1714-2014


1714-2014

Albert Sánchez Piñol / La Vanguardia

La noche del 11 de septiembre del año pasado estaba escuchando una emisora de alcance estatal cuando intervino Antonio Bolaño, tertuliano exaltado, exasesor de Montilla, despachándose a gusto contra la exitosa manifestación. Bolaño describió Catalunya como un lugar tan enrarecido por los soberanistas, tan intelectualmente enloquecido, que algunos incluso mencionaban “barbaridades” como “republicanismo monárquico”. Al señor Bolaño alguien le tendría que haber dicho dos cosas. Una: que la expresión republicanismo monárquico es un término estrictamente académico que usan los historiadores para describir la filosofía política que imperaba en Catalunya antes de 1714. Y dos: que la ignorancia casi siempre va de la mano del ridículo.

Los hechos de 1714 han generado tantos esfuerzos revisionistas que es imposible resumir todos los argumentos del megáfono negacionista. He aquí los principales.

El discurso de Casanova el 11 de septiembre deja muy patente que los catalanes luchaban por el rey y por España. En efecto, el último alegato del gobierno catalán, en circunstancias extremamente patéticas, invoca que la lucha catalana es “por la libertad de toda España”. Lo que el revisionismo calla es que el significado de la palabra España era radicalmente diferente del actual. Los historiadores han definido la España de 1713 como un “Estado Compuesto”, un sistema de esencia confederal. Es decir, que la última proclama de Casanova era perfectamente coherente con la defensa de las Libertades y Constituciones.

En cualquier caso, ¿saben de dónde han sacado los autores revisionistas el fragmento de la proclama “españolista” de Casanova? De Castellví. Francesc de Castellví fue un exiliado austriacista que escribió las monumentales Narraciones históricas, guiado por el deseo de inmortalizar la lucha de los catalanes por sus libertades. ¿Qué hace el revisionismo? De las más de cinco mil páginas de Castellví toma un fragmento minúsculo y excluye las otras 4.999 páginas. Bravo. De hecho, la última Diada, el PP pagó para que la prensa catalana publicara ese fragmento, perfectamente descontextualizado. Esto es típico del procedimiento negacionista. Se coge un documento de época indudablemente auténtico, se extrapola y se obvian los miles de documentos que lo contradicen. Por decirlo de algún modo: imaginemos que existiera un parte meteorológico del 7 de diciembre de 1941, donde se indicara que aquel día hubo una gran tormenta en el Pacífico Oriental. La conclusión revisionista sería la siguiente: “El documento demuestra que los aviones no podían volar; en consecuencia, el ataque a Pearl Harbor nunca existió”.

La represión filipista no fue tan grave, y gracias al nuevo régimen Catalunya progresó económicamente. Que es como decir que el franquismo industrializó Catalunya. La historiografía moderna lo ha dejado muy claro: en la posguerra, Catalunya prosperó a pesar del nuevo régimen y no gracias a él. En cuanto a la represión borbónica, las últimas investigaciones apuntan que todavía fue más grave de lo que se creía. La práctica habitual del ejército borbónico consistía en quemar cualquier localidad donde se topara con una mínima resistencia. Una política de Estado basada en los incendios, las deportaciones y las ejecuciones. Ahora bien, elevando la anécdota a categoría, el partido Ciudadanos, en su página web “Vamos a contar diadas” llega a afirmar que “durante el sitio de Barcelona los pueblos del Pla de Barcelona no sólo acogieron sin problemas a las tropas sitiadoras, sino que los campesinos hicieron pingües negocios con ellas” (sic). Que a estas alturas de las investigaciones históricas Ciutadans continúe manteniendo una web como Vamosacontardiadas.com ya no es un fenómeno que se tenga que explicar desde la demagogia, sino por el psicoanálisis.

