Pertinaz Sión

El Estado de Israel se muestra decidido a imponer su norma en Oriente Medio. Si consideramos la cuestión desde una perspectiva más global en el marco de las relaciones internacionales, la primera paradoja con la que topamos es el desprecio con que esta estructura estatal ha rehusado atenerse a las decisiones de la O.N.U., y digo paradoja, porque la única base jurídica en que puede apoyarse la existencia de Israel es la propia decisión de las Naciones Unidas que determinó la división de Palestina en dos Estados; uno de ellos para los judíos.

Desde el punto de vista de los derechos humanos la decisión de la O.N.U. en 1948 es totalmente cuestionable, porque el derecho de los habitantes originarios -palestinos- era indiscutible. A fin de cuentas la mayor parte de los judíos procedían de una diáspora con dos y más milenios de Historia. El derecho a la Tierra prometida se encontraba en el imaginario judío, pero tal imaginario no era compartido por el resto de realidades humanas del Mundo, y desde luego, no por los palestinos. Algunos juristas objetaron a la decisión de Naciones Unidas de dividir Palestina en dos estados, que de haber planteado los países árabes la cuestión en el tribunal internacional de las mismas Naciones Unidas, éste hubiera negado el derecho de los judíos a constituirse en estado aparte.

En todo caso, es preciso tener en cuenta la percepción emocional que dominaba en las sociedades europeas de la época, recién concluida la Segunda Guerra Mundial y a la misma vista de los hornos crematorios de Ausswichtz y Treblinka. Lo que sucedió con los nazis y los judíos no tenía nada de extraño. El conjunto de la cultura europea era profundamente anti-judía y Hitler no hizo, sino dar forma al odio y desprecio hacia lo hebreo que latía en lo más profundo de la sociedad europea y occidental.

A decir verdad Hitler encontró la comprensión, especialmente en las clases altas y aristocráticas europeas y de no haber llegado al enfrentamiento directo con las potencias atlánticas, probablemente el genocidio nazi no habría suscitado la emoción que posteriormente generó un episodio como el Holocausto. El mismo Hitler comentó con anterioridad a su solución final que el genocidio armenio propiciado por los turcos no había tenido consecuencias posteriores para sus responsables. La brutalidad de la represión anti-judía se había iniciado con antelación al inicio de la guerra misma y constituía un elemento fundamental de la cultura occidental y cristiana como hecho histórico y contemporáneo, no circunscribible a la cultura germánica.

Se entendía el deseo que existía en las sociedades europeas de proporcionar a los judíos un refugio estatal en las dramáticas circunstancias del final de la Guerra, pero la elección de Palestina obedeció más a motivos sentimentales que a auténticas razones objetivas. A ello contribuyó la propia percepción del sionismo desde un imaginario sublimado y nada realista de la propia historia. La diáspora no era únicamente consecuencia de la represión histórica, sino que tenía profundas raíces en la colectividad judía. En cualquier caso, la responsabilidad de la persecución anti-judaica correspondía a la cultura europea y no a la cultura árabe y musulmana que siempre había sido receptiva en relación con los judíos.

La trayectoria del estado de Israel ha modificado muy profundamente la percepción de las sociedades europeas con respecto a la cuestión judía. El sionismo ha llegado a unos extremos odiosos en su persecución y masacre de todo lo palestino y árabe. La pretensión de los judíos sionistas de identificar la crítica hacia ellos con el anti-semitismo es de una pretenciosidad burda, cuando parecen erigirse en autoridad ética y política por encima de la opinión universal que condena al Estado de Israel por genocida. Teniendo, por lo demás, en cuenta que los árabes son también semitas, de acuerdo con las antiguas clasificaciones de grupos raciales, los judíos sionistas se han convertido en los mayores anti-semitas del universo.

En todo caso hay un aspecto en la actitud de Israel de gran trascendencia para el conjunto de la Humanidad, y más para los europeos en general. A decir verdad la existencia del estado de Israel constituye un asunto secundario para los intereses de las potencias europeas.

Hablando en términos geopolíticos no hay en esa zona ningún interés vital que pueda garantizar Israel; más bien, los sucesivos conflictos de Oriente Medio han puesto de manifiesto que Israel se ha convertido, en un problema para Europa, al impedir el acuerdo con el Mundo árabe, como consecuencia del apoyo que la propia Europa se siente obligada a prestar al Estado sionista. Europa que ya ha experimentado el odio virulento del fundamentalismo islámico el 11 de Marzo del 2004 y el 7 de Julio del 2005, debería reflexionar sobre su condescendencia con Israel en los planes expansionistas que con tanta crudeza impulsa el estado Judío.

Este Estado en su formulación actual no responde a ninguna necesidad de proporcionar refugio a ningún pueblo perseguido y ha rebasado de manera incontenible los límites que le señalaron las Naciones Unidas en las condiciones dramáticas en las que fue creado. Si la solución al problema judío pareció por algún momento que pasaba ineludiblemente por la creación de Israel, hace décadas tenía que haberse encontrado una solución acordada por parte de la comunidad internacional que garantizase también a los palestinos. Lejos de ello el problema se ha agrandado como una bola de nieve y, por este camino, no se dibuja sino una alternativa de polos dramáticos en ambos casos; la expulsión y destrucción permanente de palestinos y árabes de las zonas de seguridad que considere Israel de manera parcial, o la expulsión de los judíos al mar. Hoy por hoy, parece más viable la primera.

Lo peor del caso es la manera en que Israel marca la estrategia a seguir que parece se impone a U.S.A., y de rechazo a Europa. No es la potencia intercontinental quien lleva la iniciativa, sino el presunto peón estratégico -el en teoría protegido Israel- quien diseña y lleva la iniciativa, mientras U.S.A. y Europa parecen contemplar el desarrollo de los acontecimientos sin llegar a tomar en sus manos las riendas de los mismos.

El riesgo se encuentra en que el conflicto derive y se sientan obligados a verse implicados otros agentes regionales o extrarregionales que termine por generalizarlo. Como imagen, el conflicto de Palestina suscita el resentimiento más grande del Mundo islámico, y árabe en general, frente a Estados Unidos y Europa. Sería lamentable que un problema regional a nivel mundial arrastrase al Mundo a un conflicto de mayores dimensiones.

De cumplirse esta hipótesis Europa resultaría la más perjudicada, por encontrarse más a la mano de los potenciales enemigos y presentar mayor debilidad que Estados Unidos. Esto parece más lamentable, cuando se constata que los dirigentes europeos se ven arrastrados por una estrategia que ni impulsan, ni desarrollan, en principio y, que la propia sociedad Europea parece no compartir.