¿Dónde está el problema?

El hecho más positivo que deriva del actual momento político, al que algunos consideran de confusión, lo constituye la decisión que aparece en esta nuestra sufrida sociedad navarra por encontrar una solución al conflicto histórico y presente que nos sacude. Por una parte, es un clamor, casi total, el que reclama a la organización armada E.T.A. que haga mutis por le foro, como se suele decir. Y es que nuestra sociedad se encuentra saciada de tener que aguantar la inutilidad de una estrategia, que no tiene otra virtualidad que impedir la configuración de una alternativa política cohesionada frente a nuestro problema fundamental ¿Dónde se encuentra éste? En España, en el Estado y sociedad españoles, que siguen manteniendo su negativa a que Navarra -Euskal Herria- recupere la libertad.

Tenemos que volver a insistir una vez más en el papel que juegan en España las fuerzas políticas que permiten a la sociedad española el regusto del escándalo por la corrupción política, como si el sistema que estructura el Estado español actual y el Estado mismo no respondiesen a lo que la misma sociedad española quiere que sean. El postfranquismo del P.P. sigue representando una amenaza deseosa de repetir 1936 de una manera descarada. Esta amenaza se dirige hacia los separatismos, ya que hoy en día la sociedad española -acomodada en su bienestar económico- no siente las diferencias que en el Pasado hacían incómodo ser español pobre. El P.S.O.E., por su parte, ha asumido la responsabilidad de transformar el aspecto montaraz de España. Logro suyo son todas las reformas externas que permiten contemplar a la misma España como un Estado democrático, desde lejos -todo hay que decirlo- La realidad es que la transformación es simple travestismo. Estos dos elementos políticos -P.P. y P.S.O.E.- que afectan ser irreconciliables, se complementan a la perfección y pretenden dar la impresión de una profunda división en el seno de la sociedad española. No existe discrepancia de fondo. Lo que ambos perciben es el futuro del Estado y a la hora de la verdad el acuerdo se produce siempre. La sociedad española quiere dar la impresión de irritación cuando se hace patente la corrupción. Lo que verdaderamente le irrita es verse reflejada en el negativo de sus políticos, ya que coincide con ellos en que el problema somos los vascos.

La actuación de E.T.A. en Barajas se ha convertido en ocasión inesperada que ha permitido a Zapatero quitar la llave del cerrojo de la puerta de la negociación; mientras tanto un nuevo temblor de frustración ha sacudido la piel de todos aquellos que esperábamos quedase franco el paso para una nueva manera de hacer política y la configuración de una estrategia que permita a Navarra alcanzar sus objetivos nacionales. Me parece que no es exagerado afirmar que la organización armada carece completamente de capacidad de maniobra. Se siente obligada a echar el órdago del atentado cuando el Estado español muestra lo fuerte de sus bazas y se permite despreciar las señales que se le hacen para dar inicio a la negociación. Que E.T.A no tenga otro recurso que la amenaza de atentado evidencia mejor que nada su misma limitación. De hecho carece de bazas que puedan obligar al Gobierno español y éste la lleva a la exasperación ante la falta de logros palpables cuando reclama la negociación y al callejón sin salida del atentado, que la deja más debilitada y termina volviéndose en contra los soberanistas

Dicen algunos que Gobierna el P.P. y que Zapatero se encuentra entre la espada de la derecha y su voluntad de satisfacer las exigencias “nacionalistas” y de E.T.A.. Este punto de vista es resultado simple de la distorsión con la que trata de analizar la realidad la dirección del mismo P.P., muy querida a la tradición franquista. Es cierto que contribuyen a esta distorsión los elementos que dejó Aznar dispersos por la judicatura. A pesar de todo cuando actúan esos elementos lo hacen más impulsados por el rencor que les produjo la pérdida del Gobierno en el 14 de Marzo, que porque sientan que la política del Gobierno español actual ponga en riesgo la integridad de España. Este Gobierno ha demostrado su firmeza e impasibilidad ante cualquier señal de aproximación que se le haya hecho, con ánimo de iniciar el camino hacia la solución del actual conflicto. Únicamente ha querido mostrar flexibilidad en el caso de De Juana Chaos, más por las repercusiones que puede tener hacia el exterior un hecho tan grave, como es la muerte en huelga de hambre de un prisionero político, que por sentido humanitario.

