Un país, un relato

Hace años, Josep Gifreu teorizó sobre el espacio catalán de comunicación, expresión feliz que hizo fortuna entre los teóricos de la materia y los partidarios de la causa nacional, más que en la realidad de nuestra estructura comunicativa, si bien se fue imponiendo en el ámbito digital más militante. Como otras naciones europeas, la nuestra es también una nación cultural, con una misma lengua y unos referentes socioculturales comunes, si bien no es, como los demás países, una nación política. El mercado cultural catalán, probablemente, no existe como tal, al menos como otros mercados de un peso demográfico similar al de nuestra comunidad lingüística, y es más que evidente que el fraccionamiento político, administrativo y legal sólo ha jugado en contra nuestra.

 

La frontera francoespañola, desde el año 1659 hasta ahora, ha hecho su función y la estructuración del Reino de España en comunidades autónomas ha reforzado y también acelerado el proceso interior divergente. Si a esto le añadimos el barcelonacentrismo, no se puede decir que los elementos hayan jugado mucho a favor de la idea, sino más bien al revés. Salvo en el terreno de la literatura y la música, el País Valenciano, las Islas Baleares y la parte de Cataluña emplazada al norte de la Albera, no existen para la mayoría de catalanes del Principado de Cataluña, sus partidos y sus instituciones, con todas las consecuencias negativas que ello conlleva.

 

Todo ello viene a cuento por la decisión de la CCMA de eliminar las corresponsalías de TV3 en el Ebro, los Pirineos-Andorra y Cataluña Norte. Creo que es una auténtica barbaridad y un desastre y no sólo un simple error, sobre todo si tenemos en cuenta el coste económico real que comportaba su mantenimiento, comparándolo con la generosidad con que se siguen premiando, vía subvención multimillonaria, iniciativas comunicativas privadas que poco tienen que ver con una cierta idea de país. Desgraciadamente, entre los sectores dirigentes del Principado, en casi todos los ámbitos no existe una visión nacional del territorio, no ya a nivel de Países Catalanes, sino del mismo espacio situado entre La Jonquera y Alcanar.

 

A menudo, parece a todos los efectos que Cataluña acaba en Sitges y que la Cataluña Nueva ya es otra cosa, particularmente las Tierras del Ebro, donde justo se acaba la autovía gratuita y la doble vía que debería hacer más fluido el tráfico ferroviario entre el norte y el sur del río Sénia. El Ebro, pues, queda demasiado lejos de Barcelona, como también es y se sienten en el Pirineo. Pero, en este caso, más allá de la realidad de las comarcas pirenaicas, está el Principado de Andorra, estado independiente y miembro de la ONU, con el catalán como única lengua oficial. ¿Por qué, si no, alguien decidió instalar allí, en su momento, la sede de la Fundación Instituto Ramon Llull, fuera de la legalidad española y francesa? Es de una miopía galopante no darse cuenta de la dimensión política de esta circunstancia, lo que no ocurre en España, donde durante décadas han mantenido con dinero público vuelos directos a las diferentes capitales latinoamericanas, a pesar de ser deficitarios.

 

Está además la Cataluña Norte, donde la Generalitat hace años que mantiene una delegación muy céntrica, un Perpinyà con calles bilingües y que se presenta como “Perpinyà, la catalana”, donde desde 1969 se celebra la Universitat Catalana de verano, con un Salses donde está la Puerta de los Países Catalanes, una Prada donde está enterrado Pompeu Fabra y un Portús donde reposa Rovira i Virgili, y Cotllioure y Banyuls y Argelers y Port-Vendres y Sallagosa, y Ceret y Cuixà, y paisajes emocionales que son carne de nuestra carne. Y Pere Codonyan, la voz y el rostro que había conseguido hacer familiar la Cataluña del Norte en el sur. Una nación es un relato y cuando se pierde una parte del relato, porque éste no se explica, se pierde una parte de la nación. La CCMA debe rectificar y sus consejeros deben reaccionar. Porque aspiramos a ser más que una realidad en el mapa del tiempo.

 

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