“Vivir y dejar vivir”

La política es como el mar. Está llena de horizontes que el tiempo y el movimiento deshacen haciendo aparecer otros nuevos que vuelven a parecer lejanos y alcanzables a la vez. La niebla de la cotidianidad dificulta distinguir si las islas y puertos donde refugiarse de las tormentas existen realmente o son meros espejismos creados por los anhelos de los pasajeros.

La travesía contemporánea hacia cotas superiores de emancipación ha sido lenta y complicada, a menudo violenta. Mucha gente ha perdido la vida para conseguir unos derechos y libertades que hoy nos parecen evidentes, pero que en su momento eran vistos por muchos como una locura ilegítima, como el principio del fin del orden social. Reivindicaciones como el sufragio universal masculino y femenino, la libertad de expresión, los derechos de asociación, manifestación y reunión, los derechos socioeconómicos, etc., fueron en su momento objetivos revolucionarios a menudo impulsados ​​clandestinamente desde la ilegalidad y la desobediencia.

Las democracias liberales han sido una conquista cara de conseguir en el camino de la emancipación humana. Hoy nuevos horizontes tratan de aumentar su calidad a través de la optimización de los valores liberales y democráticos -que en la práctica son a menudo deseables pero contradictorios-. En nuestro contexto quisiera destacar dos aspectos aparentemente menores pero que inciden en la calidad democrática: 1) la pretendida conveniencia de la “neutralidad” de los espacios públicos y 2) el uso de conceptos cargados de historia en el debate político.

 

  1. Neutralidad y espacio público.

Últimamente se ha querido reivindicar una pretendida “neutralidad” de los espacios públicos para evitar conflictos entre ciudadanos que mantienen diferentes posiciones. Sin embargo, la noción de “neutralidad del espacio público” se parece mucho a un oxímoron. Neutralidad y espacio público son términos poco compatibles. En cualquier lugar del mundo, las calles, plazas y edificios muestran varios tipos de símbolos y expresiones colectivas que caracterizan la realidad institucional, social, nacional y cultural de aquel contexto (varias banderas, lenguas, símbolos religiosos, corporativos, deportivos, etc.). Es en el espacio público donde los derechos y libertades se expresan. El espacio público nunca es nacional o culturalmente neutro.

La disensión y la discrepancia no deben dar miedo. De hecho, tal como advertía Maquiavelo en los inicios de la modernidad, en una sociedad pluralista la libertad se basa en la disensión. Lo que debe preocupar es no tener los procedimientos y la cultura política adecuada para canalizar pacíficamente los conflictos.

“Vivir y dejar vivir -dice Steven Zweig (‘El mundo de ayer’)- era la famosa máxima vienesa, una máxima que todavía hoy me parece más humana que todos los imperativos categóricos”.

Además, una situación tan poco normal en términos democráticos como la existencia de presos políticos acusados ​​de delitos inexistentes y en situación de prisión preventiva hace casi inevitable que haya una masiva oposición ciudadana que intenta revertir una situación tan injusta como anacrónica en un Estado europeo.

En situaciones de normalidad democrática, las instituciones políticas estrictas, no el espacio público en general, es prudente que muestren una imagen lo más neutra posible, pero la falta de normalidad hace conveniente que las instituciones también se expresen cuando hay derechos y libertades socavadas. Es el caso, por ejemplo, del apoyo de la Generalitat y los ayuntamientos del país a los presos y exiliados.

Sin embargo, discrepo del hecho de utilizar cruces como símbolos a favor de la liberación de los presos. Las cruces emulan los cementerios de las dos guerras mundiales del siglo XX. Y por mucho que duela ver gente honesta como los exconsejeros, las exconsejeras, los dos Jordis y la expresidenta del Parlamento encarcelados, no es una situación comparable con la atrocidad de las guerras y los exterminios masivos de población. Las cruces en las playas frivolizan anteriores tragedias históricas. Los lazos amarillos resultan mucho más acertados como símbolos de resistencia y disconformidad política.

 

  1. Conceptos cargados de historia.

El lenguaje constituye uno de los elementos clave de la calidad de una democracia. Las palabras no siempre se las lleva el viento. Permanecen en los espacios políticos, sociales y mediáticos, públicos y privados.

En este sentido, utilizar para insultar palabras como nazismo, racismo, xenofobia, totalitarismo, etc., tal como se hace últimamente en el debate político y mediático, también frivoliza hechos históricos y diluye los horrores de la historia del siglo XX. Ser cuidadoso con los términos empleados es el primer requerimiento tanto para entender bien el mundo como para mejorarlo. Ninguno de los dirigentes o partidos parlamentarios catalanes o españoles actuales pueden tildarse de nazis, racistas o totalitarios. Afortunadamente.

La demagogia es un mal que corrompe las democracias. Criticando las prácticas demagógicas de la democracia antigua, Tucídides escribe: “Con tal de dar una justificación se modifica incluso el significado de las palabras en relación con los hechos: […] una cautela prudente pasaba por cobardía enmascarada, la precipitación impulsiva contaba como cualidad viril, la circunspección en deliberar como un pretexto para sustraerse a la acción”.

Una sociedad que vive en medio de hipérboles de odio es una sociedad enferma y ciega. Los hechos son importantes, pero son los conceptos los que organizan los hechos. Frivolizarlos, hacer de ellos un uso demagógico y torpe es el primer paso para degradar la convivencia, el rigor analítico y la inteligencia política.

Pido a los actores políticos y sociales que promueven ese lenguaje insultante unas cotas de civilización compatibles con el tipo de sociedad en la que una inmensa mayoría de ciudadanos quiere vivir. Thornton Wilder (‘Los idus de marzo’) pone en boca de César las siguientes palabras: “El mundo plebeyo, en conjunto, es mejorable, pero ¿qué puedo hacer de una aristocracia plebeya?” Ustedes ya me entienden.

ARA