A comienzos del otoño de 2007, el sistema financiero mundial comenzó a conocer una crisis inédita en la historia económica, con pérdidas cifradas en billones de euros para el conjunto de las instituciones financieras, quiebras bancarias evitadas por una vigorosa intervención pública, fuertes revisiones a la baja del crecimiento económico de los principales países desarrollados o en vías de desarrollo e, incluso, fluctuaciones sin precedentes en los precios de las materias primas. Así, en tan sólo unos meses el precio del petróleo pasó de casi 150 dólares/barril a menos de 40 dólares/barril.
Esta crisis nos confirma que las malas decisiones políticas estratégicas no muestran sus verdaderos efectos hasta haber pasado muchos años pero, cuando lo hacen, sus impactos son contundentes. Estas malas decisiones políticas —a veces, más que malas políticas, son más bien una ausencia importante de políticas que se deberían haber tomado— suelen estar relacionadas con el gasto en I+D+i, con la productividad de los recursos, con la excelencia de la educación, con la equidad y cohesión social, con el dinamismo empresarial, con las infraestructuras que permiten una economía sostenible, con la mejora de los niveles de democracia, con los principios y valores sociales, con la libertad de expresión, con la lucha contra la corrupción política, etc.
Por otro lado, a todo gobierno, cualquiera que éste sea, si pretende encarar la crisis le será imposible ofrecer unos buenos resultados en el corto plazo. Se necesita bastante tiempo para modificar las actuales y obsoletas reglas de juego y sustituirlas por otras nuevas más de acorde con la economía sostenible. Son razones que conoce bien la oposición política al gobierno pero que las olvida interesadamente porque tampoco le agrada la economía sostenible.
Lo único que le importa al partido mayoritario de la oposición es el poder. Por ello, en la mayoría de los países, el concepto de oposición política sólo consiste en jugar al tiro al plato con el partido del gobierno, para rematarlo cada vez que cometa o le achaquen un error aunque ello dificulte aún más la salida de la crisis. De este modo, con el desgaste del partido del gobierno, la oposición política —de manera gratuita y sin haber aportado ninguna idea, ni proyecto que merezca la pena— sólo tiene que esperar a que el partido del gobierno se desfonde, y caiga como fruta madura, para ocupar las mismas poltronas y no hacer nada tampoco y para servir, igualmente, a los mismos oligarcas.
En efecto, ni el gobierno, ni la oposición política, pretenden hacer nada para salir de la crisis pues ambos son “amigos” de los rentistas del sistema y resulta imposible acabar con la crisis sin acabar con los privilegios de la oligarquía. Igualmente, la construcción y preparación del futuro es un tema siempre secundario. El arte de la política, consistente en el arte que se ocupa de preparar bien el futuro de los países y sus ciudadanos, experimenta un prolongado coma profundo en nuestras sociedades postcontemporáneas. En realidad, hace algo más de veinte años que el arte de la política dejó de aplicarse.
De cualquier modo, siempre hay excepciones como ocurre con el gobierno francés de Sarkozy, que siempre ha contado con la voluntad de construir el futuro de manera diferente. Esta reflexión la ha realizado, a pesar de que cuando se trata de iniciar una seria y rigurosa reflexión prospectiva con respecto al futuro, siempre resulta difícil escoger el momento más adecuado para realizar dicha reflexión prospectiva.
En la práctica, los diferentes gobiernos casi siempre se topan con grupos de presión o lobbies que impiden una reflexión prospectivo estratégica seria. Son grupos económicos poderosos que han penetrado muy bien en los diferentes gobiernos. Están formados por rentistas del sistema a quienes les parece inútil realizar un análisis prospectivo estratégico. Su oposición es incluso hasta visceral y la hacen tanto en los períodos de fuerte crecimiento —cuando una simple prolongación de las tendencias bastaría para alcanzar un horizonte que no venga cargado con nubes de tormenta— como en las situaciones graves de crisis.
Durante los periodos de fuerte declive económico, es cuando las necesidades inmediatas y de urgencia llegar a ser tan dominantes que ocupan todo el tiempo de los responsables de la toma de decisiones, tanto en las instituciones públicas como en las empresas. Muchas veces —y debido a las presiones de los rentistas del sistema— se toman decisiones muy precipitadas que resultan erróneas y muy costosas. Pero lo peor es que nos hacen perder un tiempo precioso para diseñar y poner en práctica las verdaderas soluciones, a nivel de los gobiernos y de las empresas.
En cualquier caso, tanto una buena gestión pública como una buena gestión privada exigen que, en cada momento, se sepa administrar el presente inmediato anticipándose al futuro. De este modo, el futuro por el que apostamos se convierte en la razón que justifica nuestras acciones en el presente y así, evitamos que las crisis nos sorprendan.
