Si al decir de Claussewitz, la guerra es la política por otros medios, está claro que los objetivos de la acción bélica son equivalentes a los de la política en general. Viene a cuento esta reflexión a propósito del reciente alto al fuego proclamado por la organización E.T.A. Alto al fuego no significa paz, ni tan siquiera armisticio, esto es, acuerdo entre dos contendientes de suspender las acciones hostiles mutuas, sin implicar reconocimiento de la justicia de la causa del oponente. Nosotros hemos asistido a un alto al fuego unilateral por parte de E.T.A. que obliga a la organización a no hostilizar a su proclamado enemigo. Éste, el Estado español, se ha limitado a tomar nota de la citada declaración, sin obligarse a una actitud recíproca. De hecho ha seguido con las detenciones y puesta en prisión de los miembros de organización que han llegado a sus manos mediante la entrega de terceros.
Un aspecto de la actitud belicosa del Estado español ha sido el hostigamiento de los sectores sociales a los que se considera proclives o cercanos a la organización armada; el castigo añadido a los familiares de los presos deportados, persecución de las organizaciones de ayuda y de toda otra que haya aceptado que el conflicto obedece a causas de carácter político. Son todos estos rasgos que acompañan a toda lucha de liberación nacional, porque quien tiene el poder asume que el enemigo no es únicamente quien coge el arma, sino todo aquel que le concede su reconocimiento o comprensión. No sucede así en el caso de los presos comunes. En este caso el castigo se limita a la persona ejecutora del delito.
Siempre llegamos a la misma conclusión. Nos encontramos en un problema de raíz política que se resolverá sólo con soluciones políticas. En todo caso, el problema que nos ocupa es de mayor entidad, porque representa el desencuentro básico entre dos grupos nacionales que cada vez constatan que aumentan las diferencias entre sus respectivos planteamientos y expectativas. Por esto que conviene evitar euforias cuando se presume que el final de la violencia se encuentra próximo, induciendo a la confusión de que la violencia misma se reducía a la pertinacia de E.T.A. en seguir por el camino de las armas.
Es de esperar que ante el cese el fuego de una de las partes la otra adopte medidas de reciprocidad, particularmente cuando ha saludado el citado alto al fuego como un paso decisivo para alcanzar la paz. Por el momento no hemos asistido a ningún gesto de distensión de parte de España. Se entiende el interés del Estado español en que las cosas vayan despacio; no tanto porque le resulte difícil afrontar el proceso desde una posición ventajosa, cuanto por evitar llegar al fondo de las causas del conflicto. El panorama que nos espera deja de ser idílico. El sufrimiento va a continuar para quienes desde las filas soberanistas se empeñen en la búsqueda de soluciones y la frustración aparecerá con frecuencia. Ésta es la baza de España. Lo ha expresado con claridad meridiana el ínclito Alfonso Guerra: España está dispuesta a cepillar cualquier reivindicación de Navarra que disminuya la capacidad del Estado español de una manera significativa. Resulta ingenuo esperar una actitud constructiva por parte de la sociedad española en relación a la denominada cuestión vasca.
La nueva fase que se acaba de iniciar no se va a caracterizar por el diálogo. En el diálogo las partes se reconocen mutuamente y se buscan las causas del conflicto, con una actitud mutua de superación de las mismas. Aquí nos encontramos ante la acción política descarnada, en la que los adversarios presionan con todos los instrumentos de que disponen y que calculan les dan ventaja sobre su oponente, recurren a la amenaza y llegan a amagar con la misma fuerza. España cuenta con la soberanía efectiva sobre Navarra -es el Estado español- y el reconocimiento internacional de tal status. Enfrente se encuentra una colectividad nacional -Navarra, Euskal Herria- fragmentada en perspectivas y planteamientos. Ha sido su demostrada capacidad de resistencia lo que le ha permitido llegar a este punto en el que se produce el reconocimiento internacional explícito del conflicto con España. Es cierto que en el citado reconocimiento se asume la realidad histórica y cultural del Pueblo Vasco y, en definitiva, las raíces profundas del conflicto. No obstante, el interés mayor de la comunidad internacional es que se alcance un acuerdo que se diría razonable, y razonable quiere decir que las partes se acomoden a modificar sus exigencias, atendiendo a la potencialidad del adversario y evitando convulsiones de mayor entidad. A decir verdad es España quien se encuentra en posición ventajosa, porque las mejores bazas políticas están en su mano. El conjunto de problemas que encierra la cuestión, dificultará una estrategia soberanista adecuada; a citar entre los mismos el tratamiento de los presos, desarme de organizaciones armadas, la C.F.N… Todos ellos deben ser resueltos primero, pero serán convertidos por España en combates inmediatos con vistas a enmarañar la visión global del problema y obviar la cuestión básica de la soberanía.
¿Qué cabe esperar? España va a pretender llevar la iniciativa en el proceso que se inicia; significa que las dificultades aparecerán desde el inicio. Los planteamientos soberanistas se verán sometidos a un fuerte desgaste que puede traducirse en decepción. Cualquier concesión que esté dispuesto a hacer el Gobierno español no vendrá sino después de larga lucha y desgaste de las fuerzas soberanistas y será presentada como resultado de la magnanimidad de los negociadores de ambos bandos, quienes habrán realizado un gran esfuerzo por alcanzar el punto de acuerdo en aras de la ansiada paz, planteada ésta como la simple desaparición de las actuaciones de las organizaciones armadas y cualquier otra forma de revuelta. De telón de fondo las trabas de quienes viven con temor la posibilidad de cualquier modificación del panorama político: la derecha española, que queda privada de su principal baza propagandística, casi deseando que ocurran acontecimientos como los de Barañaín y Getxo, que confirmen otra vez la tregua trampa y, finalmente, la división de los interesados en alcanzar la soberanía de Navarra, entre quienes no desaparecerán planteamientos partidistas y sectarios; en unos casos timoratos, en otros apresurados e inconscientes; todos, en definitiva, poco conformes con los intereses de la colectividad.
El momento presente debería suponer para nuestra sociedad vasca – la de Navarra- una oportunidad que permita reflexionar sobre las opciones que se abren a nuestra perspectiva común, al objeto de que estemos en condiciones de alcanzar una auténtica paz, la que nos ponga en condiciones de decidir con libertad y en función de nuestros intereses comunitarios.