El periodista norteamericano progresista Nicholas Kristof (1959), reconocido por su permanente defensa de los derechos humanos y por la denuncia de los abusos sociales, ganador dos veces del premio Pulitzer y colaborador de ‘The New York Times’, acaba de publicar un provocador artículo en este diario con el título: “Ha sido el mejor año de todos los tiempos”, referido a 2019. estoy muy de acuerdo.
O, mejor dicho: no es cuestión de estar o no de acuerdo, como si se tratara de una opinión discutible, sino que es una cuestión de hechos objetivos. Ahora bien, la incredulidad lógica y esperable ante esta afirmación tan contundente radica en que solemos poner nuestra mirada tanto en el corto plazo como en un espacio muy limitado de hechos, generalmente ligados a los conflictos políticos institucionales o desgracias y cataclismos aislados. En cambio, nos suele faltar una mirada más ancha y larga para que el balance esté bien fundamentado.
¿Y qué ha mirado Kristof para hacer una afirmación tan controvertida? Pues cuestiones de verdadera trascendencia más allá de nuestras miserias cotidianas. Pongo algunos ejemplos. Cada día, este 2019, 325.000 personas más han tenido electricidad; a 200.000 les ha llegado agua corriente y 650.000 han tenido acceso a internet. Sí, todos los días. Y si la pobreza extrema -menos de 2 dólares al día- afectaba al 42% de la población en 1981, este 2019 ya sólo es un 10%. De modo que, este año, cada día -cada día- 170.000 personas han salido de la extrema pobreza.
No sigo con esta lista de datos que también podría informar de los niveles educativos, el analfabetismo, la mortalidad infantil, la esperanza de vida o las tasas de homicidios. Quien las quiera comprobar, puede recurrir al ‘Our World in Data’ (www.ourworldindata.com) de la Universidad de Oxford. Pero los más escépticos pueden leer ‘Factfulness’ de Hans Rosling (La Campana) o ‘Enlightenment Now’ (Allen Lane) de Steven Pinker, y todavía el más reciente de Andrew MacAfee ‘More from Less’ (Simon and Shuster). Se trata de superar la mentalidad pesimista, con tendencias apocalípticas que ha arraigado tan profundamente en nuestra mirada.
Las razones para la insatisfacción, en el balance de 2019, son enormes. ¿Quién lo puede negar? Las amenazas ambientales y climáticas, las aún escandalosas desigualdades, la violencia de género, los conflictos armados… nos indican que el mundo todavía puede y debe mejorar mucho. Pero si hablamos de hacer balance, la idea es poner todo lo que hay en cada plato de la balanza y no limitarnos a mirar hacia la peor parte.
Nicholas Kristof cita al economista Max Roser, el director de ‘Our World in Data’, para afirmar lo siguiente: “Tres cosas son ciertas a la vez: el mundo es mucho mejor, el mundo es un desastre, el mundo puede ser mucho mejor”. Efectivamente, que haya dos platillos en la balanza, en este caso no significa que el peso de uno pueda hacer ignorar el peso del otro. Pero la cuestión no es que se quieran ocultar los desastres, sino que los desastres no nos dejen ver los buenos resultados del trabajo ingente de tantas organizaciones cívicas, personas comprometidas e incluso gobiernos responsables para hacer un mundo mejor.
Y la cuestión, también, es si el acento en sólo lo que es un desastre y en la ocultación de la capacidad de mejora, es decir, si el pesimismo inducido por el catastrofismo es más estimulante para afrontar lo que hay que cambiar, o si no provoca todo lo contrario. La cuestión es ver qué perfiles humanos han contribuido a mejorar el mundo y cuáles lo han empeorado. La cuestión es si es la esperanza o la desesperanza lo que mueve el mundo en la buena dirección.
La pregunta, en definitiva, es si estamos en condiciones intelectuales para hablar bien, también, del mundo que nos rodea. Si la esperanza es, también, una calidad intelectual progresista, transformadora, y si el pesimismo es una fuente de reaccionarismo social y político, una vía fácil de desresponsabilización, del típico “no se puede hacer nada”.
Hay muchos estudios sobre las raíces del pesimismo social. Es especialmente interesante el del mismo Max Roser con Mohamed Nagdy, ‘Optimism and Pessimism’, o el de Roger Liddle, ‘Social pessimism’. En ellos se pueden encontrar datos sintomáticos. Cuanto más ricos, más pesimistas. O cuanto más hablamos de lo que nos queda lejos y no conocemos, más pesimistas. Y sobre los grados de desinformación y el impacto en la percepción negativa de la realidad…
Vuelvo al principio: ¿2019 ha sido un buen año? La respuesta más precisa debería permitirnos decir, al mismo tiempo, sí y no. Y como no es un balance numérico, lo positivo no disminuye lo negativo. Pero es cuestión de ecuanimidad tener la mirada más amplia posible y poder hacer un balance que nos muestre, también, todo lo bueno que ha tenido el año que termina.
EL TEMPS
6 de enero de 2020 . Núm. 1856