En efecto, muchos países como Francia, Rusia, Alemania, Japón, China, etc., se preguntan cómo podrían dotarse de los medios y recursos y de las condiciones necesarias para permanecer influyentes en un mundo cada vez más inestable y cambiante.
Estos países saben que necesitan un proyecto de futuro que atienda el largo plazo dotado de objetivos estratégicos realistas y concretos y que, a su vez, sea un proyecto movilizador. Se trata también de crear un itinerario señalado con flechas para la realización de las consiguientes reformas —muchas de ellas rupturistas con el pasado.
Poco a poco, iremos estableciendo la cartografía de los mapas del futuro y hasta llegaremos a construir un tipo de GPS que nos indique los objetivos que deberán perseguirse con la ayuda comprometida de las políticas públicas que se pongan en práctica. Sin embargo, tropezaremos con los rentistas del sistema —los ‘amiguitos’ del poder— que se opondrán a todo cambio que lesione sus intereses. Al final, gracias a la corrupción política, suelen ganar los rentistas pero, felizmente, ello no siempre pasa.
Cuando no ocurre, es entonces cuando se logra que los países y sus ciudadanos progresen y mejoren sus niveles de calidad de vida y de bienestar social. En caso contrario, se produce la recurrente acumulación de capital y poder en manos de unos pocos. Se crea una burbuja de acumulación oligárquica de riqueza y de poder que da origen a revoluciones y a crisis estructurales, a veces muy traumáticas y que son provocadas, de manera caótica, tras su estallido.
Así es como le debió ocurrir a Francia con la reflexión prospectivo-estratégica que, en la perspectiva del año-horizonte 2025, concluyó este año 2009. La reflexión prospectivo-estratégica se estructuró en torno a los diez desafíos que se consideraron más importantes. Se trataba de retos o desafíos, no de limitaciones, ni tampoco de evoluciones inevitables como es el caso del envejecimiento demográfico. Estos retos también se establecieron en términos de objetivos.
Consistían en objetivos que se consideraba que podrían alcanzarse en función de la coherencia de las políticas que se aplicaran después durante el periodo 2009-20025. En otras palabras, dependería de la coherencia de las estrategias diseñadas para hacer frente a cada uno de estos desafíos. Lo que también quiere decir que se debería imponer una nueva revolución que acabra con los privilegios de unos pocos, al igual que se hizo en 1789 con el clero y la nobleza.
Si ello se cumpliera, ésa sería la Francia que los franceses de hoy les dejarán a sus descendientes en el 2025 y que, si los franceses se esfuerzan con seriedad y entrega en conseguir el escenario apuesta, la Francia del mañana será muchísimo mejor y más dotada que la de hoy para hacer frente a los retos que el segundo cuarto de siglo les depare a los franceses.
‘France 2025? podrá ser una realidad futura de aquella Francia que, con anterioridad, los franceses habrían soñado pero que, en cualquier caso, será muy diferente a la Francia que ahora se conoce. De este modo es como se comprende que los sueños de hoy pueden llegar a germinar la realidad del futuro. Desgraciadamente, este ejemplo es muy limitado, ya que, en otros países europeos y cercanos a Francia, a pesar de la grave crisis en la que viven sus habitantes y de las amenazas que representa el cambio climático, hablar de una reflexión parecida es una tarea totalmente inútil, por no decir imposible.
En estos países, además de la cortedad de miras, de la corrupción política y de la supeditación de las políticas a los rentistas del sistema, se padece una grave enfermedad que considera que lo importante es la acción aunque, paradójicamente, sin ir de la mano de la prospectiva, casi todas las políticas sean improvisadas para finalmente convertirse en acciones ciegas que, muchas veces, dan paso a resultados que agudizan aún más la decadencia social y económica.
Sin embargo, estos hechos tan negativos para las sociedades no me echan atrás. Creo en la esperanza y ello me obliga a no ceder antes las dificultades que se presenten. Por ello, contribuyo con mi limitado esfuerzo, de manera cotidiana —junto a los inmejorables equipos y colaboradores con los que, habitualmente, trabaja SWPI— para que, algún día, pasemos de la mera estrategia basada en las acciones ciegas a otra más inteligente, movilizadora y provechosa que se apoye sobre la reflexión prospectivo estratégica que, al tiempo que se antepone, previamente, a las acciones, también ilumina el camino que hemos de recorrer hacia un futuro que sea sostenible. Un camino que se deberá recorrer de modo coherente y en consonancia con el escenario apuesta por el que, de manera colectiva y comprometida, todos hayamos optado.