El presidente Obama se halla en apuros. Su popularidad personal apenas ha menguado. Sin embargo, se está ganando la reputación de un presidente que pronuncia discursos magníficos, se empeña en numerosas iniciativas (demasiadas)… pero logra impulsar muy pocas; por ejemplo, el nombramiento, finalmente conseguido no sin problemas, de la juez Sonia Sotomayor para el Tribunal Supremo.
Los primeros meses de su presidencia se destinaron a la política exterior. Las disculpas por los pasados errores de EE. UU. obtuvieron positiva acogida, pero no se han observado progresos importantes para atajar conflictos bélicos en Asia y Oriente Medio y evitar la fabricación de una bomba nuclear en Irán. Este asunto quedará claro en la próxima cumbre del G-20 en Pittsburg en septiembre, cuando se aprecie la falta de apoyo a las iniciativas estadounidenses incluso entre sus aliados europeos. Obama incurrió en otro error al apartar a la responsable del Departamento de Estado, Hillary Clinton, ya que atendía personalmente las cuestiones de mayor relevancia.
Si, como consecuencia de lo que antecede, fracasan sus iniciativas en política exterior (y numerosas iniciativas al respecto fracasarán), se le hará personalmente responsable.
Obama nombró embajadores a personalidades que aportaron dinero a su campaña, pese a prometer que no lo haría. E incurrió en otro error: suponer que sería suficiente dedicar unos meses a la política exterior para quedar luego con las manos libres para atender los asuntos internos auténticamente importantes; la crisis económica y el sector sanitario.
Numerosos presidentes estadounidenses han cometido este error antes de considerar la atención a la política exterior como una distracción – poco grata-de los urgentes asuntos internos. Pero esto nunca ha funcionado, pues los problemas del mundo evolucionan de modo independiente de la agenda interna americana.
A Obama se le censura desde el ala derecha por su excesivo intervencionismo en la economía y el rescate de los bancos y de la General Motors y por cargar las espaldas del país con enormes deudas para las épocas venideras. Y desde la izquierda se le critica por su insuficiente grado de intervención de modo que la economía de casino de Wall Street seguirá en sus trece y podrá conducirnos a más de una crisis en el futuro.
Sobre todo, Obama sigue adelante con la reforma del sistema sanitario. Sus propósitos son laudables; EE. UU. se ha quedado solo en el grupo de países desarrollados pues carece de un sistema universal de salud mientras gasta alrededor del doble que el resto de países en este sector (17% de su PNB). Es una situación insostenible y se han registrado antes intentos de cambiar el sistema (por ejemplo, por Hillary Clinton). Es un verdadero despilfarro porque, aunque la medicina estadounidense es la más avanzada del mundo, los estadounidenses no viven más que los europeos o los japoneses.
Un 10% o 15% de la población estadounidenses no cuenta con ningún seguro, pero la mayoría de este sector son inmigrantes ilegales o estudiantes que podrían suscribir un seguro, pero el tema no les interesa o preocupa porque están sanos y creen que vivirán siempre. Diversos factores explican que la medicina estadounidense sea tan cara; por ejemplo, el hecho de que los pacientes juzguen que sus médicos no les han curado y pueden demandarles ante los tribunales, con cuantiosas indemnizaciones por daños y perjuicios: en ciertos casos, bastantes millones. Esta situación lleva a muchos médicos a contratar seguros caros.
Las medicinas son demasiado caras; numerosos estadounidenses las compran en Canadá en lugar de EE. UU., aunque no es legal. Las empresas farmacéuticas alegan que si no fuera por los precios altos, no podrían empeñarse en la investigación de nuevos fármacos. Y, de forma relevante, todo el enfoque de la medicina estadounidense es distinto del europeo: la primera es más preventiva y agresiva. En EE. UU. el sistema médico manda la realización de pruebas caras con mayor frecuencia que en Europa. Los médicos (salvo algunos especialistas) no están excesivamente pagados; un abogado medio gana más. Las facultades de Medicina, de hecho, experimentan dificultades para atraer a estudiantes.
El factor que entorpece la reforma radica en la aversión instintiva de los estadounidenses a lo que llaman “medicina socializada”, aparte de la actual crisis económica. El coste del plan de Obama podría elevarse a un billón de dólares. ¿De dónde se sacarán? Nadie quiere impuestos más altos. ¿Clavarles a los ricos? De acuerdo, pero una situación de crisis no es el mejor momento. Buena parte de los problemas que afronta Obama podrían haberse previsto y también es verdad que no procede achacarle otros en absoluto. Ha heredado dos guerras y la peor depresión económica en 70 años.
Sin embargo, en este mundo cruel seguirá juzgándosele por la forma en que se enfrente a las dificultades. Casi todo el mundo elogia sus discursos, pero a la vuelta del verano llegará la hora de las decisiones y de la acción. Obama necesitará decisión, valentía y también suerte. Hasta ahora se ha beneficiado de la desorganización de la oposición republicana. pero este factor por sí solo no le ayudará a triunfar, porque la desorganización puede extenderse a su propio partido.