Trafalgar y Noain

Estos días han venido a coincidir las conmemoraciones de dos grandes batallas históricas, la de Noain y la de Trafalgar. De la primera han pasado 484 años, de la segunda van a ser 200. En la primera fue derrotado el ejército navarro y en la segunda la alianza franco-española. Una fue en tierra y la otra en la mar. Una se conmemora por los vencidos, la otra por los vencedores. En este país nuestro en el que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo llamarlo (Vasconia, Euskadi, País de los Vascos, Navarra) estamos demasiado acostumbrados a conmemorar derrotas. Nos apuntamos hace ya tiempo a aquel eslogan contracultural:«De derrota en derrota hasta la victoria final». Y así nos va.

En cambio, los herederos del imperio británico no se cansan de conmemorar sus triunfos: La II Guerra Mundial, el aplastamiento de la nación irlandesa, la Champions del Liverpool y ahora la batalla de Trafalgar. Esta última vino a significar el inicio de la decadencia del todopoderoso imperio español, el comienzo de las luchas de independencia de sus colonias americanas, el principio del fin. Había habido otras derrotas dolorosísimas, como la que les infringieron los portugueses en Aljubarrota, pero de Trafalgar siguen sin reponerse.

Lo más triste es que damos la impresión de que tampoco nosotros, herederos del Reyno de Navarra, nos hemos repuesto de la derrota de Noain, allá por 1521. También sufrimos otras con anterioridad, y hubo anteriormente desgarramientos del territorio nacional muy apreciables, pero lo que se dilucidó aquel 30 de junio en las afueras de Iruñea fue mucho más que una simple batalla. Significó la entrada en una época de abatimiento nacional, de pérdida de nuestra memoria como pueblo, de nuestra lengua, de las que tan sólo nos podremos recuperar el día en que recuperemos nuestra estatalidad. El día en que, en igualdad de condiciones con el resto de naciones del continente, la bandera del Estado europeo de Nafarroa ondee en Bruselas, en Nueva York, allí dónde se decidan en ese momento los asuntos importantes.

Puede que todo sea una mera ilusión, producida por el bochorno, compartida por un puñado de visionarios. Pero puede que ahí resida la clave para que el tan manoseado conflicto político vasco se desenrede de una vez por todas. Nos guste más o menos, sólo con un verdadero estado propio podremos asegurar la pervivencia en el futuro de eso que también llamamos Euskal Herria.

Gara