Hace años, cuando un periodista de pocas luces le espetó al físico Pedro Miguel Etxenike sobre la imposibilidad de explicar física cuántica en euskera, el de Isaba le respondió que para hacerlo solamente se necesitaban dos condiciones: una, saber Física cuántica; dos, saber euskera.
El desempeño de un cargo de responsabilidad pública, como el de presidente de un país, solía estar destinado a personas que se distinguían por virtudes admiradas por quienes les daban su confianza, y a quien encomendaban la tarea de velar por el bien de la comunidad.
Pero desde que un mal actor de Hollywood se puso al frente del 7º de cacharrería, el principio de Peeter se ha desarrollado sin freno, cuajando un buen retoño a orillas del Alhama.
Hoy, para el oficio, son necesarias otras virtudes, relacionadas con la cosa nostra del hormigón, las excavadoras, los áticos y los planes urbanísticos, y sería suficiente con que dedicara su tiempo a inaugurar autovías y egüeses en compañía del isopo del señor obispo. Pero al de Corella le pone la alcachofa del atril del Parlamento y, a su vera, imagina ser el eco de Nebrija y Cisneros.
Sus deslumbrantes conocimientos sobre la lingua navarrorum son un canto entrañable a la ignorancia más paleta, pero unido a su bricolage geométrico , consigue hacer bueno aquel vaticinio de Shakespeare sobre Navarra y el asombro del mundo. Animémosle a seguir por el mismo camino, aunque sepamos que un buen cateto nunca podrá ser hipotenusa.