Más allá de la obviedad, el territorio es un elemento clave en la construcción cotidiana de la convivencia. Es, por descontado, el espacio donde una sociedad se sitúa; donde circulan sus gentes, donde se levantan las casas que habitan, donde trabajan la tierra, establecen sus negocios y propiedades, donde fijan sus primeros horizontes… Pero también es el marco geográfico donde se imponen sus leyes, sus gobiernos e instituciones, que valen sólo para el país que dibujan sus fronteras. Un milímetro más allá de estos límites territoriales cambian las normas y autoridades. El territorio es el suelo de donde todo grupo humano extrae sus primeros recursos, el mapa humano donde planifica su futuro y establece sus objetivos y prioridades (escuelas, vías de comunicación y aprovisionamiento, gestión de desechos y residuos, establecimiento de servicios…).
También el territorio es un componente básico de la identidad de sus gentes: escenario de la memoria histórica, en él están marcados los hitos, batallas y acontecimientos que han señalado su destino hasta el presente. Pero, por debajo de esta visión épica, de grandes gestas, reyes y revoluciones, en una lectura más modesta pero real de la historia, es el lugar de trabajo, de modos de vida y costumbres, estilos y tradiciones arraigados en la propia tierra (pensemos en la arquitectura de la casa navarra, en el caserío…). En la geografía que habitamos se dibuja el paisaje de nuestro imaginario, personal y colectivo, la toponimia, la diversidad de lugares simbólicos, afectivos y significativos…
Por destacar un aspecto que revela hasta qué punto el territorio conmueve nuestra existencia y forma parte de nosotros, de nuestro ser interior, no hay más que pensar que también es el espacio de difusión de una lengua, ese soporte de nuestro pensamiento y nuestro ser subjetivo. La lengua, con el territorio que abarca y la gente que lo humaniza, define nuestro universo mental más propio y familiar, nuestro mundo.
La actividad, planificada, de la sociedad sobre ese espacio geográfico, con fines y criterios societarios, económicos, ecológicos, pero también culturales y simbólicos, se conoce como Ordenación del Territorio. Es, en palabras de un especialista, “la expresión espacial de la política económica, social, cultural y ecológica de toda sociedad”.
Pero el territorio no es un lugar abstracto, un espacio plano, sin laberintos ni pliegues. Al contrario, es un lienzo sobre el que la comunidad escribe su recorrido, y viene dejando un rastro profundo desde mucho tiempo atrás, con modos de vida y de explotación cambiantes, distintos. De esa manera el territorio carga con las heridas del pasado, con el tejido intrincado, urdido por la historia, con las trincheras, las discontinuidades, los lugares de paso interesados o mal elegidos, los rotos, las fronteras…
Para que comprendamos el lugar que el territorio ha ocupado en nuestro pasado inmediato, en nuestro entorno continental europeo, pensemos que los conflictos bélicos más sangrientos han sido, todos, de carácter territorial: invasiones, ocupaciones, imperios, fronteras en litigio… Y no perdamos de vista el hecho de que detrás de esos conflictos territoriales se esconden grandes intereses. De hecho, uno de los principales motivos de la construcción europea actual es la voluntad de superación de estas disputas de siglos, y la consecución de tales intereses por vías negociadas, pacíficas, comerciales.
Como digo la OT es una actividad planificada, con criterios, perspectivas de futuro y objetivos. Pero, ¿quién decide esa planificación? ¿Con qué miras e intereses? ¿Quién piensa el país? ¿Quién, el territorio? Y otra cuestión no menos importante: ¿sobre qué territorio nos situamos? Para algunos, interesadamente, la OT es una función local, del municipio; algo absurdo si se comprende que esta relación de la población con su geografía sólo se puede entablar y entender en términos globales, de una comunidad en su conjunto. Con una dimensión de Estado. E incluso, en muchos aspectos, más lejos aún, en un contexto europeo.
Sin ir más lejos, nuestro país está dividido por líneas estructurales profundas, por fronteras y administraciones que desvertebran nuestra sociedad y la condenan a una relación conflictiva, fracturada, desnaturalizada con el territorio (y en ello consigo misma).
Los grupos Nabarralde y Gaindegia organizan para el día 29 de septiembre, en el Baluarte de Iruñea, una jornada de reflexión y debate sobre la ordenación del territorio en nuestro país. Se han celebrado muchos seminarios y conferencias sobre este tema, en otros momentos, desde las instituciones y las autoridades, pero nunca se ha cuestionado, de forma abierta y explícita, este escenario desmantelado que constituye nuestro marco territorial. La jornada del 29 de septiembre es una buena ocasión para pensar en cómo construimos nuestro futuro.