A menudo hemos hablado de la historia y el papel que juega en nuestras vidas globalizadas y contemporáneas. Y mientras nosotros, puntillosos, escrupulosos, confusos, no acabamos de decidir si tenemos un pasado, una identidad, un pueblo, el Estado que nos ocupa por el sur trabaja día y noche en inventarnos un relato fabuloso. Esta vez la Academia de la Historia, con presupuestos inmensos a cargo del Ministerio de Cultura, prepara el Gran Diccionario Biográfico de la Historia de España. 40.000 españoles, grandes patriotas, aparecen con pelos y señales en ese magno proyecto. Desde los tiempos de Maricastaña. Según los resultados, el botijo ya era español en la época de los faraones, en Atapuerca y si me apuran cuando el meteorito acabó con los dinosaurios. Veamos algunas de las entradas que componen el santuario español.
Boabdil, hijo del rey nazarí Muley Hacén y la princesa Fátima. Vencido y expulsado de su reino. Nacionalidad, granadino. De él se cuenta que, al abandonar la ciudad, derrotado, tuvo que oír: “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Proscrito del territorio que conquistaron los reyes católicos.
Maimónides, matemático, astrónomo y físico, natural del califato de Córdoba, judío, rabino principal de El Cairo y médico personal de Saladino. En su Guía de los perplejos intenta armonizar las creencias del judaísmo con los principios de Aristóteles en su versión arábiga. Es tan español como las doce tribus.
El Greco, que sí es cierto que pintó algo en la corte española. Sin embargo Domenikos Theotokópoulos nació en Candía, isla de Creta, bajo la soberanía de la república de Venecia. Es tan español como el Minotauro o el laberinto. Para quien le interese el dato, siempre firmaba en griego. Muchos de sus cuadros se exhiben en el Museo Metropolitano (de Nueva York, por si acaso).
Athaualpa, rey inca, del territorio que hoy llamamos Perú. Enfrascado en una lucha por el poder con su hermano Huascar, fue engañado, capturado, secuestrado, pesado en oro, esquilmado y asesinado por el bandolero español Pizarro. No se le conoce otro vínculo con el imperio hispano.
Aníbal Barca, natural de Cartago, ciudad cuyas ruinas ni siquiera existen. Las actuales son romanas. Delenda est Cartago. Fue el genio militar que dirigió las tropas contra Roma en las guerras púnicas. Atravesó los Alpes con su ejército de elefantes y mercenarios, en una extraordinaria epopeya, y derrotó en infinidad de combates a los romanos. Pero no entró en Roma, aunque la tuvo al alcance de la mano. Es tan español como el rey Faisal, que veraneaba en Puerto Banús.
Cristóbal Colón, natural de Génova, pirata de los mares y mercenario que a bordo de tres barcos con tripulantes guipuzcoanos llegó a las costas del otro lado del Atlántico. Aquel desembarco fue funesto, y en el siglo que siguió el genocidio español, el mayor de todos los tiempos, acabó con cien millones de americanos.
Juan Sebastián Elkano, marinero de Getaria que, embarcado a las órdenes del portugués Magalhaes, dio la vuelta al mundo. El primero. Volvió a su pueblo hecho unos zorros; nunca recibió su salario y sus deudos y familiares pleitearon durante años contra la hacienda española. Le fue bien empleado, por juntarse con chorizos.
Lucio Séneca, filósofo cordobés de la época del imperio romano. Prefecto en Egipto y exiliado en Córcega. Tutor de Nerón en Roma y amigo de Burrus. Su obra Sobre la brevedad de la vida está dedicada a la ira, y puede ser la única alusión que dedica en vida a la idea de ser considerado hispánicus.
Cayo Julio César, emperador romano, conquistador de las Galias, vencedor de Pompeyo (para desconsuelo de su ciudad, Pompei-iluna; hoy Pamplona). Pasó el Rubicón; llegó, vio y venció. Murió a manos de un Bruto. No está claro que pasara siquiera por Puerto Banús.
Santxo, el de Peñalén, o Santxo VII Azkarra, o Blanca de Navarra, o cualquier otro de la lista. Como el resto de los reyes navarros, reinaban en Iruñea. No vamos a ponernos monárquicos. Pero no hay modo de entender qué pintan (a diferencia de El Greco) en la lista de los reyes godos.
Averroes, filósofo árabe, nieto del Cadí de la Gran Mezquita y médico del califa cordobés. En su obra intentó de conciliar la teología musulmana -credencial- con el pensamiento aristotélico -racional-. Un intento, se vea como se vea, nada hispánico ni castellano.
El emperador Augusto, el libertador Bolívar, Abderramán, Francisco Javier, etc, etc. Es una lista alucinante, los supuestos españoles. Por cierto, no hay ningún negro. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Mejor les iría si se quedaran con Franco, Luis Candelas, Cánovas del Castillo, con Aznar, con Josemaría el Tempranillo… De verdad, con los suyos.