Vergüenza y amargura

Lo vivido en los últimos años cambió la sociedad catalana en profundidad, haciéndola más madura como país, pero la represión desde el 1 de Octubre ha afectado al ánimo y la ha dejado confusa y desengañada. Los ciudadanos catalanes que proceden de regiones españolas conocían lo que dejaban atrás, ya sabían lo que era España, pero muchos catalanes de origen y que crecieron en las últimas décadas o que habían olvidado el pasado se sorprendieron al descubrir que la tradicional antipatía hacia ellos se había transformado en odio.

Un odio que se expresó en ese “¡a por ellos!”, irreparable y que ya no tiene vuelta atrás, gritado por voluntarios enviados por el Gobierno pero procedentes de regiones receptoras de fondos transferidos desde Catalunya, por personas que nunca habían estado en Catalunya, que no habían visto nunca un periódico o una televisión en catalán o ni siquiera habían conocido una persona catalana en su vida. Esa rabia era fruto de la manipulación de las personas más débiles económica y culturalmente que coreaban la consigna que había dado el Gobierno y el rey y habían difundido los medios de comunicación españoles. Un “¡a por ellos!” total, que primero ejerció la represión y liquidación del autogobierno de la Generalitat que había vuelto del exilio en 1977 y que ahora vuelve a estar exiliada y encarcelada. Luego vino el expolio de empresas, sólo quedaba la persecución de la lengua y a eso están ahora.

Una experiencia así crea daños emocionales, recibir un golpe de odio como ése tiene efectos traumáticos. La sociedad catalana está afectada emocionalmente y digiriendo la agresión, falta un análisis sicológico de las consecuencias de esa agresión. Aunque los golpes recibidos no le han impedido mantenerse en pie, cosa que sus agresores no imaginaban pues le tomaron mal la medida.

La corte tenía un plan, y quienes dirigían el proceso catalán, precisamente por su carácter de ser un movimiento eminentemente cívico y no político y porque fue la gente quien empujaba a los partidos, no lo tenían. Es reveladora, e imprescindible, una entrevista que le hace Cayetana Álvarez de Toledo a otro conspicuo cortesano, Juan Luís Cebrián, en El Mundo el 20/02/2017 donde se enuncia la estrategia y los pasos sucesivos dados meses después: “Si el yerno del Rey va a ir a la cárcel, ¿por qué no Artur Mas?”. “Si convocan el referéndum, hay que aplicar el artículo 155”. Cebrián es certero e implacable en sus formulaciones: “El poder es esencial en la política. Y Cataluña no tiene poder político para separarse de España”. Tras indicar que hay que disolver el Gobierno de la Generalitat, “Ocupas tú el poder”. “¿Y entonces qué ocurriría?”, pregunta la entrevistadora. “Entonces el debate ya no sería cuándo van a lograr la independencia, sino cuándo van a recuperar la autonomía. La clave, insisto, es si los independentistas tienen o no poder. Y no lo tienen. El Estado, sí. Se habla de enviar a la Guardia Civil e inmediatamente se dice: ‘No, hombre; la Guardia Civil, no’. ¿Pues por qué no? La Guardia Civil está para lo que tenga que estar.” El plan previsto incluía desde hace tiempo, como reveló ahora la ministra Cospedal, la ocupación militar del Principado si la creían necesaria.

La entrevista es reveladora de la naturaleza del estado español pero también de cómo se construye ese poder en la corte madrileña, a través de una red de entendimientos y complicidades que se beneficia económica y políticamente de detentar el Estado. Sin conocer la naturaleza y como funciona ese entramado no se comprende ni la economía ni la política española. Y sin saber de su cultura política castiza y militarista, franquista al cabo, no se comprende tampoco como reaccionó ante el desafío democrático catalán a su dominio y expolio voraz.

En lo que se equivocaron fue en minusvalorar al que situaron como “enemigo” a liquidar. Su estrategia estimaba que eran “unos 10.000 o 100.000 manifestantes”, y resultó ser la mayoría de la sociedad catalana que quería poder decidir su relación con España y más de dos millones de ciudadanos militantes. El estado decidió imponer su voluntad belicista y colonial, y el resultado es un conflicto en el que ninguna de las dos partes tiene fuerza para imponerse a la otra. La sociedad catalana volvió a escoger un parlamento soberano a pesar de los castigos de un estado corrupto, arbitrario y delictivo, pero la corte posee el Estado de arriba a abajo: del Borbón Felipe VI a Montoro, fiscales, jueces, guardias y cebrianes en las empresas de comunicación. Los catalanes van a volver a tener sus propios gobernantes y la corte tendrá que negociar con ellos.

Las consecuencias de militarizar un problema que debiera haber sido resuelto por el diálogo democrático son desastrosas para la sociedad española, que ha retrocedido democráticamente y se ha envilecido apoyando o aceptando el maltrato a conciudadanos que querían ser libres. Y son muy duras para la sociedad catalana. La corte ha conseguido meter una cuña dentro para dividir, aunque no haya tenido el rendimiento político que pretendían. Para unos la vergüenza y para otros la amargura. Y se ha creado un malentendido que poco a poco se irá aclarando, porque agudizar el conflicto hizo que muchas personas que no deseaban, ni desean, la independencia votaran independentista. Del mismo modo, muchas personas que entendían que era legítimo poder votar en un referéndum y que no tenían sentimientos anticatalanes votaron una candidatura españolista propulsada desde el poder madrileño que se nutre del odio y lo alimenta.

Rajoy no quiso que hubiese salidas en el pulso con la Generalitat, quiso radicalizarlo y eso llevó a este resultado catastrófico para la convivencia y que tampoco va a rentabilizar. M. Rajoy y Felipe VI, los gobernantes del “¡a por ellos!”, se han ganado a pulso su lugar en la más negra historia de España.

ARA