El miércoles 3 de marzo de 1976, después de una larga huelga laboral de 54 días en Gasteiz, se realiza una jornada de huelga general con un gran paro laboral y también de estudiantes y el comercio en muchas zonas de la capital, que culmina con una asamblea unitaria de trabajadores a las cinco de la tarde en la iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio de Zaramaga. El templo está abarrotado. La Policía Armada española que rodea impaciente y amenazante el lugar, con la aprobación de sus (ir)rresponsables superiores ordena desalojar el templo, e inmediatamente empiezan a gasear con botes de humo su interior. Se provoca el pánico, la multitud intenta salir, en la calle las fuerzas represivas los está esperando, e inmediatamente disparan ametrallándolos con fuego real de armamento de guerra, para solucionar un asunto de tipo social.
Gracias a la oportuna y admirable acción de un gasteiztarra que grabó el bastardo, ideológico y gramatical, diálogo entre la policía y sus mandos, se conoce la indudable voluntad de hostigar hasta matar. El lenguaje de aquellas bestias uniformadas y armadas, ya publicado, es preciso que se recuerde por su miserable y criminal espíritu: “Si hay gente a por ellos… Gasear la iglesia… Hemos tirado más de 2.000 tiros… Hemos contribuido a la paliza más grande de la historia… Aquí ha habido una masacre… Nosotros que tenemos las armas, a mansalva y sin duelo de ninguna clase”.
Allí, como consecuencia del asalto y emboscada la policía asesinó a cinco trabajadores. Tres murieron en el acto y dos más a consecuencia de las heridas. Romualdo Barroso, Francisco Aznar, Pedro Mª Martínez Ocio, José Castillo y Bienvenido Pereda. Hubo también algo más de 150 heridos por balas
Con motivo de aquella intencionada y alevosa matanza oficial que impresionó vivamente en toda la península y Europa originando innumerables protestas, hubo una singular actitud. El cantautor Lluís Llach en un estado de enorme impotencia sobrecogido por la tristeza y el dolor empieza a componer cuando todavía suenan las “campanas a muerto”.
Figura intelectual, artística, de verbo profundamente sentimental y enorme dulzura emisiva sus creaciones son un repertorio de reconocimiento a las cualidades de la naturaleza y la humanidad. Siempre comprometido con valores intrínsecos a su personalidad como, identidad, lengua y cultura, desde un posicionamiento de izquierda solidaria. La descripción de la tragedia se transcribe en su expresión y emisión componiendo una bellísima cantata Campanades a mort cuya escucha, aún hoy, produce emoción y admiración.
En poco más de diecisiete minutos, describe a una multitud de personas exigiendo sus derechos y clamando sus razones. Enfrente, las armas, la represión, la identidad fascista de un gobierno español que perdura después del dictador bajo el patrocinio de un rey impuesto por éste. Unos disparos y cinco muertos.
Un año después fue grabado en disco (Movieplay (170915/8) contando con la colaboración en los arreglos y la elaboradísima dirección musical de Manel Camp y especialmente la extraordinaria contribución de la Coral Sant Jordi dirigida por el gran maestro Oriol Martorell. Entre un clamor de coros y orquesta, in crescendo, que añade gravedad tonal y el valor figurativo de una aportación vocal que representa el grito colectivo y unísono de la condena social reforzando el dramatismo, emitido con doloroso acento por la palabra de Llach, a ritmo de marcha fúnebre, con absoluta sinceridad espiritual y gramatical en una impresionante y rotunda exclamación de incontenible ira: “Assassins de raons i de vides que mai no tingueu repós en cap dels vostres dies i que en la mort us persegueixin les nostres memóries.” (Asesinos de razones y de vidas que nunca tengáis reposo en ninguno de vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias).
Una de las frases musicales más bellamente desgarradoras por su angustiosa descripción expresada en el prolongado gesto y pasión fonética que ha escrito la poesía. Nunca, quizá, antes se habían oído vocablos acusadores dichos con tanta contundencia. La palabra, asesinos, asesinos, asesinos, estremece y adquiere su auténtico valor de denuncia de ámbito universal expresando el dolor de la razón humana frente a la matanza militar, al crimen de Estado.
Este clamor, por encima de percepciones lingüísticas, fáciles de captar, no deja indiferente a nadie, transmite y crea en el asistente u oyente una conciencia y complicidad solidaria y subversiva. Musicalmente, un vasco lo equiparará a la vehemencia de Mikel Laboa en sus Lekeitio, sobre la masacre de Gernika. Plásticamente, cualquier persona sensible se situará virtualmente en la concurrencia de retorcidos gritos que participan como clamor de un pueblo en la composición del Guernica de Picasso. Si como acertadísimamente describió el crítico de arte Santiago Amón, “el Guernica es el grito humano más terrible que se ha lanzado en la historia del arte”, ésta es la partitura más condenatoria que ha escrito la música en su historia.
Hoy, con motivo de este 30 aniversario por fin se ha organizado en Gasteiz este homenaje a las cinco víctimas de la matanza. Dado que no se ha podido, o sabido, organizar una gira por el resto de Euskal Herria, es un deber moral de elemental solidaridad asistir masivamente a tan emocionante y reivindicativo memorial.
Ninguna sociedad puede prescindir de las páginas más significativas de su biografía colectiva bien sea por epopeyas triunfales, por épicos episodios, o por desgracias sufridas. La memoria colectiva es la esencia de la identidad de un pueblo. No podemos olvidarnos de memorar.
Asimismo, es un gesto de reconocimiento a todas las víctimas del terrorismo gubernamental del Reino de España y admiración colectiva del pueblo vasco a quien desde Catalunya, como siempre, nos acercó un mensaje tan íntimo, sincero y emotivo. La decisión, valentía y solidaridad con los fallecidos tan espontánea como afectiva y expuestamente los homenajeó Lluch merecen ser recordadas y reconocidas
Este acto de reconocimiento en su versión de cantata fúnebre por sus especiales características emotivas y compositivas de enorme expresividad, profunda evocación sentimental con la interpretación en la cuidad y en presencia de muchos testigos de los hechos adquirirá de nuevo una enorme dimensión artística con la intervención de Lluch, el imprescindible acompañamiento coral, en esta ocasión del majestuoso Donostiako Orfeoia, y la orquesta Sinfonía Gasteiz con 70 jóvenes músicos bajo la dirección de Enrique Ricci.
Campanades a morts se convertirá, sin duda alguna, para disfrute de quienes podamos asistir o escuchen su grabación, en un bien cultural, en un patrimonio musical inmaterial, que deberá ser perpetuamente recordado para conocimiento de generaciones futuras. Un monumento sonoro. ¡Moltes gracies, Lluís Llach, Eskerrik asko!