Un golpe de estado; cada día más evidente

La definición de golpe de estado incluye diversas variantes posibles. Una de ellas, un modelo, es lo que en ciencia política se llama ‘soft coup’. Hay un ‘golpe suave’ cuando un grupo de servidores del Estado consigue subvertir el control político y desencadena una operación para la que no está autorizado. Pero lo hacen sin decapitar el poder ‘de iure’, es decir, el presidente, el gobierno, el parlamento. Los golpistas simplemente los desprecian porque con las atribuciones que les da la ley, sólo pasando por alto la prohibición explícita de hacer política, pueden controlar y manipular la situación del país para obtener sus fines. Básicamente es eso que el abogado Ben Emerson nos ha explicado repetidamente que pasa en nuestro país, y que él asegura que deberíamos usar como causa justa para nuestra liberación.

En el Estado español hay una serie de estamentos que tienen prohibido hacer política, es decir, tomar partido. El rey. Los miembros de las fuerzas armadas. Los policías. Los jueces, fiscales y magistrados. En el caso del rey, es evidente. El artículo 56 de su constitución dice que ‘arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones’, lo que le obliga, por tanto, a no tomar nunca partido. ¿Qué tipo de árbitro sería, si no? En el caso de las fuerzas armadas hay que recordar que el artículo 70 de su constitución incluso les prohíbe presentarse a las elecciones, pues considera incompatible la tarea política con el hecho de ser miembros de las mismas. También el artículo 127 de su constitución dice que los jueces y magistrados, como los fiscales, mientras se mantengan en activo, no podrán desempeñar cargos públicos, ni pertenecer a partidos políticos. Y, en cuanto a los miembros de la policía, tanto la ley orgánica 2/86 como el código ético les prohíben escrupulosamente cualquier actividad política.

Habiendo repasado todo esto, observen, porque no es nada anecdótico, que son todos estos -el rey, las fuerzas armadas, la policía y los jueces- quienes conducen el ataque contra las instituciones catalanas. De una manera cada vez más visiblemente coordinada y superando y rebasando el poder electo. Es cierto que Rajoy lo incitó y lo permitió -en buena parte, creo, porque tenía un gobierno de altos funcionarios, de gente del ‘deep state’. Pero el caso es que Sánchez no lo desmonta. Ni un gesto. Ni un solo cambio. Quieto. En España parece claro que el ‘deep state’ manda y el poder ejecutivo obedece. Y como prueba, a mayor abundamiento, aquí tenéis los gravísimos mensajes que se ha sabido que se intercambiaban jueces y que demuestran hasta qué punto la justicia es de parte. Como es de parte la policía. Como el ejército. Como la corona. No es de todos, sino de una parte. Y peor aún: no de una parte, sino contra una parte. ¿Y qué demostración mejor podríamos tener que esto que pasa va más allá de los límites que una democracia puede admitir?

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