Un nuevo error de cálculo de Downing Street

En el Brexit, salir de la indefinición es una condena al fracaso. Theresa May ya no puede continuar intentando al mismo tiempo complacer al ala más eurófila de su partido, evitar el portazo de los ‘brexiters’ de línea dura y conseguir un trato a medida de sus socios europeos. El reloj va en su contra. Y el plan ‘Chequers’, su último intento serio -pero poco realista- de concretar el estatus especial que siempre ha soñado para el Reino Unido, ha quedado tocado de muerte. Era la última propuesta de Brexit imaginario, con controles a medias en la frontera entre las dos Irlandas y un mercado único a conveniencia: libre circulación para las mercancías pero no para las personas ni los servicios. No importa que la UE llevara un año y medio diciendo que el mercado único es un todo indivisible, que ni se corta ni se acepta a trozos. Los dos factores que más alimentan un posible escenario de no acuerdo continúan abiertos.

El canal de la Mancha es una distancia cada vez más insalvable. May fue a Salzburgo pensando que ganaría tiempo. ¿Qué le habían explicado los asesores que prepararon el terreno negociador antes de la cumbre? Ha sido un nuevo error de cálculo de Downing Street. Uno más de toda una larga serie que comienza mucho antes del referéndum del Brexit, cuando David Cameron pide renegociar el estatus del Reino Unido en la UE para acabar llevando al país a una votación envenenada con un final aún hoy por completo incierto.

Salzburgo es el último ejemplo del estado de negación con que la primera ministra intenta conciliar un acuerdo imposible. Por eso la UE optó ayer por no regalarle ninguna tregua, aunque el liderazgo de May, a pocos días del congreso del Partido Conservador que se hará en Birmingham, está más contestado que nunca, y que en Bruselas son conscientes de que las alternativas a la actual primera ministra podrían ser aún más nocivas para la negociación.

 

El peor escenario

La UE no quiere un no acuerdo. Una salida no pactada del Reino Unido es el peor escenario para las dos partes. Pero hasta ahora los Veintisiete han conseguido mantener un cierre de filas impensable en los primeros meses del choque postreferéndum. Ni el beso en la mano de un Viktor Orbán que pedía clemencia al inicio de la cumbre pudo salvar a May del golpe político que supone esta derrota momentánea antes de tener que hacer frente a sus propios compañeros de partido.

Salzburgo deja una primera ministra aún más tocada y Emmanuel Macron ha sido su instigador. Las dolorosas negociaciones del Brexit demuestran -como advertía el presidente francés- que “no es fácil salir de la Unión Europea”, deshacer la embrollada interdependencia comunitaria. Por eso también es casi imposible imaginar las consecuencias reales de una ruptura abrupta y desorganizada, por muchos planes de contingencia que los estados de la Unión ya estén diseñando.

Mientras tanto, las divisiones europeas se relativizan ante la vulnerabilidad de May. El momento de la verdad se aplaza un mes más en el calendario pero pronto la presión se extenderá por toda la Unión. Después de cerrar el acuerdo -si el momento llega- habrá que abrir el proceso de ratificación por parte del resto de gobiernos comunitarios y este podría ser otro drama anunciado, con el reloj desafiante entonces a las capitales europeas.

ARA