La reciente exposición del Baluarte tenía como comentario central que “el antiguo orden de los godos siguió vigente bajo el gobierno de los monarcas de Pamplona”. Los organizadores del evento que llevaba el título general de “La Edad de un Reyno”, así lo quieren ver y deducir de una única imagen del Codex Conciliorum Albendensis que, según ellos, era la perla, pues “constituye todo un programa ideológico” de Navarra.
El examen del citado dibujo en el libro original, no en la fotografía ampliada expuesta, comienza por llamar la atención al observarse que el conjunto obedece a una composición cromática de simétrica distribución, cuyos colores varían en los diferentes paneles sobre los que se sitúan cada una de las nueve figuras humanas. Sobre el panel dorado central se representa al rey de Navarra Sancho Garcés II Abarca en majestad, con aureola como los emperadores y más tarde los santos, vestido de tradición romana, capa roja, púrpura y blanca, con su cetro-báculo. Esta representación del monarca vascón da sentido a la frase “heredero de la realeza romana de sus antepasados” que le adjudican las fuentes musulmanas, al reflejar su llegada a Córdoba el 4 de septiembre del año 992. A los lados en sendos paneles de color rojo, a su derecha la reina Urraca y a su izquierda su hijo Ramiro, rey de Viguera, ambos tienen vestidos de púrpura. Conformando la cruz dos paneles morados uno encima del central dorado y otro debajo. Cerrando el cuadro en las cuatro esquinas cuatro paneles de color terroso. Así mismo los personajes de estos cuatro paneles de las esquinas llevan también ropas de color azul oscuro.
El personaje central es el Rey de Pamplona, que ocupa el lugar de preeminencia reservado en todas las composiciones románicas al Pantocrator, o a la virgen como en el esmalte de Aralar. Todos los personajes representados le rodean. Por ello las figuras de los tres reyes visigodos (Chindasvinto, Recesvinto y Egica), juristas o compiladores del derecho romano-visigótico, portan en sus manos libros y ciñen sus cabezas con mitras de magistrados, episcopales o pontificales, en ningún caso coronas. Esto no es de extrañar en una trascripción de acuerdos de los concilios de Toledo de interés para la Iglesia católica. Uno más de los numerosos trabajos realizados en los escritorios de los monasterios navarros. Por ello son representados los reyes de Pamplona y los escribanos. Pero de ahí, a deducir que los reyes de Navarra daban continuidad al orden godo, no pasa de ser una interesada maquinación. No se ve dicho proyecto político por ningún lado.
La intención de los organizadores era hacer propaganda de su actual programa ideológico, para -dando un salto en el vacío sin base científica alguna- afirmar que Navarra, según ellos, es continuadora de la Hispania visigoda. Cómo explica UPN, desde su teoría goticista, que los nombres de los reyes y sus familiares de los siglos IX y X, recogidos en el Códice de Roda, son vascos, ni godos o germánicos. La exposición de vestigios del Patrimonio de los navarros -que se han conservado por hallarse en su mayor parte expoliados en instituciones foráneas- ha servido como excusa para montar unos comentarios de evidente cariz político.
Mientras, el continente de la exposición ha sido un lúgubre y soterrado baluarte de la ciudadela, levantada para dominar a los navarros, el contenido ha querido ser la puesta de largo de un ideario político enraizado en los arcanos de la Hispania visigoda de San Isidoro de Sevilla. Sin venir a colación, citan una copia de las Etimologías de San Isidoro hecha en la Corte de Castilla, cuando desde allí se participó en la muerte de varios reyes de Navarra, como García III “el de Nájera” y Sancho IV “el de Peñalén”, hijo y nieto de Santo III el Mayor; demostrando esos actos, junto con la traída del cuerpo de San Isidoro de Sevilla a León en 1062, las diferencias abismales existentes entre la legitimación política de Castilla y la que tiene Navarra.
Para UPN la Hispania visigoda se ha convertido en el gran mito fundacional. En el que se busca el argumento para defender la existencia de un poder monárquico para toda la península, por supuesto el de Castilla, que sería el sucesor del Reino visigodo de Toledo, en detrimento de Navarra, que según dicha interpretación no sería legítimo.
Se han tenido que ir hasta los godos para buscarle a su proyecto político una remota justificación, que de ninguna manera podían admitir que fuese vascónica ni romana. UPN, por boca de su presidente se manifiestan decididamente provisigodos y al igual que éstos eran enemigos de los vascones ellos ahora también lo son. Toda la exposición se desarrolla entorno al cuento de un supuesto origen “hispano godo” de la identidad política de Navarra, cuyos defensores no se hallan precisamente en el seno de la historiografía navarra (Lacarra, Campión, Goñi o Jimeno Jurío).
