El llamado Libro de Armería del Reino de Navarra es un armorial o libro donde se registraban los escudos de armas de los linajes nobles del reino. Aunque este registro tenía un origen remoto, el compendio que hoy se conserva data del siglo XVI, toda vez que el libro antiguo desapareció tras la conquista española de Navarra, en unas condiciones misteriosas y dramáticas. En esta nómina de clanes navarros hay una treintena de escudos pertenecientes a otras tantas torres de linaje guipuzcoanas, lo cual atestigua la importancia y la presencia de este territorio en el antiguo reino navarro. No obstante, antes de entrar en materia, es conveniente que aclaremos algunos términos.
¿Qué eran los Palacios de Cabo de Armería?
Se trataba de una categoría jurídica, que daba preeminencia a los más antiguos linajes de la nobleza sobre el resto de las casas solariegas e infanzonas navarras. En origen, estos clanes habitaban en torres de piedra y/o madera, que se encontraban estratégicamente ubicados para garantizar un control efectivo del territorio. Además, en muchas ocasiones, estas torres se mantenían unas a la vista de otras para asegurar la comunicación por señales, y aún podían ser subsidiarias respecto a castillos reales, creando una serie de “resortes” defensivos muy eficaces. Vemos un claro ejemplo de uno de estos sistemas defensivos en las torres baztanesas y del Bidasoa (Arraiotz, Zozaia, Irurita, Arizkun, Donamaria…), que se disponían de manera escalonada ante los castillos de Amaiur y Orraregi. Otros sistemas análogos se encuentran en el entorno de antiguos castillos reales como Leguin, Monreal, Tiebas, Guerga, etc.
De esta manera, los Palacios de Cabo de Armería (en adelante, P.C.A) contribuían efectivamente a la seguridad del reino, al tiempo que afirmaban la existencia de un poder central organizado en cada uno de los valles y villas.
¿Cuál es el origen de estos palacios?
En la actualidad, subsisten edificios góticos, renacentistas, barrocos y aún posteriores que ostentan la titularidad de P.C.A., aunque en origen todos ellos serían torres medievales de aspecto guerrero, rodeadas muchas veces de fosos, con adarves defensivos, saeteras, puentes levadizos y, en no pocos casos, con esbeltos cadalsos de madera, como los que aún se ven en Arraiotz y Donamaria.
En cuanto a su origen, no han faltado explicaciones asombrosas. Para Argamasilla de la Cerda (1899), los P.C.A. eran las torres de los caudillos baskones que iniciaron la Reconquista. Altadill los llevaba más allá, diciendo que surgieron en las luchas de los vascones contra Roma. En un informe solicitado por el rey español Felipe V, en 1723, se decía, de manera más realista, que el origen de los dichos palacios es imposible asegurarlo por su grande antigüedad, que excede a cuantos instrumentos se hallan en el archivo de este tribunal. Sí se decía, no obstante, que se trataba de palacios de mayor lustre y esplendor, que han sido y son casas solariegas de la primera nobleza y distinción sobre otras nobles y de solar conocido.
Debemos concluir que no es posible adivinar cuándo surgió esta categoría. Los autores actuales se limitan a decir que existían ya para el siglo XIII, aunque lo más probable es que surgieran como auxiliares de los castillos reales, al mismo tiempo o poco después que ellos. Lo que sí es seguro es que constituyeron el primer núcleo de la nobleza navarra, el más antiguo y genuino.
¿De qué prerrogativas disfrutaban estos clanes?
Los titulares de estos P.C.A. acaudillaban a los vecinos de la villa o valle en caso de guerra, para lo cual convocaban el “apellido” o movilización general. Debían además asistir a las Cortes del reino cuando se les llamara, representando al brazo militar del reino. Ostentaban importantes exenciones en el terreno fiscal, además de otros privilegios económicos más difíciles de sistematizar o computar. En el terreno social y religioso también tenían preponderancia, pues ocupaban lugares destacados en las procesiones, en la iglesia y hasta después de la muerte, en los enterramientos.
Tras la conquista española (1512-1521), este primitivo significado se fue diluyendo. En primer lugar, entraron a formar parte de ella algunos linajes advenedizos, castellanos fundamentalmente, aunque no faltaran aragoneses y aún de otras latitudes. En no pocas ocasiones estos nuevos registros eran, además, personales, rompiendo el sentido originario navarro, en el que figuraba un linaje vinculado a un palacio. Por último, y dadas las penurias económicas de la monarquía española, en los siglos XVI, XVII y XVIII se dio un proceso de venta de prebendas, por el cual se otorgaba un puesto en la nómina de P.C.A. a cambio de una cantidad de dinero. De esta manera se constituyó la lista, tal y como nos ha llegado, aunque aún es posible, como luego veremos, vislumbrar cuáles fueron los palacios que formaron la lista originaria, antes del citado proceso inflacionista.
Los P.C.A. guipuzcoanos.