Nos encontramos, por tanto, ante un muro. La sociedad española, su clase política y sus creadores de opinión, se han convencido hasta lo más profundo de su sentir de lo pernicioso que es el nacionalismo “periférico”. Consideran a los soberanistas auténticos desquiciados. El arquetipo que han elaborado de quien se niega a ser español -del vasco- está constituido, en principio, por la frustración individual, una percepción cerrada del entorno colectivo y el desprecio de lo que es ajeno, que puede llevar a la más sádica crueldad. Los españoles cubren la realidad con esta coraza que les imposibilita acercarse a la verdadera entidad de los planteamientos soberanistas y les protege a ellos mismos de quedar en evidencia y manifiestas las contradicciones de sus presupuestos en un debate equitativo y racional; un debate que haría patente que los principios en los que se basa lo que ellos consideran su proclamada escala de valores, democrática y racional, daría la razón a los planteamiento soberanistas, por reclamar éstos la libertad de los Pueblos. Los españoles temen el debate al ser conscientes de todos estos riesgos; de ahí la virulencia con la que se revuelven contra los soberanistas. Hijas de tal temor son las contundentes autocríticas que realizan algunos por sus radicalismos de juventud -demasiado fuertes para que parezcan resultado de la reflexión- y el revisionismo de la Historia de España más cercana; que sino ha llegado en todos los casos a la reivindicación de Franco, es más por vergüenza que por convicción y falta de coincidencia con los presupuestos del franquismo.

Con estos datos, el escepticismo sobre cualquier propuesta de solución al conflicto es obligado. En ningún caso será aceptado ningún planteamiento que sea percibido por los españoles como inicio de un camino hacia la soberanía. La experiencia de los años que han seguido a la desaparición del Dictador ha dejado clara la poca disponibilidad a la concesión que existe en los españoles. No persiguen otro objetivo que anular las concesiones que se vieron obligados a conceder con las autonomías y proseguir por este camino como opción válida que lleve a la recuperación de la Soberanía, se encuentra condenada al fracaso. Es por eso que la propuesta de Otegi, que prevé la configuración de una autonomía que abarque al conjunto de Euskal Herria, aunque enmarcada de momento en el Estado español, resulta inadecuada. No importa que pueda ser razonable. Este análisis no es resultado de ningún maximalismo. Cualquier planteamiento gradualista puede parecer un camino racional hacia la solución del problema, pero este gradualismo únicamente es posible en una cultura política que tenga sensibilidad para los cambios inevitables. Por desgracia no es el caso de España. Otros Estados y sociedades, como Inglaterra o Francia, igualmente autoritarios, son capaces de percibir cuándo han perdido la partida. La irritabilidad de que da muestra la sociedad española evidencia la falta de flexibilidad de la cultura política española. Esta irritabilidad no disminuirá a medida que aumente la percepción de que los planteamientos soberanistas puedan triunfar. Hoy por hoy, España no siente que sea inminente tal triunfo, pero sí lo considera inevitable, en el caso de que se hagan concesiones, aunque esas concesiones ayuden a calmar la tensión entre España y los soberanistas. España prefiere tener segura la presa, aunque irritada, que el riesgo de perderla mediante un apaciguamiento que no le garantice la no huida de la misma. No se puede, finalmente, perder de vista otro hecho. El Estado español se encuentra en un proceso de reconversión con el que busca modificar los centros históricos de actividad, relocalizándolos en función de aquellos espacios que se identifican mejor con España. Esta circunstancia le llevará a controlar al máximo los recursos materiales y humanos de los territorios en los que el soberanismo es más fuerte mientras dure este proceso; de ahí su resistencia a disminuir el control sobre los mismos, como exige cualquier reforma de autonomía en sentido progresivo.