Los acontecimientos que sacudieron las calles palestinas hace unas semanas, y que todavía sigue dando coletazos en forma de medidas presidenciales y supuestas renuncias, no obedecen al guión de la mayoría de artículos y reportajes que nos han estado bombardeando desde entonces. Lejos de encontrarnos ante enfrentamientos entre “extremistas y moderados”, “islamistas y laicos”, los cruentos hechos arriba mencionados obedecen más a la lucha por el poder que mantiene dentro de Al Fatah las diferentes familias y corrientes que coexisten en su seno.
Se trata sobre todo de una minoría, que aprovechando el apoyo de actores extranjeros (la Unión Europea, EEUU, Israel, Egipto, Jordania.), buscaría mantener sus privilegios y su status quo, aun a costa de ampliar y mantener el sufrimiento de la mayoría de la población palestina.
Presentar todo ello pues como un enfrentamiento entre Hamas y Al Fatah en opinión de algunos analistas sería “simplificar mucho un problema más complejo”. Y en esa línea entraría las diferencias y tensiones que se suceden estas semanas dentro de Al Fatah, y que interesadamente se ocultan en los medios occidentales. Los seguidores del difunto Abu Amar (Yasser Arafat) se oponen al giro estratégico que estaría impulsando la facción liderada por Mohammed Dahlan, conocida con el sobrenombre de “grupo Dayton”, ya que su apoyo y financiación procede directamente del general norteamericano del mismo nombre.
Las críticas internas a esas posiciones colaboracionistas se han sucedido, y recientemente, un líder veterano como Farouk Al-Qaddoumi señaló que “la OLP de hoy en día es una organización ilegal e ilusoria. Además, su comité ejecutivo no es representativo y no tiene derecho para neutralizar órganos electos como el Consejo Legislativo Palestino”. Además, al mismo tiempo, varios dirigentes de las Brigadas
Al-Aqsa han rechazado el llamamiento de Abbas para disolverse y entregar sus armas, argumentando que mientras dure la ocupación israelí mantendrán sus estructuras.
El apoyo del presidente palestino a Dahlan podría haber llegado a su fin, de ahí tal vez la “renuncia” de éste a sus cargos, interpretada como algunos como una tabla de salvación para el propio Abbas, cada día más desprestigiado ante su propio pueblo por sus maniobras y sus apoyos locales y extranjeros.
Recientemente se han ido publicando en la prensa árabe documentos que señalan el papel colaborador de Dahlan con las agencias extranjeras. Así, tras la maniobra de Hamas en Gaza se han hecho públicos documentos en poder de los Servicios de Seguridad palestinos, controlados por hombres de Dahlan, y en los que se recogen comunicaciones con oficiales norteamericanos, listas de seguimientos de líderes de Hamas y Al Fatah, miembros de Hamas para “ser asesinados”. Y además hace unas semanas se supo de las intenciones del propio Dahlan de apoyar un plan de EEUU para boicotear el triunfo electoral de Hamas. O la carta del propio Dahlan al ministro de defensa israelí en el 2003, donde se ofrecía a terminar con Arafat, y a cumplir las promesas que realizó delante de Bush.
Otra prueba de las maniobras de Dahlan la encontramos en su relación estrecha con el clan de la familia Dagmoush en Gaza, que han mantenido secuestrado al periodista de la BBC Alan Johnston, y que finalmente ha sido liberado por fuerzas de Hamas y a pesaar de los intentos de los hombres de Dahlan por evitarlo.
La estrategia de Mahmoud Abbas se vuelve a mostrar como un claro error de estrategia, y sus movimientos se muestran cada día más como una carrera hacia el desastre que como la búsqueda de soluciones para su pueblo. La coincidencia de las propuestas del presidente palestino con las formuladas desde Washington, aplaudidas por Israel, y seguidas como fieles lacayos por los aliados europeos de EEUU y los regímenes colaboracionistas árabes, con Egipto y Jordania como claros exponentes, significan repetir la historia y con ella los mismo errores. Cada vez que esos actores extranjeros han maniobrado en torno a los asuntos palestinos, la respuesta de este pueblo se ha vuelto con el efecto contrario. Siempre que Israel ha intentado dividir y fragmentar al movimiento palestino se ha encontrado con una resistencia más fuerte y con un apoyo popular hacia ésta todavía mayor.
La alfombra palestina necesita una importante sacudida para limpiar toda la suciedad que se está acumulando bajo ella. El presidente palestino es una marioneta de EEUU e Israel (como lo son también los aliados árabes y europeos), Hamas, Al Fatah y otras organizaciones palestinas tienen el mismo objetivo, “acabar con la ocupación, la libertad de los presos políticos, el derecho al retorno para todos los palestinos y al libertad para ser una nación segura y libre, igual que el resto de naciones, con sus propias fronteras y su paz”.
Los dirigentes de Hamas han manifestado su disposición a trabajar en ese camino, aceptando que la base para el diálogo podría estar en el reciente acuerdo de la Mecca, en el del Cairo del 2005 o el de la Conciliación Nacional Palestina del año pasado. Además aceptarían la supervisión de países árabes y de todo aquel dispuesto a actuar de buena fe.
En el acuerdo de la Mecca, se recogían entre otros tres puntos clave, la formación de un Gobierno de Unidad nacional, la reforma de los actuales sercitos de seguridad, al tiempo que se ponía en marcha un nuevo plan de seguridad para los territorios palestinos, y finalmente, la reforma de la OLP y un nuevo acuerdo político en torno a la estructura política palestina. El primer punto pone muy nerviosos a Washington y Tel Aviv, mientras que el segundo se enfrenta con el rechazo de los cuadros del “grupo Dayton”, de ahí y siguiendo el guión preestablecido (embargo económico, pronunciamientos públicos contra el gobierno de Hamas, intento de acabar con el gobierno electo.) no es de extrañar que esos elementos buscarán una especie de “golpe de estado” con la colaboración de Abbas y otros dirigentes de Al Fatah.
La comunidad internacional, la misma que dice defender “la democracia y sus valores” debe comprender que de perseverar en su intromisión, serán cada vez más lo que vean a esas propuestas como una mera burla a la inteligencia de los pueblos, al tiempo que da más argumentos a aquellos “que no aceptan el uso de ese sistema, que no quieren trabajar en él y que su única solución es quemar el sistema”. Y sobre todo, desestabiliza todavía más una ya delicada región.