Desconocen la tradición ideológica del vascón-romano del siglo V, Prudencio de Calahorra, tan diferente a la de San Isidoro de Sevilla del siglo VI. La primera adapta una práxis cristiana, serena y rural, a la historia y a la cultura universal de Roma. La segunda adapta el cristianismo al poder, en manos de sus nuevos detentadores étnicos, el pueblo visigodo; rompe con el concepto tradicional de la unidad de la historia y separa de la historia universal una historia Gothorum a la que concede plena autonomía. Describe los pasos de esa “nación” mientras vaga por el mundo, según el modelo bíblico de Israel, hasta que la providencia divina le permite arrebatar las provincias de Hispania, concedida al pueblo elegido por Dios, para que descanse de su heroico peregrinar.
Tampoco les gusta que Pamplona políticamente haya sido legitimada por Roma, frente a los invasores germanos. Los dirigentes vascones de Pamplona evidentemente se consideran vascos y romanos, miembros de la cultura común europea, cuya civilización e intereses son contrapuestos a los invasores, ya sean godos o francos. Esta legitimación ideológica fue la mantenida por el Reino de Pamplona y después de Navarra. Otra cosa muy diferente es el pensamiento religioso, mozárabe y aún el de la Iglesia europea, que no repara en límites de reinos.
Frente a la afirmación de Mariana, historiador español del siglo XVI, que califica a los navarros, llamados entonces vascones, como “gente feroz y bárbara”, porque se opusieron al dominio godo en la tarraconense, José Moret Mendi le contesta: “quiere Mariana que los navarros admitan por dicha grande a bárbaros advenedizos” y les “admitan los navarros con semblante agradable y ánimo placentero… que, por resistirlos en defensa de la libertad natural a los hombres, cometieron gran pecado”.
Ante Pérez de Urbel, abad del franquista “Valle de los Caídos”, quien afirmaba sobre Navarra que, “todo un cúmulo de observaciones… nos orientan hacia Castilla para encontrar la explicación del florecimiento cultural durante el siglo X y especialmente del de San Martín de Albelda”, el historiador navarro José Goñi Gaztambide afirma, desde la realidad de los documentos, que el territorio navarro, y en especial el hoy llamado La Rioja, se benefició del renacimiento intelectual europeo del siglo X, y que se hallaba precisamente en la encrucijada del intercambio de textos e influencias europeas-navarras, por un lado, y andaluzas-españolas, por otro.
A pesar de las contundentes afirmaciones que se recogen al comienzo de este artículo, sobre un supuesto programa ideológico visigodo de los reyes de Pamplona, no citan ni una sola línea de las miles de páginas redactadas en los monasterios y escritorios navarros del siglo X para sostener semejante afirmación. Entre ellas, el diccionario-glosario con sus más de veinte mil palabras glosadas que, además de ser una enciclopedia universal, mantiene en toda su vitalidad la cultura clásica grecolatina de la que los dirigentes vascones del Reino de Pamplona se consideran formando parte. En cambio, el guía de la exposición se conforma afanosamente con malinterpretar el citado retablo, representado en el Codex Conciliorum de Albelda, como una prueba sobre semejante planteamiento goticista de Navarra.
Con respecto a la carencia de un Museo permanente de los objetos, o sus reproducciones, expuestos estos días en el Baluarte, el Ministerio de Cultura en un informe del año 1984 señalaba como destino para el Palacio Real de Pamplona, una vez restaurado, convertirlo en el mejor albergue de un Museo permanente de la Historia de Navarra. Sin embargo, diez años después, en 1994 el Gobierno de UPN efectuaba la demolición del citado Palacio para hacer un Archivo de documentos, privándonos a todos, una vez más, tanto del Palacio como del necesario Museo de la Historia de Navarra. Si en los magníficos restos arqueológicos, descubiertos recientemente en Pamplona (Plaza del Castillo, necrópolis del Condestable siglos VI y VII), hubieran aparecido los más mínimos vestigios visigodos, aquellos yacimientos seguramente hubieran sido salvados de la excavadora de UPN.
Los comentarios, a los objetos mostrados en esta exposición, han sido una desvergonzada exhibición del alma visigoda de UPN, por lo que no cabe mayor impostura en la tierra de sus enemigos, los vascones o navarros.