La presente crisis hipotecaria que ha hecho tambalearse a las finanzas mundiales y avivado el fantasma de 1929, pone de relieve las insuficiencias del sistema capitalista mundial, actualmente vigente. Quizás muchos se apresuraron a enterrar a Marx demasiado pronto o, simplemente, se niegan a entenderlo.
Dos previsiones de Marx con respecto a la evolución del capitalismo han sido especialmente denostadas por parte de sus opositores. Son las que se refieren al empobrecimiento progresivo de la clase trabajadora y a la autodestrucción del Capitalismo. Valorar el análisis realizado por el diseñador del materialismo dialéctico por la manera concreta en que han evolucionado Economía y Sociedad desde que Marx lo diseñó, para concluir que las previsiones de éste han fallado, puede resultar prematuro. Marx, es cierto, realizó su análisis calculando la evolución de los factores socio-económicos de que disponía a la vista. No se encontraban ante sus ojos -y en consecuencia no podía tenerlos en cuenta- infinidad de factores futuros de índole socio-económica que terminarían por irrumpir en el proceso y evolución de la economía.
En el esquema de la plusvalía de Marx los dos polos sobre los que gira la contradicción dialéctica son el proletariado y los mismos capitalistas. Las necesidades de expansión de éstos llevan al empobrecimiento progresivo de los trabajadores de manera indefectible. Lo cierto es que las sociedades industriales han parecido escapar hasta el momento a tal fatalidad. Sin embargo, resulta innegable que ha tenido lugar una intensificación de la acumulación capitalista que ha superado cualquiera de los cálculos imaginados hace unas décadas. Tal acumulación ha tenido como paganos a los países y poblaciones de todo el orbe terráqueo a quienes les ha tocado la desgracia de no pertenecer al mundo desarrollado. Es cierto, el empobrecimiento no ha afectado de una manera generalizada a las clases trabajadoras de las naciones pertenecientes al mundo avanzado, pero sí a la inmensa mayoría de los países hasta ahora pobres.
Se puede considerar como uno de los logros económicos más exitosos la desagregación de los valores de uso y de cambio existentes en principio en toda mercancía. El invento del dinero -papel moneda- como simple valor abstracto representa un instrumento insoslayable en la transferencia de mercancías y servicios de todo tipo en el marco de las economías contemporáneas. A pesar de todo este sistema representa un grave riesgo. Al constituir un valor en sí mismo, universalmente aceptado, encierra el peligro de que los individuos tiendan a considerarlo como el único valor, con gran capacidad de almacenamiento y más fácil de manejar. No se puede perder de vista que el papel moneda carece de cualquier otra utilidad que la de representar un valor, únicamente útil en la medida en que le es reconocido por los estados. Estos y los bancos centrales tienen la capacidad de manipularlo. El papel moneda incluye otro riesgo más serio, si cabe. Es un valor sujeto a la ley del mercado, con la particularidad de que carece de cualquier utilidad concreta, al estar desprovisto del valor de uso de las mercancías y no ser útil en la satisfacción de necesidades concretas.
En toda mercancía -o bien- aparecen dos facetas. Una de ellas es su producción, la otra su utilización. La economía se refiere, principalmente, a estos dos aspectos; quién elabora y quién posee la mercancía. La posesión constituye el principal afán de los humanos y en las economías monetarias actuales el dinero permite acceder al mayor grado de posesión. Se explica de este modo el interés en acumular este valor de cambio, convertible en valor de uso. Quienes se encuentran en posición social y política de privilegio se esfuerzan por conseguir la máxima acaparación de este valor. Se puede contemplar a las élites sociales en una carrera desenfrenada por acaparar. El peligro se encuentra en que la acaparación -acumulación de capital- no crea bienes de uso, capaces de satisfacción. El valor de cambio puede aumentar cuantitativamente de modo infinito, pero la realidad de la economía se sitúa en el valor de uso, la capacidad de los bienes y servicios concretos de llenar las necesidades humanas. Por el camino de la acumulación de dinero se llega, así, a un desajuste entre valor de cambio y de uso. Las economías abiertas que ha universalizado la globalización implican en este peligro al conjunto de la Humanidad.
En el momento presente aparecen hechos que recuerdan la famosa crisis de 1929. Surgida también de una especulación que movió a actuar a los inversores como al conductor insensato; el que ufano de la velocidad que ha alcanzado, estima que no corre riesgo en acelerar aún más; al final la realidad puso las cosas en su sitio. No parece que se hayan modificado las pautas de comportamiento de las élites económicas. Se corre de manera ciega hacia los valores de cambio. Éstos pueden seguir aumentando de manera infinita, pero tal crecimiento incide de forma convulsa sobre la producción de bienes y su distribución, convirtiendo en un simple número el valor de cambio que funciona de una manera autónoma en el dinero y colapsando la actividad económica. Las leyes del mercado son las responsables de tal desaguisado. No deja de ser llamativo que el ser humano, dispuesto a controlar todos los factores que la naturaleza a puesto en frente de él, se declare impotente ante lo que es una de sus creaciones más relevantes, como sucede con el mercado y, a decir verdad, no parece que los defensores de tal planteamiento tengan mucha razón. Les gusta hablar a éstos de …mano invisible del Mercado…, pero, si el mercado es tan perfecto, existen motivos para pensar que tendrá dos manos, cuando menos. ¿Dónde se encuentra y por qué algunos se niegan a ver la mano visible? Está claro que en las organizaciones estatales.
A decir verdad, no abrigo la menor esperanza en que las élites político-económicas mundiales intenten modificar su conducta. Pero esa actitud no va a resolver los problemas de la pobreza, ni impedirá, por lo demás, que el sistema económico mundial se encuentre abocado a las convulsiones que sacuden la estabilidad del Mundo desarrollado. Se ha impuesto un sistema que privilegia la acumulación en uno de los polos de las sociedades ricas. Las ventajas derivadas de la disminución de los costes productivos, favorecen permanentemente la concentración de riqueza en el citado polo, gracias a la existencia de las grandes áreas de pobreza que existen en el Globo terráqueo. Los grupos productivos del mundo desarrollado ven disminuir su participación en el reparto de la riqueza. Por lo demás ¿quién puede asegurar que en una de estas grandes convulsiones de aceleramiento de la economía y frenazos bruscos representados por las crisis no termine por desplazarse la carga y provocar un accidente? Algunos parecen no creer en tal posibilidad. Yo me pregunto, ¿verdaderamente se equivocó Marx?