Como parte del reino de Navarra, Gipuzkoa colaboró en su defensa de manera activa, hasta que la política imperialista de Castilla partió en dos el reino en 1200. Incluso en aquel trance, tras la penosa toma de Vitoria, los castellanos tuvieron que hurtar los castillos navarros de Gipuzkoa, entre los que se citan Ataun, Ausa, San Sebastián, Beloaga de Oiartzun y Hondarribia cuya fortaleza, levantada en 1190 por Sancho el Fuerte, se llama hoy, de manera injusta, “Parador Nacional Carlos V”. Conforme al esquema defensivo del reino, es muy posible que aquellos castillos guipuzcoanos estuvieran flanqueados de torres subsidiarias, que quedarían en manos de familias nobles, y que pasarían luego a ser considerados P.C.A.
Tras la conquista de 1200, la reivindicación navarra para reintegrar sus territorios pervivió largamente, e incluso algún rey castellano intentó aligerar su conciencia, disponiendo en su testamento que los territorios usurpados volvieran al rey de Navarra, aunque tales disposiciones nunca se llevaron a cabo. Por otro lado, varios autores han demostrado ya que, tras la invasión de 1200, algunos importantes linajes de la Navarra occidental, como los Gebara alaveses o los Amezketa guipuzcoanos, siguieron teniendo vínculos importantes con la monarquía navarra, a la que prestaron importantes servicios. Esta vinculación se aprecia incluso en la mitología y en las leyendas que los clanes mantenían sobre su propio origen. Así, los señores de Berastegi sostenían que el origen de sus armas (perros y jabalí), provenía de haber servido como montero del rey de Navarra uno de sus primitivos señores. Y los Larrea, que tenían su torre señorial en Amasa, mantenían que uno de sus antepasados, Iñigo de Lana, había sido ennoblecido por el mismísimo Iñigo Arista, primer rey de Navarra, a quien había servido como abanderado de su ejército.
Esta vinculación “moral” con el reino matriz debe estar en la base de la importantísima presencia que los clanes guipuzcoanos tuvieron en el Libro de Armería del Reino de Navarra (en adelante, L.A.R.N.). Durante los siglos XIV y XV la correspondencia mantenida por los palacianos guipuzcoanos dejó numerosos rastros en los archivos navarros, donde se recogen los sellos personales de los parientes mayores guipuzcoanos. Todavía en 1529, Iñigo Ladrón de Cegama solicitaba a la Real Corte de Navarra una sentencia de nobleza, por ser descendiente del citado palacio de cabo de armería.
Ubicación de los palacios guipuzcoanos en el L.A.R.N.
Tradicionalmente se da por bueno que la larga nómina de palacios de cabo de armería tuvo una primera versión, la más antigua, que abarcaría los primeros registros del armorial, ocupando los números 1 al 99. El resto de ellos se habrían ido incorporando durante los siglos XIV y XV. Si eso es así, como acepta, entre otros, J.J. Martinena, nos encontraríamos con 5 linajes guipuzcoanos entre los más antiguos palacios navarros, los correspondientes a los clanes Agirre, Emparan, Lazkano, Loiola y Berastegi. Tras ellos, otros 21 palacios figuran dentro del gran “corpus” de palacios del armorial, entremezclados con el resto de linajes navarros, sin distinción alguna salvo la de señalar su ubicación en Guipúzcoa, de forma análoga a como se señalan los que tienen su emplazamiento en la Baja Navarra, que permaneció bajo la monarquía navarra hasta el final. Un único registro guipuzcoano tiene una adscripción personal, modo que, como ya se ha dicho, no procedía de la tradición navarra y que debe ser por tanto considerada tardía. Se trata de la del Conde de Oñate, título instituido en 1469 en la persona de Iñigo Vélez de Guevara.
Los palacios guipuzcoanos del L.A.R.N., hoy en día.
Como ocurrió con los palacios señoriales del resto de los territorios navarros, las torres medievales guipuzcoanas sufrieron en sus muros los avatares de la historia, siguiendo muy diversas suertes. Tras protagonizar el ciclo banderizo entre oñacinos y gamboínos, paralela a la de los beaumonteses y agramonteses de la Navarra oriental y continental, algunas fueron abatidas en aquel u otro momento, y su memoria se ha perdido. En otros casos, como los de Berastegi, Zerain o Balda, las otrora fieras torres se adaptaron a nuevas funciones y hoy tienen el aspecto más amable de caseríos o casas de labranza, aunque muestren aún su puerta ojival y algunas saeteras. Más fiel a su aspecto original permanece la torre de los Ugarte en Oiartzun, incluyendo puerta alta, ventanas geminadas y las ménsulas de su antiguo cadalso de madera. La torre del antiguo linaje de los Zarautz ha pervivido como campanario de la parroquia, aunque mantiene su traza guerrera, y recientemente ha sido adaptada para su destino como museo de la localidad, aprovechando los interesantes restos de su subsuelo. Otros casos, como los palacios de Lazkano, Loiola y Emparan se reedificaron en estilos arquitectónicos posteriores y no se reconoce hoy traza alguna de su fisonomía original medieval.
Sea como fuere, los edificios citados en el presente artículo son un testimonio más de la vinculación de este herrialde al Reino de Navarra, y hoy en día forman parte del más genuino paisaje guipuzcoano, junto con el resto de las torres medievales que nunca formaron parte del L.A.R.N. Esperemos que estas líneas contribuyan a su puesta en valor, y a mantener viva la memoria de todas ellas.