A los bascos nos hurtaron las lágrimas por nuestros muertos. Nos condenaban hasta el aliento. Llorar y recordar a nuestras víctimas podía ser constitutivo de apología del terrorismo.
El espíritu de Aymeric Picaud -“les navarrais son “perfides, deloyaux, mechants, impies…”- se infiltró en las venas franquistas. “Vascos traidores” Gernika, Irun… Euskalherria delenda sunt.
Allá, en las brumas de la historia que nos prohibieron, se inició nuestro cortejo de sangre. Castilla, luego España y el Duque de la Victoria, y Franco y sus ejércitos, el BVE y los Gal, las fuerzas del orden y las cárceles de exterminio… lo engrosaron.
ETA, 900 víctimas. España nueve veces novecientas. Todas, unas y otras, esclavas del mal, todas trágicas, todas hijas de la insania humana.
La pequeña Ane preguntó a la amatxo:
– Amatxo, non dago aita?
– Zeruan, baina ez esan inori.
– Zergatik?
– Handia izango zarenean jakingo duzu.
Ane fue grande, pero nada. Ane peinó canas y había silencio. Ya postrada en una silla de ruedas, supo que tal vez aquellos huesos, cercanos a una escombrera, serían los su aitatxo. Y su alma cansada de arrugas se humedeció de impotente rabia…
Unas, “las víctimas del terrorismo de ETA” tienen mausoleos, suntuosas lápidas, honores y pingües subvenciones, panegíricos y aniversarios mediáticos ¿Por qué no habían de tenerlos? Y sus lágrimas gritan, ¿Por qué no habían de hacerlo ante tan tremendo sufrimiento?
Las otras, escondieron sus lágrimas en el silencio de sus alcobas. Los familiares vagaron largos lustros entre las siniestras cunetas y los campos del olvido. O enterraron a sus muertos entre golpes e improperios.
Y les envenenaron el agua bendita…
Y se blindaron muros y lápidas para que el cincel no abriera sus nombres malditos…
Y la tortura los asesinaba… rompiendo sus venas en un calvario de angustiosos tormentos.
Pero todas las muertes del conflicto, incluso la de los sádicos como Melitón Manzanas, incluso la de Carrero Blanco, “el carnicero de Santoña”, nos sobrecogen. Como nos sobrecoge que “los notarios del dolor mediático” avalen 40 años de aberración, justamente la emanada de ETA y no los otros 70 años de más aberraciones. Las de la guerra, dictadura y postfranquismo.
Es que eran carne de rojo, carne de basco (¡de horca y de presidio!). Bien estaban en el olvido de las ignominiosas cunetas, en los campos de exterminio o en la impunidad de las lóbregas guaridas de la DGS.
Cuando se lloran unas víctimas y se odian las otras, el dolor se envenena. El dolor deja de ser solidario y se encamina a la venganza, a la guerra. O incluso el dolor se inventa y se trafica con él para exigir prebendas y tribunas políticas.
Cuando se ignora, e incluso ultraja, a las otras víctimas, uno se contagia del espíritu y de los instintos del agresor. Entonces se perpetúa la agresión.
Dicen que en este tren del proceso de paz, las víctimas tendrán que viajar en un lugar preferente. Absolutamente de acuerdo. Pero todas, las de ETA y las de la represión. En caso contrario nunca se arribará a una concordia estable. Los agravios dejarán de ser un obstáculo, cuando se valore el sufrimiento del otro interlocutor.
Los conflictos se diluyen en la paz, no sólo cuando las partes dejan de negociar con sus víctimas, sino cuando se construyen las bases para que nunca jamás se reproduzca el odio que hizo fluir el dolor y la muerte. Mientras la paz venga impuesta por el más fuerte, habrá odio y víctimas. Una vez más habrá fracasado el proceso.