Cuando uno, libremente y sobre todo, arrepentido y urgido por un impulso interior, admite sus errores y se disculpa por ellos, se pone en paz consigo mismo. Que el agresor, sincero y condolido, voluntariamente, se acerque al agredido y solicite su perdón, es un acto noble y humano. Yo creo que sólo si se cumplen estas condiciones tiene sentido impetrar el perdón.
Pedir perdón meramente para cumplimentar unas exigencias externas o por compromiso es ineficaz. Ni siquiera está claro si la víctima mantiene una buena disposición para aceptarlo, en cuyo caso los agravios se enrarecerían aún más si cabe. Semejante actuación no ayudaría ni a restañar heridas, ni a restablecer una comunicación más humana entre agresor y agredido. Máxime cuando ignoramos las motivaciones, el estado psíquico e incluso el sufrimiento del que comete el delito. Esto posiblemente nunca justificará su acción, pero nos dará ciertas pautas para comprender mejor su actitud.
En cualquier caso, quienes tan insistentemente exigen a ETA (y quizás al pueblo basco) que suplique el perdón, más parecen movidos por un deseo de revancha que por el anhelo de normalizar un clima de confraternidad. En realidad, les importa un carajo recrear un clima más humano. Lo que buscan, como siempre, es el sometimiento y la humillación de nuestro pueblo.
La jerarquía católica no pierde ripio; tiene que aportar su contribución a la paz. Es su guión; no olvidemos que la teología del perdón está en el meollo del mensaje cristiano. Hasta aquí correcto. Pero me atrevería a insinuar ciertas puntualizaciones.
Yo diría que es conveniente predicar con el ejemplo. Así bien, ella que bendijo la Cruzada del 36, que tanto odio, muerte y desgarro produjo en los ciudadanos de nuestra tierra, que empiece a darle fuerte al “Kirie eleison”. Y de paso que no se olvide de toda la deuda de perdones que tiene con la historia: cruzadas, inquisición, el reguero de genocidio y destrucción que dejó la cruz en América, el cariño que siempre ha dedicado al alma (¿la tenía…?) de la mujer, sus escándalos de pederastia, etc, etc,
No estaría de más que se dirigiese a los torturadores. O ¿duda que aquí se ha torturado salvaje y sistemáticamente? Y no sólo las fuerzas represivas del estado; también la propia Ertzantza, y con el beneplácito de sus responsables; se lo puede confirmar el relator de derechos humanos de la O.N.U. Y que pidan perdón por las miles de detenciones arbitrarias (¡cuantos policías irían a la cárcel si se hilara tan fino como en Madrid en el caso Bono!).
En resumidas cuentas, ¿quién, en este conflicto, puede eximirse de pedir perdón? Etarras, monjas y frailes, políticos y purpurados, periodistas, tertulianos y gacetilleros, despistados y enteradillos, reyes, príncipes y mendigos y todos, incluso los que comen la sopa boba. Pues una de dos, o aquí pide perdón y se reconcilia todo quisque, o mejor nos quedamos callados.
Sí, sería un buen principio que los seres humanos comenzaran a entenderse, a perdonarse y a respetarse. Pero, ¿se dan las condiciones? ¿Y los que con tanto odio y desprecio exigen que se pida perdón, están dispuestos a perdonar y a dejar en paz al presunto agresor?
En esa utopía andamos; porque es verdad; no sé dónde leí: “la falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario a gotas, pero que finalmente nos termina envenenando”.
Entonces, analicemos con honestidad, no sólo por qué ha surgido esa ponzoña que tanto dolor y amargura ha esparcido en nuestra sociedad. Demos un paso más y consideremos si vamos a ser capaces de suprimir las causas que la han generado. Si alguien piensa que ha surgido espontáneamente o simplemente por la insolencia o por las pretensiones perversas del pueblo basco, nos veremos deambulando irremediablemente por los mismos malditos senderos. Cuando en una riña las partes no aceptan sus errores y ponen sobre la mesa todas sus cuitas, el conflicto invariablemente se enquista. Solamente la palabra y la buena voluntad pacifican a los pueblos. Entonces ya hablaremos del perdón.