La soberanía, que hace del Estado la suprema instancia de poder, fue considerada como un peligro para la supervivencia de la Humanidad. El derecho de gentes perseguía imponer trabas a los Estados soberanos en sus actuaciones incontroladas frente a Estados y Pueblos más débiles. A decir verdad, el derecho de gentes no ha cumplido otra función que la de salvar las formas de agresión de los fuertes contra los débiles, particularmente cuando tal agresión se ha hecho en nombre de la civilización y la paz, que, naturalmente, no podía ser entendida sino desde la perspectiva occidental y europea. La Historia de los últimos siglos no ha sido otra cosa que la acumulación de agresiones perpetradas en contra de los países de todo el Mundo por parte de los Estados industriales avanzados, que buscaban imponer su soberanía a naciones menos fuertes de Asia, África y América, con el fin de practicar el expolio de sus recursos materiales y su potencial humano. Los países europeos encontraron siempre una justificación extraída del derecho internacional que permitía su intervención directa en los asuntos internos de los países soberanos de todo el Mundo a los que sometieron. Según los casos les acusaron de no estar capacitados para mantener el orden interno, o de no respetar las normas de derecho internacional e, incluso, de no respetar -de acuerdo con parámetros europeos- los derechos de quienes, también europeos, no acataban las leyes interiores de los estados soberanos en los que aquellos se habían entrometido.
Un armamento a todas luces descomunal frente al que podían oponer africanos y asiáticos, fue el argumento definitivo que impuso normas jurídicas, orden político y civilización, junto con los valores éticos inherentes. Sin embargo, los Estados europeos no pudieron utilizar estas bazas cuando les tocó enfrentarse entre ellos mismos como adversarios. La destrucción de bienes y hecatombes de seres humanos del siglo XX elevó el clamor de las sociedades avanzadas en contra de las carreras armamentísticas. En adelante el Estado que se prevaliera de su soberanía con el fin de buscar una ventaja en armamento superior a sus congéneres, se vería situado al margen de las relaciones internacionales y considerado una inminente amenaza de guerra para el conjunto. La razón es clara. Quien busca la superioridad militar, pretende la imposición.
El arma nuclear tiene, por el momento, esas características de armamento de ventaja descomunal, que convierte en desamparado a quien no la posee. De hecho los americanos se encontraban en situación de imponer su criterio al conjunto del Mundo, cuando la dispusieron -y utilizaron- en solitario, haciendo inútiles, de paso, los foros de encuentro internacional. Cuando perdieron la exclusiva por la acción de soviéticos y chinos, el arma nuclear devino instrumento de disuasión. En el marco de las relaciones internacionales, el espacio mayor de la Tierra se encontraba bajo control de lo que se ha denominado Mundo occidental. Cualquier cuestionamiento de este control suponía el enfrentamiento con Norteamérica y sus aliados, y solamente el apoyo de la otra superpotencia -la U.R.S.S- ofrecía garantías de resistencia. A raíz de la desaparición del sistema de bloques y de la Unión Soviética, de nuevo la hegemonía occidental ha planeado sobre el planeta, hasta que diversos Estados han conseguido el ansiado armamento; no tanto con planteamientos expansionistas, sino buscando la seguridad en un arma de gran poder disuasorio en el radio de acción de lo que cada uno de tales estados considera intereses vitales. Pakistán y la Unión India en su tradicional controversia; Israel buscando resguardarse de un ataque árabe incontenible; Corea del Norte y, ahora, Irán.
En los dos últimos casos la disuasión se ejerce en contra del Mundo occidental -y más en concreto en contra de Norteamérica-. Estos Estados amenazan romper el orden que el presidente Bush intenta imponer. De hecho no ha concluido la remodelación mundial que se inició al desaparecer la U.R.S.S. Es cierto que América no se puede imponer a China y Rusia actualmente, pero contempla un escenario mundial cuasi-hegemónico, en particular por lo que respecta al área de Asia central. Se lo discuten -o han discutido- Irak, Irán, Siria y otros países. La inclusión de estos en el “eje del mal” no puede dejar de evocar el modo en el que Hitler convertía en enemigos de la raza aria y de Alemania a judíos, comunistas y eslavos. Esta señalización hacía de ellos agresores sin remedio y, por tanto, enemigos a batir, de inmediato, por parte de los nazis. En el momento presente, el presidente americano Bush pretende imponer al Mundo su propia percepción de que Irán constituye un peligro para la seguridad mundial. Dada la trayectoria de Norteamérica a partir del presidente Reagan, es muy probable que se produzca un ataque a medio plazo en contra de Irán. Se entiende, en definitiva, que este país pretenda conseguir el arma disuasoria que en otros tiempos garantizó la independencia de China, como hoy en día ha salvado de la agresión a Corea del Norte.
Cuando se habla de una materia de tal trascendencia como es la posesión de armamento nuclear, es obligado recordar que la misma corresponde a la soberanía de los Estados. Ningún Estado soberano se encuentra obligado a reconocer una instancia de poder, o jurídica, superior a su propia soberanía. El reconocimiento del derecho internacional, tribunales internacionales u organismos de arbitraje, funcionan a partir de la voluntad del estado soberano a aceptar tal instancia. Pero Derecho internacional, tribunales internacionales o instancias de arbitraje, han sido aceptados por los Estados, en tanto que renuncia a tomar una decisión por cuenta propia, en pie de igualdad con sus congéneres. En el tema del armamento nuclear no se ha establecido tal igualdad y el tratado de no proliferación de armas nucleares no ha supuesto la renuncia a la misma de los estados poseedores del arma atómica. Un estado sin este armamento queda a merced del que lo tiene; este es el caso de Irán frente a U.S.A. Desde nuestra perspectiva occidental la República de los ayatolas puede representar un grave peligro, cuando se supone a sus dirigentes dispuestos a atacar nuestra tranquilidad. Es posible. En todo caso es obligado reconocer que ni el derecho internacional, ni las organizaciones que se estiman garantes del mismo, aseguran la inviolabilidad de Irán. Es un sarcasmo que U.S.A., la potencia que se ha mostrado en los últimos tiempos menos respetuosa con los organismos internacionales, pretenda ahora servirse de ellos para condenar a un Estado que ella misma ha puesto en su punto de mira.