Se me encrespan las neuronas, lo confieso. Después de oír a Monseñor Cañizares me enfango en el asco. Y es que, si hay que pedir disculpas por mi corto decoro, en este caso, ¡paso! Excomúlgueme, monseñor Cañizares, yo ya le he anatematizado, ¡que Dios le perdone! Mire su ilustrísima que le estoy vomitando al fiemo (en mi tierra se aprecia de lo lindo; es fecundo). Cállese de una vez; y déjenos vivir en paz, que parece una cigarra apergaminada.
Me presento. Usted, su eminencia, su excrecencia, su incontinencia… o la mierda que su endiosamiento se atribuya, a un lacerado creyente le da bascas. Y sé que usted tiene un Dios, usted mismo, porque entre “el verdadero” y vuestra eminencia debe haber el mismo tramo que entre Leviatán y el de Nazaret. ¿Quién es usted para hacer desde su rancio tronío semejante repaso a Alec Reid? ¿Qué ha hecho usted por la paz en nuestra Euskalherría, a parte de abrir los brazos en sus preces al sol por la “indisoluble unidad” de su patria? ¡Deje de asperjarnos con su veneno! No sé si usted cree o en qué cree, pero es un envidioso y un soberbio.
El purpurado Cañizares nos dice que el redentorista irlandés no representa ni a las conferencias episcopales, ni al Vaticano. Estoy de acuerdo y me alegro. Los nabarros sabemos muy bien a quién representaban los Cisneros, Torquemadas, Gomás. Y sabemos a quién representa su prosapia, los Rouco Varela o el Cañizares de marras. Invasión, potro y tormento, cárceles y exterminio, bulas condenatorias, pastorales ominosas… Eso nos han dejado sus eminencias a través de la historia.
Alec Reid, por el momento, parece estar aquí en nombre de la paz, de la concordia y la solidaridad. Al parecer, la teología de este redentorista y la oficial del cura Cañizares parten de presupuestos antagónicos.
Pero es curioso; cuando los creyentes se incardinan en los conflictos humanos o luchan con y por los oprimidos hacen política. En cambio, cuando “otros creyentes”, entre ellos los de báculo y solideo, vociferan sistemáticamente contra cualquier opción progresista (liberación sexual, nacional, de conciencia, etc.), entonces hacen pastoral.
Lo cierto es que la jerarquía católica ha perdido para muchos su autoridad moral. Hoy, ya no asusta; da pena. Se les vacían los chiringuitos y piden un incremento de la “limosna estatal”. Pues mira, que les den… que a ellos no les deslocalizan su empresa.
Ya no les cree ni Dios. Por favor, váyanse ustedes con san Simón estilita. Hagan penitencia, que el pecado de la soberbia y de la holganza les está comiendo hasta sus henchidas papadas. Y vivan de una jodida vez como los pobres, los obreros del empleo basura o los explotados de cualquier multinacional bendecida con su ponzoñosa agua bendita.
¡Ya es hora de que nosotros, los pecadores, les demos recipe y moralina! Y déjenos en paz a los bascos. Si no están de acuerdo con nuestra forma de entender la democracia y la libertad, cállense, que nadie les pide vela en este entierro. Pero no siembren cizaña.
¿Le parece que insulto…? Ya me fastidia, pero estoy hasta los congojos de que sean ustedes los que ostenten por mandato de “Dios” semejante privilegio. Pero ahora me pondré ético.
No es de recibo que cuando nuestro pueblo, mujeres y hombres de distintos partidos, sindicatos, movimientos sociales, se estén mojando en este esperanzador proceso de paz, parte de la jerarquía católica nos salga como siempre por peteneras. ¿Les molesta como a los peperos negociar la paz? Seguro; se ve que en sus ritos lo habitual es imponerla. Pues lo siento; eminencias; aquí nadie quiere más paces impuestas.
Y por mucho que se empeñen en su inmovilismo visceral, nadie nos va agotar la esperanza de arribar a buen puerto. Como decía Marcuse, “la esperanza solo se la merecen los que caminan”. Y aquí se camina a pesar se sus zancadillas; no lo duden, eminencias.