La enconada resistencia barcelonesa fue provocada por un puñado de aristócratas y políticos ambiciosos que manipularon a una chusma ignorante. Destaco este argumento porque tiene 300 años de vigencia. Los botiflers de la época ya lo mencionaban, y hoy en día, mira tú por donde, se afirma lo mismo del proceso soberanista. El problema es que tenemos las actas de las votaciones parlamentarias de la época: en primera instancia los nobles votaron en contra de que Barcelona resistiera, y sólo rectificaron por la presión popular.

El bando catalán sólo defendía un anticuado sistema de fueros medievales y privilegios nobiliarios. Es urgente, urgentísimo, recuperar Víctor Ferro y su El Derecho Público Catalán. Las Instituciones en Cataluña hasta el decreto de Nueva Planta (1987). Ferro ilumina el magnífico edificio que fueron las Constituciones, donde incluso se preveían medidas para limitar el poder real como el hábeas corpus. La guerra de Sucesión en la Península fue, de hecho, un conflicto entre dos modelos políticos. En Castilla imperaba un principio: “La palabra del rey es ley”. Y en cambio, en Catalunya, la figura real estaba más subordinada a las instituciones autóctonas. Por eso un autócrata como Felipe V se exclamaba: “Las últimas cortes me los han dejado (a los catalanes) más repúblicos que a los ingleses” (sic). Y es por todo ello que los historiadores se refieren al sistema catalán como “republicanismo monárquico”. ¿Lo entiende ahora, señor Bolaño, lo entiende?

 

Las fronteras de la historia

EL PUNT – AVUI / Cinco historiadores reflexionan sobre los hechos de 1714 y su proyección hacia la actualidad

“La Cataluña de 1976 no sabía casi nada de la derrota del 11 de septiembre de 1714, a pesar de sufrir sus consecuencias”, comentaba el periodista Jordi Grau, director adjunto de El Punt Avui, en el arranque del debate promovido por Banc Sabadell el pasado jueves en el hotel España de Barcelona. A pocos días para el Tricentenario, historiadores contrastados opinan sobre la vigencia de aquella historia lejana -hoy ya más conocida- aunque la difusión social sigue yendo todavía muy por detrás, matiza el catedrático Antoni Segura, aclarando que, aunque Cataluña viva una época de gran reivindicación soberanista, no sería adecuado establecer paralelismos demasiado simples con el sitio de Barcelona.

Advierte del peligro del exdiputado socialista e historiador Joaquim Nadal: “Se dice que la historia es cíclica y se repite, pero la historia no se repite nunca”, asegura, porque siempre hay condicionantes que hacen variar el análisis. Con la conmemoración, eso sí, existe la oportunidad de revisar y completar el estudio sobre la Cataluña de hace 300 años”. Pocas veces podemos estar satisfechos de los estudios en cuanto a su cantidad y calidad; hay poca agua de borrajas. La historiografía nos aporta mucho, aunque siempre quedarán abiertos debates”, destaca el también catedrático Joan Villarroya. “El valor de las conmemoraciones es que estimulan el que aparezcan libros para que generen reflexión en la sociedad, y ha aparecido una bibliografía que clarifica mucho la situación”, constata la doctora Teresa Abelló. “El Tricentenario ha ayudado a fijar un relato nacional de Cataluña, que tiene su parte épica, pero también la humana: en el Born se encuentra la gente”, reivindica Carles Ribera, historiador y subdirector de El Punt Avui.

El fin de la guerra de Sucesión (1701-1714) lleva al decreto de Nueva Planta. Felipe V impone el absolutismo borbónico y prueba de borrar todo vestigio de autonomía e identidad del Principado. En realidad, son las consecuencias de un conflicto global, una guerra que afecta a la vieja Europa y parte de América el comercio por el Atlántico. Intentan calibrarse dos dinastías: los Austrias y los Borbones. Y, cuando en 1713 se firma el Tratado de Utrecht, en el que los ingleses se desentienden de defender a los austracistas catalanes y aragoneses, “pasa a ser una guerra civil: Cataluña queda sola”, sentencia Nadal.

