Si deseamos un futuro enmarcado por un definitivo reconocimiento internacional del pueblo vasco como nación independiente debemos avanzar en el día a día con ese objetivo como meta final, con las ideas claras y transmitiendo a las generaciones venideras nuestros principios básicos.
Pero para tan siquiera imaginar tal objetivo en nuestras ajetreadas vidas habremos de atravesar primeramente un largo proceso de reflexión, aprendizaje y adaptación a una nueva situación cuyo efecto se haría notar sobre todo a nivel social. Somos sin saberlo poseedores de una base firme sobre la que avanzar hacia dicha meta, una base histórica-cultural innegable que nos facilitaría no solo el camino a recorrer, si no que sostendría nuestras ideas, disminuiría las diferencias y anularía las inseguridades. No obstante, la existencia de dicho conglomerado de hechos históricos y características culturales no es en la actualidad más que una razón más para aumentar las grietas que sufre la sociedad vasca y de la que se deduce la dificultad primera de homogeneizar la visión que los vascos tienen de su pasado histórico y cultural.
Una mayor y mejor comprensión de los hechos vendría dada por una toma de conciencia por parte de la sociedad vasca, por un autoanálisis sobre lo que somos, lo que hemos sido y sobre lo que por derecho nos corresponde. Partiendo de esa autorreflexión y teniendo presentes nuestros rasgos culturales e históricos, debería de resultarnos mucho más sencillo limar las diferencias entre pareceres que están minando nuestras bases sociales. Por contra, la cohesión de opiniones y puntos de vista con respecto a determinadas circunstancias históricas iría creando una idea homogénea y subconsciente de lo que es ser y pertenecer al pueblo vasco, permitiendo a todos y cada uno de nosotros mantener una relación que fuera al mismo tiempo general y personal con un todo, el de concepto de nación vasca.
Finalmente y reconociendo la dificultad de producir todos estos cambios de una manera no impositiva, sino natural, serían las nuevas generaciones las que verían hecho realidad ese reconocimiento de los derechos hoy en día vulnerados del pueblo vasco. Generaciones a las que habremos de legar los cimientos de la nueva situación social y la responsabilidad de mantenerlos inalterables, siempre y cuando el fin sea el mismo para aquellas. Nuestras intenciones y propósitos no tienen por qué ser los mismos para nosotros que para nuestros hijos, pero aleccionar sobre lo ocurrido en el pasado y lo deseable para el futuro podría ser una buena forma de abrirles camino a la hora de tomar las riendas de su destino como partes integrantes de la nación vasca. Aceptar la herencia o ningunearla será decisión de ellos y de esta dependerá que la sociedad vasca vuelva a ver sus bases rotas o el objetivo finalmente alcanzado.
Sin embargo, y llegados a este punto, muchos de nosotros no podríamos evitar echar mano del diccionario y zanjar el asunto con dos únicas palabras que nos librarían de sufrir constantes desilusiones y resultados harto frustrantes: conflicto irresoluble.