YA por el año 1200, Alfonso VIII de Castilla se dio cuenta de que Navarra estaba perdiendo su personalidad histórica y las esencias propias del viejo Reyno. De inmediato puso sus tropas en marcha y, por el bien de Navarra, invadió las tierras de Araba y Gipuzkoa. El castellano tuvo que someter a la ciudad de Vitoria/Gasteiz a un asedio de nueve meses ya que los vitorianos se resistían a dejar a Navarra en paz. Por fortuna, la acción de Alfonso VIII permitió evitar que los vascos introdujesen una cuña muy peligrosa en la estructura política del reino, salvando a así las esencias de Navarra.
En 1483 los Reyes Católicos, muy preocupados por cómo estaba empezando a perder de nuevo sus esencias Navarra, decidieron reunirse con todos los grandes señores del reino en Santo Domingo de la Calzada. Por el bien de todos los navarros ofrecieron a agramonteses y beaumonteses el oro y el moro (entonces no había una presidencia del Parlamento de Navarra vacante), los sobornaron con magnificencia, pero siempre con la humilde intención de hacerles entender que Navarra era Navarra y que estaba comenzando a perder sus esencias históricas. El plan era muy simple, las Cortes de Navarra debían dar un golpe de Estado en caso de que la regente eligiese como esposo de la futura reina a alguien que no fuese familia de los Reyes Católicos. Por desgracia para Navarra el plan fracasó.
Los pobres navarros tuvieron que esperar hasta 1512 para volver a recuperar sus esencias y su navarridad. Menos mal que allí estaba la Corona de Castilla para poner las cosas en su sitio y afirmar, como siempre lo ha hecho, que “Navarra es Navarra”. Con un gran esfuerzo, pocas veces reconocido, se invadió al viejo Reyno (por su bien, evidentemente) con un ejército de 14.000 hombres, se expulsó a sus reyes y se puso a Navarra dentro del escudo de la Corona de España. Los navarros pudieron respirar tranquilos porque ya se habían convertido en lo que siempre habían querido ser aunque no lo sabían: Navarra era Navarra… y España.
No lo tuvo fácil la Corona de España. Su amor por Navarra era tal que el propio FerFfueros y la singularidad de Navarra con la mayor de las devociones. El mismo día que Fernando ratificaba esta promesa en un documento, firmaba otro por el que imponía como gobernador del castillo de Amaiur a un castellano. Con todo el dolor de su corazón Fernando se vio obligado a ejecutar su primer contrafuero el mismo día que ratificaba respetar los fueros. ¡Navarra, qué egoísta has sido siempre! España salvaguardando tu navarridad con enormes sacrificios y tú quejándote por tonterías.
Hasta el propio Carlos V tuvo que ponerse manos a la obra tratando de salvar la navarridad de los díscolos navarros. Hacia 1529-1530 abandonó la Baja Navarra dejándola en manos de su legítimo soberano. Hay que imaginarse cómo lloró al desgajar arbitrariamente una parte del reino de Navarra y al negarles su nacionalidad a los bajonavarros.
Pasaron los años y España comenzó a darse cuenta de nuevo de que Navarra estaba comenzando a perder sus esencias más ancestrales. Ni cortos ni perezosos los buenos españoles decidieron que a Navarra ya no le hacían falta los Fueros. La Ley Paccionada de 1841 convirtió a Navarra en una provincia más del reino de España, se instauró el servicio militar obligatorio, desaparecieron las fronteras, las Cortes del Reino y su libertad jurídica y legislativa. Por fortuna para los navarros, España se había dado cuenta de que no necesitaban ya de esas viejas leyes que sólo servían para evitar que Navarra fuese Navarra.
En 1982 los buenos españoles, y los mejores navarros, decidieron que Navarra necesitaba un nuevo impulso para mantener sus esencias y su navarridad. Pusieron todo su empeño en ello y así parieron el Amejoramiento del Fuero, una mezcla de foralidad y Estatuto de Autonomía que puso muy contentos a todos los navarros. Tan contentos se pusieron que los propios dirigentes de Navarra y del Estado se dieron cuenta de que no hacía falta ratificar esta norma por vía de un referéndum popular. Que Navarra es Navarra ya lo sabía todo el mundo, por lo tanto no hacía falta que los navarros se molestasen en aprobar sus propias esencias.
En el año 2004 el presidente del Gobierno foral, Miguel Sanz, descubrió que la navarridad más navarra de Navarra (¡toma ya!) estaba en peligro. Un hombre de esforzado espíritu, amplitud de miras e inteligencia sin igual como él no podía callar ante el peligro de una invasión proveniente de las tierras vascas. De inmediato solicitó la derogación de la Disposición Transitoria Cuarta alegando que: “No es lógico que la comunidad más histórica de España esté sometida de forma permanente a una espada de Damocles, por la que en un momento, que espero que no pase, en el que la ciudadanía se vuelva loca y se consiga mayoría absoluta en el Parlamento, decida configurar otra realidad política con Euskadi. No lo podemos consentir”.
Sanz demostró con esta frase su gran talante democrático y, sobre todo, su respeto por las esencias de Navarra. Aquéllos que querían cambiar el estatus de Navarra eran unos tarados, unos locos, gente enferma que acabaría con la pureza y virginidad de la Navarra esencial. Menos mal que ahí estaba, y está, UPN para recordar a todos los navarros, enfermos incluidos, que las esencias de Navarra han estado a lo largo de la historia salvaguardadas por España y por los buenos navarros (o sea, ellos).
Este artículo se lo dedico al PSN, de quien he tomado el magnífico eslogan, y al alcalde de Sartaguda, un fusilado más.