Para Segura, aunque es necesario profundizar en el estudio de “el impacto sobre la gente común”. En este sentido, ve muy valiosas las memorias de un campesino austracista que se niega a pagar los impuestos que impone el decreto. Es remarcable el hallazgo porque pocos deberían ser los agricultores que supieran escribir en el s. XVIII. De hecho, se sabe poco de la vida rural. Nadal, en cambio, destaca el trabajo de Albert García-Espuche, que detalla el trabajo y la vida de las personas que vivían en lo que hoy es el Born Centro Cultural: “De este yacimiento arqueológico, no son tan importantes las paredes, sino saber cómo se vivía. Los datos revelan que antes de la guerra ya no eran talleres artesanales, sino pequeñas empresas que almacenaban material de fuera de Barcelona para luego comercializarlos”. Y es que” Barcelona tiene un entramado institucional suficientemente potente como para dejar escrito el dietario del asedio. Hay muchas crónicas escritas. En el resto de Cataluña no existe esta minuciosidad”, indica.

Por lo que se sabe de las crónicas del asedio (que duró más de un año, aunque inicialmente era muy poroso porque se recibía material desde el puerto), dio un giro importante cuando asume la dirección “el duque de Berwick, por cierto, de ascendencia escocesa…, con la demanda de los Borbones franceses de apretar un poco más el tornillo”, comenta Nadal. También deberían ser terribles las consecuencias de la guerra en el campo. José María Delgado cuenta 30.000 soldados profesionales en Cataluña y los tacha de “plaga de langostas”, cita Nadal. Segura, en este sentido, lamenta la poca información sobre las tropas de los Miquelets, de las que “hoy hay un tratamiento más literario que historiográfico. Eran muy populares, pero han quedado menos testigos “.

Villarroya destaca las aportaciones de Agustí Alcoberro sobre el exilio de los austracistas a aquella Corte. Ahora podemos saber el contexto de la guerra en el plano internacional, civil y local. Los catalanes en Viena tuvieron la posibilidad de hacer una carrera que, “posiblemente, no habrían podido hacer nunca aquí”. Efectivamente, Segura remacha el clavo: “Los estudios de Albareda y Lluch dan nueva información sobre el exilio austracista, que, fundamentalmente, no vuelve nunca más. Hay que pensar que en la época el viaje Barcelona-Viena no era igual que ahora, con un low cost te plantas con pocas horas… ” Incluso un personaje como Ramón Vilana-Perles acabará actuando como primer ministro de el archiduque”. Lluch elegía muy bien los flashes, explica bien que en Cataluña había unas clases políticas que querían una alternativa diferente, y esta Cataluña vencida, que había querido defender sus derechos, se va y continúa escribiendo y opinando en Viena”, explica Nadal. “Hay que entender que la gran nobleza catalana ya se había castellanizado, pero una parte importante de la pequeña es austracista y marcha del país, así que queda muy castigada por la guerra”, explica Segura, y añade: “Esto favoreció que la gente tuviera que espabilar: de ahí el crecimiento del siglo XVIII, que pone las bases del XIX”.

Los Austrias, sin embargo, ¿eran menos absolutistas que los Borbones? Aparentemente sí, y “las cosas habrían sido muy diferentes con ellos”, dice Segura. Pero nada es definitivo en la historia: “Hay que reconocer que nuestro Carlos III, que era Carlos VI en Hungría, a pesar de ser austracista, fue más absolutista en ese territorio que el propio Felipe V en Cataluña”, indica Nadal. Aún más: “Si tuvieran que elegir entre Cataluña y el imperio, los reyes austracistas habrían elegido el imperio”, constata. “Hay una cierta mitificación, y tampoco eran una maravilla: se trataba de un antiguo régimen”, confirma Abelló.

