Vox y los demás

Y bueno, se acabó la excepción española. Tras decenios de comentarios autocomplacientes sobre la inexistencia, en el sur de los Pirineos, de una extrema derecha como las que se extendían por Europa, la pretendida inmunidad ha saltado por los aires. Vox ha recogido casi el 11% de los votos emitidos en un territorio que representa casi el 18% del censo electoral español. Y no vale edulcorarlo o camuflarlo: Vox es el homólogo ideológico del lepenismo francés (así lo confirmó Marine Le Pen al felicitar a los de Santiago Abascal mismo domingo), se sitúa dentro de los mismos parámetros doctrinales que el partido húngaro Fidesz de Viktor Orbán y un poco a la derecha de los polacos de Ley y Justicia. Y el hecho de que una parte de sus votantes pueda proceder del PSOE no debilita ni un poco su carácter ultra. Después de todo, cientos de miles de votantes del Frente Nacional francés de los años 80 y 90 procedían directamente del electorado del Partido Comunista.

Naturalmente, en Andalucía han pasado más cosas relevantes. Una es el agotamiento final del PSOE-A como partido-régimen. Por el desgaste de casi cuatro décadas de hegemonía; por el inexorable envejecimiento y la muerte de sus votantes más cautivos; por el escándalo de los ERE; y también por otro factor: obnubilados por su predominio que parecía perpetuo, los socialistas andaluces creyeron que, para encabezar la Junta, valía cualquiera, siempre que fuera muy orgánico, muy del ‘aparato’. Por ejemplo, una Susana Díaz que, como se ha evidenciado en esta pasada campaña, no daba la talla ni tenía el nivel.

En la pugna por la primogenitura de la derecha de ámbito estatal, el Partido Popular ha obtenido un triunfo francamente pírrico. Triunfo, porque conquista cinco escaños más que Ciudadanos y evita así el temido ‘sorpasso’ de los naranjas; pírrico, porque ha perdido 300.000 papeletas y siete escaños. De hecho, si lo comparamos con el resultado de las antepenúltima andaluzas (las de marzo del 2012), el PP ha perdido por el camino, en seis años y medio, la mitad de sus votos (de 1,5 a 0,75 millones ) y de sus diputados (de 50 a 26). Las ínfulas de victoria de Juanma Moreno y de Pablo Casado, pues, resultan grotescas.

La fuerza emergente dentro del espacio liberal-conservador es, sin discusión posible, Ciudadanos, que ha doblado porcentaje de voto (hasta el 18,3%) y más que doblado escaños (de 9 a 21), a pesar del escaso carisma del su presidenciable Juan Marín, a quien hubo que reforzar enérgicamente con Inés Arrimadas y Albert Rivera. Apenas 90.000 votos por detrás del PP en Andalucía, el partido naranja puede aspirar razonablemente a un ‘fifty-fifty’ con los de Casado en las próximas elecciones generales españolas.

Esto, siempre que la criatura que han engordado estos últimos tiempos no se los coma a ambos, Cs y el PP. Permítanme recordar algunos datos básicos. En 2014, cuando le faltó poco para conquistar un escaño europeo, Vox había sumado en Andalucía 32.407 votos, un 1,21%. En las generales de junio de 2016, la última vez que los andaluces acudieron a las urnas, el registro de Vox fue de 8.341 papeletas, un 0,2%. ¿Cómo, en treinta meses, pueden haber multiplicado estas últimas cifras por cincuenta? ¿Tal vez Andalucía ha vivido una crisis inmigratoria colosal, o una explosión de inseguridad ciudadana, o un colapso económico y social comparable a la crisis griega del 2012-14…?

Ninguno de estos escenarios se ha producido y, de hecho, ninguno de estos asuntos (inmigración, delincuencia, dificultades económicas, servicios sociales) ha sido tema estelar de la campaña; de hecho, ni siquiera se ha hablado mucho de la gestión de Susana Díaz. El PP y Cs han discurseado, mitineado y agitado sobre todo en clave española (expulsar de la Moncloa a Sánchez, el presidente ilegítimo, el aliado de los ‘golpistas’, el traidor que permite a sus cómplices separatistas escupir a España), es decir en clave catalana: utilizando a Junqueras, Puigdemont o Torra como espantajos, invocando pactos e indultos de pura fantasía, denunciando los imaginarios privilegios de los presos políticos independentistas…

Es aquí, en mi opinión, donde se ha producido la clave del sorprendente éxito de Vox. Si tú, partido de la derecha parlamentaria y establecida, haces girar tu campaña andaluza sobre la rapidez, contundencia y duración con que aplicarías en Cataluña el artículo 155, sobre la severidad con que condenarías a los acusados ​​por el 1-O, sobre tu celo en defensa de la unidad de España, estás abonando el terreno para que alguien -Vox, en este caso- vaya mucho más allá y se proponga ya no el 155, sino la liquidación de las autonomías; ya no la defensa, sino la ‘Reconquista’ de España; ya no el eclipse de la agenda andalucista, sino su desaparición. Es una ley casi física.

Con Vox disparado de cara a las generales, ¿qué nos dirán ahora los abogados de las terceras vías, de las paces y las treguas y los catalanismos ‘bien entendidos’? ¿Que toda la culpa es del independentismo?

ARA