RECONOCERÁ Andoni Esparza Leibar que con el sesudo argumento de la cinta roja en los abrigos propuesta por Carlos Marx, también se pueden cocinar unos cuantos chistes fáciles sin necesidad de recurrir a la Casa Real de Navarra como promotora del comunismo internacional.
El hecho de que alguien interprete unos datos de forma más o menos fantasiosa puede despertar el síndrome Savater en cualquier ofendido, pero la gracia no otorga argumento alguno al chistoso para ridiculizar aquello que de cierto pueda encontrarse en los hechos referidos.
Federico Krutwig (en el mismo capítulo donde afirma que cuando un pueblo no es capaz de desarrollar su cultura y hace perdurar la cultura popular, da muestras de subdesarrollo mental), comenta la estrecha relación de la organización política pamplonesa-navarra con Gascuña-Wasconia, y de cómo los gascones se enfrentaban a los franceses (habitantes más al norte del Garona) con sus enseñas rojas frente al blanco de la Armada Real de Francia.
Un color, el rojo, del que hay constancia entre nosotros, al menos, desde Sancho VI el Sabio, que todavía hoy puede observarse en algunos de los capiteles de la catedral románica de Tudela, con varios de los más hermosos escudos de Navarra allí acumulados (posteriores en algunos casos, y dimidiados con el de Champagne de los Teobaldos).
No comparto la opinión de contemplar estos escudos como muestra de la heráldica navarra , sino como símbolos de Navarra, sin más, ya que la heráldica es un negocio que comienza a asentarse desde el siglo XIV, con el que las noblezas dan forma, publicidad y control a sus pretensiones de poder.
Krutwig comenta que este mismo símbolo se pone de manifiesto en la revuelta conocida como Fronde de l’Ormée , ocurrida durante la minoría de edad de Luis XIV, y que en Burdeos encontró su mayor trascendencia histórica. Entre 1652 y 1654, tras tomar el Ayuntamiento, se constituyó una efímera República gascona, mientras la bandera roja ondeaba en el campanario de Saint Michel adelantándose cien años a Voltaire y Rouseau.
Son numerosas las ocasiones en que, desde la segunda mitad del siglo XVIII, el color rojo es símbolo de protestas. Así, en 1768 se produce en Londres una huelga de marinos, que eligen la enseña roja por ser la bandera de batalla de la Armada para enfrentarse en esa ocasión a sus patrones.
En 1780, en Londres, unos 100.000 trabajadores marchan con una bandera roja sobre la prisión de Newgate para incendiarla, al grito de abajo las prisiones , por ser en esa cárcel donde con más frecuencia encarcelaban a los trabajadores.
En la Revolución Francesa, especialmente en julio de 1791, la bandera roja representa a los revolucionarios.
En 1848, en París, aparece en las barricadas durante los dos meses en que los trabajadores ocuparon la ciudad. Y de nuevo en París, en 1871, vuelve a representar a la Comuna.
Desconozco si las cintas rojas de Marx en los abrigos fueron de kilates más revolucionarios, pero las revueltas ocurridas en Francia sí marcaron una referencia indiscutible en los movimientos revolucionarios posteriores, y sí tuvieron como referente indiscutible la Fronde de l’Ormée bordelesa. Por lo que no resulta nada descabellada, sino todo lo contrario, la consideración de Krutwig de relacionar el espíritu vascón-gascón que se manifiesta en las revueltas de Burdeos tras su bandera roja (de origen común con Navarra), con el rojo de las principales revueltas francesas.
El estudioso francés Claude-Françoise Menestrier explicaba así en 1670 el símbolo tricolor:
a) El azul corresponde a las armas de Francia, antiguo color de los reyes.
b) El rojo corresponde al campo de gules de las armas de Navarra.
c) Y el blanco porque desde tiempo inmemorial es el color propio de la nación.
A veces, la realidad, por sorprendente que pueda parecerle a alguno, es más sencilla de lo que imaginamos, y no necesita para sostenerse de prestidigitadores de la historia ni de chistosos guardianes del orden establecido.