Una revancha largamente planificada

Hoy hace justo un año -un año larguísimo- que Jordi Sánchez y Jordi Cuixart están injustamente en prisión. Es cierto que mucha gente de este país está demostrando que no les olvida -ni a ellos, ni al resto de encarcelados y exiliados-, con multitudinarias concentraciones diarias y semanales en varios municipios y ante las cárceles; con miles de cartas enviadas a los centros penitenciarios; con todo tipo de actos “amarillos” en todo el país para las cajas de resistencia y con iniciativas de tanto valor simbólico como la subida a las Cumbres por la Libertad. Pero incluso estos gestos de solidaridad se podrían volver rutinarios y acabar haciendo “normal” lo que es insoportablemente ignominioso. Tener gente de paz como Sánchez y Cuixart, y buena parte de un gobierno elegido democráticamente en prisión y en el exilio -además de los cientos de investigados pendientes de procedimientos judiciales-, es tan, tan grave que cuesta entender que alguien ya lo pueda dar por supuesto a la hora de valorar la situación política actual.

Este primer encarcelamiento de dos personas a las que quiero y admiro tanto, comprometidas, inteligentes, tenaces, valientes, pacíficas y, sobre todo, inocentes, hace un año que nos trastornó profundamente. Alguien dirá que se podía ver a venir. Pero era un paso tan descarado en la expresión de hostilidad del Estado hacia una gente y un territorio que consideran suyos, que parecía que no se atreverían hacerlo. Claro que tampoco me había imaginado el apaleamiento del 1-O, quince días antes. Pero que la policía se excediera aún podía entrar en la hipótesis del descontrol o de la irritación por aquella profunda humillación política. Ahora bien, ¿era concebible que el sistema judicial se dejara arrastrar por la venganza de manera tan desvergonzada?

Sabíamos que la independencia no sería posible hasta que no hubiera quien estuviera dispuesto a ir a la cárcel. Y sigo pensando que el largo encarcelamiento de Forcadell y Bassas, de Junqueras y Romeva, de Forn, Rull y Turull, más los encarcelamientos no menos injustos de Borràs y Mundó, además de todos los exilios, son realmente el muro que no permitirá que el soberanismo retroceda. La dignidad con que han asumido la injusticia de su encarcelamiento es admirable. Y hoy hay que destacar especialmente el papel firme, sereno e íntegro de Sánchez y Cuixart. Si alguna vez el poder judicial español hace algo que no sea declararlos inocentes, éste será el empujón final que necesita el independentismo y será el último pataleo del Reino de España tal como se le conoce hoy en día.

El sacrificio de nuestros represaliados políticos ha puesto en evidencia ante nosotros y el mundo entero la grave debilidad democrática del Reino de España. Pero mucha atención: lo que ahora vemos tanto a las claras -en el talante profundamente colonial de la nación española, descaradamente en el PP y Cs cuando sueñan con arrasar todo lo que queda de autonomía con un 155 permanente, o con piel de cordero el PSOE cuando ofrece volver a aquello de lo que huimos- no es consecuencia del desafío independentista. Justo al contrario, el soberanismo es la respuesta a un plan que empezó a asomar la nariz muy al principio de la Transición; que se fue materializando discretamente hasta que ya era un diseño preciso que Aznar no disimuló, y que ahora se manifiesta sin ambages en el odio fraguado contra todo lo que sea catalán: de la lengua a los ‘castells’, de la escuela y la sanidad a los Mossos, de los símbolos propios a la economía del país.

En el encarcelamiento de Cuixart y Sánchez y del resto hay rencor por una derrota democrática, la del 1-O, que el Reino de España y su coronado no soportan. Pero que el dolor por los encarcelados y exiliados no nos haga perder la perspectiva: en esta revancha hay un largo plan de aniquilación de la nación catalana, de profundas raíces históricas, pero que ni antes, ni ahora, ni nunca verán cumplido.

ARA