 

La conmemoración

En cuanto a la pérdida de las libertades catalanas hace 300 años, sin embargo, “la recuperación del sentimiento es muy tardía”, introduce Segura, que sitúa los orígenes de la conmemoración en hace poco más de un siglo. El historiador reusense Pere Anguera escribió un libro sobre ello. De hecho, no fue hasta 1888, cuando se levanta la actual escultura de Rafael Casanova coincidiendo con la Exposición Universal, cuando empieza a haber cierta toma de conciencia. Y la primera manifestación, con unas nada despreciables 12.000 personas según las crónicas de la época, es el 1901. Todo ello quizás explica, según él, paradojas como que hoy Cataluña tenga un himno que rememora la guerra de Separación de 1640 y celebre la Fiesta Nacional por unos hechos de 1714. Abelló constata que la conmemoración, con un gran peso literario, parte de Barcelona y pasa a un ámbito nacional. Y avisa de que siempre se recupera el Once de Septiembre “desde la vía de la nostalgia y el conflicto”.

A ello ha ayudado, ciertamente, la actitud española. “En los últimos cien años, el Once de Septiembre se ha tenido como una fiesta nacional y democrática, pero en realidad durante medio siglo no se ha podido conmemorar, por las dictaduras de Primo de Rivera y Franco”, constata Villarroya. “Hay historiadores que dicen que el 11 de septiembre de 1714 fue el fin de la nación catalana; otros, en cambio, dicen que es cuando empieza”, reflexiona Nadal, que recuerda que este año en realidad se cierra un tricentenario “que debería haber sido más largo”: catorce años de guerra de Sucesión…, mientras se ‘abre otra conmemoración no menos importante de cuatro años, la de la Primera Guerra Mundial, o Gran Guerra. Con el permiso de la de Sucesión…

 

La proyección hacia el futuro

Y en el contexto actual, ¿qué papel tiene la historia? Según Nadal, “hoy el Once de Septiembre ya es fiesta nacional”, aunque ha pasado de la rutina que era hasta el 2010 a tener un “valor reivindicativo”: “Si la V es masiva, no será por el Tricentenario, sino por la sentencia del TC contra el Estatut”, reflexiona. Ribera tira del hilo: “La historia sirve para explicar un país, no para justificarlo”. Lo que justifica, según él, es la voluntad de estar presente. “El concepto de Estado o de independencia cambia mucho a lo largo de la historia, pero lo que no varía es la autoafirmación como comunidad política”, expone. Segura le da la razón, y añade que esto “nunca es resultado del pasado”. “A pesar de ser un país de paso, nuestra voluntad de ser una comunidad política pide participar de las decisiones tozudamente desde hace 300 años y, aún más, no someternos a políticas que vienen de fuera”, razona. Y aquí Ribera coge el toro por los cuernos: “Es un debate historiográfico estéril discutir si Cataluña ha sido nunca independiente o no”. “Este es el hecho clave que no ha entendido gran parte de la historiografía española”, le da la razón, de nuevo, Segura. “Hay voluntades políticas que van más allá de las institucionales, hay una incapacidad total y absoluta para entenderlo, sería necesario que se les cayera la venda de los ojos”, razona, mientras Abelló lamenta que incluso ve una “actitud de regresión” en la historiografía española, incluso la más comprensiva hasta ahora.

En todo caso, Ribera también quiere matizar que “Jaume I ya firma un tratado internacional para fijar fronteras”. Pero aquello eran territorios repartidos entre hijos como una propiedad, le rebate Villarroya. Las fronteras de la historia son mucho más porosas que las geoestratégicas de los viejos estados. Sobre todo, actualmente, de algunos: “Excepto Irlanda y Noruega, que responden a unos hechos muy concretos, los nuevos estados sólo han aparecido a raíz del desmembramiento de la Unión Soviética. Ahora existe la incógnita de lo que pasará en Escocia y en Cataluña, en un escenario en el que no hay precedentes. Para el Kremlin todo parece fácil, pero en Occidente los estados velan por la no aparición de estados nuevos”, avisa Nadal. Villarroya, lúcido, insinúa un desenlace: “En Europa sólo hay una línea que no se ha movido nada en el siglo XX: la que delimita Portugal y la de los Pirineos. Todas las demás se han modificado”. ¿Llegará ya su turno?