El rebuzno de los corderos

No entiendo la actitud del diario Berria, últimamente empeñado en desacreditar la memoria de lo que fue o pudo ser (literalmente) el Estado independiente de Navarra, aquel que construyeron los vascos en su tiempo. No entiendo. En pocos días, primero Joxemiel Bidador y ahora Aingeru Epalza, han disfrutado de un espacio privilegiado, una tribuna exclusiva y una tipografía excesiva para no verter más que memeces sin fundamento.

La última de Epalza (30-12-2006), una entrevista a doble página dirigida a promocionar su último libro, viene titulada con la frase: “Historia irakurrita, garbi dago Nafarroako erresumak ez zuela etorkizunik” (Vista al historia, está claro que el reino de Navarra no tenía futuro). Así, a botepronto, me recuerda a una frase de Unamuno que decía que el euskara no tenía futuro. Y, claro, a su corolario inmediato: ya que no tiene futuro, abandonemos el barco. ¡Para qué vas a defender o luchar por algo que desaparecerá a la vuelta de la esquina! Húndelo. Acaba con su sufrimiento.

Recuerdo, de mi época de estudiante, las reflexiones de Habermas en torno a los procesos de legitimación del poder (y de sus expresiones, sus actos…). El que nos expone Epalza es de los clásicos, el mismo que utilizan los franquistas para justificar el Alzamiento del 36. La República era un desastre; no iba a ningún lado, “no tenía futuro”… Con semejante prolegómeno, Franco adquiere pleno sentido. Por asesino, injusto, ilegítimo, cruel, genocida que haya sido. También Pinochet se expresaba en estos términos. Si la situación no iba a ninguna parte, es natural que alguien le dé fin (otra cosa es que lo haga mejor o peor). En aquellas circunstancias había que hacer algo…

La conquista de Navarra de 1512 era (en ese esquema de Epalza) algo inevitable; Castilla hizo lo que estaba destinado a hacer… De paso, la culpa cae sobre los vapuleados, que algo hicieron mal… Enhorabuena, Epalza; acabamos de explicar todos los genocidios del mundo. Con el mismo esquema mental podemos rezar de paso el réquiem del euskara, en honor de Unamuno (y de tantos: Nebrija, el padre Mariana….).

Otro argumento inefable de la entrevista de Epalza, que revela la pobreza de su pensamiento, es el de que Navarra estaba condenada porque sus nobles no sentían el menor apego por el reino (¡la pólvora mojada!; me gustaría saber en qué lugar del mundo los nobles medievales han luchado por su pueblo). La nobleza no creía en aquel proyecto político. “En Amaiur la mayoría de los nobles de Baztan tenía algún hijo entre los sitiadores. Y no a la inversa” (Amaiurren, Baztango noble gehienek semeren bat zuten setiatzaileen artean. Eta ez alderantziz). Reflexión intelectual de hondo calado.

Con esa comprensión de la historia, que por cierto encuentra pasajes similares en todos los reinos del mundo (los nobles van a lo suyo), podemos justificar hasta el Holocausto. Como los ricos y notables judíos colaboraron con los nazis en la gestión del Exterminio (desde los ghettos, las fábricas, en los mismos hornos crematorios…) se entiende que está justificado que desaparezca el pueblo judío. El silogismo es claro y rotundo. Podemos ir a Israel y proponerlo como ponencia de resolución del conflicto palestino, a ver cómo nos reciben.

Que vaya Epalza y les diga a los franceses que, como sus élites gobernantes, políticos, intelectuales, comerciantes, prostitutas, colaboraron con la ocupación alemana, su Estado actual no debería existir. Si ése es el conocimiento de la historia con que nos alumbra Epalza, que cuelgue su libro.

Es curioso que Epalza argumente semejante vacuidad, porque luego se le escapa que “Tras Amaiur, Enrique II empeñó toda su vida -como obsesión- en recuperar el reino de Navarra” (Amaiur izan eta gero, Henrike II.ak segitzen du bere bizi osoan, obsesio gisa, Nafarroa berreskuratzeko nahiarekin). ¿En qué quedamos? ¿Algunos notables -el rey, el mariscal Pedro de Navarra, los Jaso, los resistentes en Amaiur y Hondarribia…- creían o no creían en el proyecto de una Navarra independiente? Es que al final no me ha quedado muy claro…

Otro argumento sin demasiado fundamento en que en todo este embrollo no participaba el pueblo. “Yo creo que no había pueblo”, dice literalmente Epalza. Ya sabemos que, en efecto, en las intrigas de palacio el populacho brilla por su ausencia. Lamentable, pero ha sido así, y sobre todo en aquel tiempo. Pero de la política interna a que te venga un ejército invasor y te queme la cosecha, te ocupe el territorio, te rapiñe el ganado (y un etcétera muy desagradable y prolongado; violaciones, castigos, ajusticiamientos…) creo que va un largo trecho. Muestra de ello es que las tropas españolas se mantuvieron durante un siglo entero (100 años; se dice pronto; durante tres o más generaciones de navarros) acantonadas en Navarra para asegurar el terreno conquistado. Si eso significa que a los nobles el asunto les importaba un comino, y que el pueblo no estaba en el pueblo… algo no me cuadra en el esquema de Epalza.

Ya sé que cuando hablamos de historia la vemos con los ojos del presente (eso no significa que la veamos con más distorsión que como la verían sus coetáneos; que me digan qué está pasando ahora en nuestro propio “proceso”). Pero, sea como sea, para desacreditar posiciones que defienden la existencia histórica, la memoria, la legitimidad, la justicia, la cultura, el euskara, la capacidad (limitada) de acción y de organización de este pueblo, pediría a Epalza y a estos escritores de medio pelo un poco más de altura intelectual, una mayor solidez y riqueza de pensamiento. Que para imbecilidades ya tenemos a los políticos.