un ídolo de piedra, la vieja dama. Y mansamente los vecinos van aceptando, como si de un hado favorable se tratase, la renuncia a los principios elementales de la justicia, la inexorable corrupción moral, a cambio del cheque que permita refundar su desdichada ciudad. La invocación colectiva, ya al final de la obra, a la conservación del bienestar alcanzado, pone en evidencia cómo, junto a la dignidad, en Güllen se ha perdido también el control sobre el propio destino y todo, hasta los bienes más preciados, ha pasado a depender de las arbitrariedades de la beneficencia.
No sólo la venganza y el rencor se esconden tras la suntuosidad de los regalos de los dioses y sus funestos alcances, a veces las mejores intenciones tienen unas consecuencias igualmente aciagas. En este sentido, y dado que vivimos momentos de grandes planes económicos de rescate, estímulo, reactivación y relanzamiento, tan astronómicos en sus cantidades como dudosos en sus premisas intelectuales, quizás conviene recuperar de la memoria etnográfica el sombrío caso de los yir yoront y las hachas de acero. En 1952, tres años antes del estreno de la obra de Dürrenmatt y cuando el Plan Marshall se consolidaba, no sin críticas, como modelo de programa de ayuda externa al desarrollo, el antropólogo americano Lauriston Sharp describió un proceso de “descomposición cultural sorprendentemente completa y repentina” entre los aborígenes australianos que habitaban la costa oeste de la península del Cabo York. La causa principal de este desmoronamiento radicó en la sustitución de sus hachas de piedra originales por hachas de acero que los misioneros distribuían en las fiestas de Navidad como parte de un plan de mejora de los estándares de vida de los nativos. Los efectos perturbadores de las nuevas hachas ocasionaron tal colapso en las jerarquías, ideas y valores de los yir yoront que se destruyeron todos los anclajes del sistema cultural. Como ejemplo del punto de saturación intelectual y emocional al que llegaron los yir yoront, Sharp relata la desesperada sustracción de pasta de dientes a los antropólogos por parte de los ancianos que buscaban contrarrestar la ansiedad mediante un nuevo culto, una magia eficaz que les permitiera recuperar el prestigio y el poder que las obsoletas hachas de piedra tradicionalmente les habían conferido.
¿Cómo actuar ante la presión de un regalo al que no puede darse justa respuesta? Algo así debió pensar Johann Sebastian Bach mientras escuchaba las veintiuna notas que el joven rey Federico II de Prusia le brindaba como tema para una improvisada fuga a seis voces con la que poder evidenciar, ante la corte de Potsdam, la grandeza de su talento. El tema regio plantea un reto tal a la escritura contrapuntística que Arnold Schönberg, presuponiendo que los conocimientos musicales del rey flautista no alcanzaban para lograr tanta maldad, dirigió sus sospechas hacia la autoría de Carl Philipp Emmanuel Bach, hijo del presuntamente homenajeado y clavicembalista al servicio del, también presunto, homenajeador. En el caso de estar Schönberg en lo cierto, el viejo Bach se encontraba, no ante un simple tema, sino frente a la materialización de una bien urdida trama de hijos vengándose de los excesos de rigor y severidad de los padres. Por otra parte, la insidia del Thema Regium también servía para atacar, con sus propias armas, los principios estéticos y morales de una época que se creía oscura, supersticiosa y ya superada para dejar, así, libre el paso a los nuevos tiempos de la razón. Quizás oliéndose el embrollo, Bach declinó participar en el juego cortesano y demoró su respuesta para poder trabajar en ella durante unos días. Fruto de la prudente moratoria es una de sus obras tardías más bellas y complejas, síntesis del dominio de la herencia técnica del contrapunto y los escarceos con la nueva sensibilidad galante. Das Musikalische Opfer es el equivalente al antídoto que buscaban en el dentífrico los ancianos aborígenes australianos, un remedio eficaz ante la pérdida de sentido del pasado y la incertidumbre del futuro. No resulta pues tan extraño que, en su discutida nota al inicio de la edición impresa, Bach la consagrase, y no sólo la dedicase, como una ofrenda, pero también como sacrificio, para restituir el orden tras la acción profanatoria, y por lo tanto desestructurante, que conlleva todo regalo caído del cielo.