No es que haya copiado mal lo que escribiera Sabino Arana en 1892. En realidad, fue él quien con su “Vizcaya por su independencia” eligió un mal nombre para una idea que, lejos de representar un novedoso independentismo alejado del carlismo y el fuerismo, reproducía la falacia de los estados vascos independientes unidos a Castilla mediante pactos libres. Nunca hubo tales estados, ni libres pactos, sino un estado independiente llamado Navarra, que fue desmembrado y reventado por una combinación de la pura acción militar y la traición de gran parte de las elites locales.
Sabino no quiso o no supo conectar con la historia independiente e independentista que tenía delante de sus narices. Bastaba, por ejemplo, con que hubiera prestado un poco más de atención a Campión, quien no era precisamente independentista, pero sabía que era una locura pasar por alto el significado de Nafarroa en nuestra historia.
Y así nos han ido las cosas, porque sus herederos (los de Sabino, se entiende) siguen empeñados en colarnos el gato del sano regionalismo vascongado como si fuera la liebre del derecho a decidir en clave soberanista. No es cuestión de ignorancia, sino de intereses y puntos de vista. Si uno, aunque diga lo contrario, aspira simplemente a seguir gestionando un estatuto más o menos “competencioso” para Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, están de sobra Navarra, su referencialidad como estado y todo lo que huela a independencia. Y al final, aunque todo el mundo sepa que es mentira, conviene sacar a relucir el cuento chino del pacto con la corona y los derechos históricos. Porque es ahí donde tienen el negocio político y, para más de uno, también el otro. Por cierto que el Duque de Alba expresó a la perfección en 1512 lo que significan para la monarquía española esos derechos, al señalar a los habitantes de Iruñea que quienes establecen las condiciones de juego son los vencedores, no los vencidos.
El jeltzale navarro Manuel de Irujo escribía a Agirre en 1932 contra el “estatuto vascongado” -la expresión es suya- diciendo que si era malo quedarse sin estatuto, peor era tener dos separados. ¿Habrá leído alguna vez esta carta Ibarretxe?