Tres culturas

En paralelo a los estudios institucionales de las democracias, que comparan por ejemplo los sistemas presidencialistas (Estados Unidos) con los sistemas parlamentarios (la mayoría de democracias europeas), la ciencia política del siglo XX puso de relieve la importancia de otros factores que inciden en la estabilidad y calidad de las democracias. Entre estos factores destaca la “cultura política” de los ciudadanos y de los principales actores (partidos, instituciones, organizaciones, etc.). Stuart Mill ya había insistido en el papel que juegan los valores y las actitudes colectivas en la práctica política. Posteriormente, Almond, Verba, Eckstein, Lijphart, Schmitter, etc., concretarían aspectos de este concepto difuso pero operativo de la cultura política vigente en cada democracia.

En el caso español encontramos al menos tres componentes.

1. Una cultura política autoritaria. No es ningún secreto el carácter precario del liberalismo y la democracia en la historia contemporánea española. Una historia triste. La visión jerárquica, afrancesada, del Estado -tanto de la derecha conservadora como de la izquierda jacobina- se refleja en las actitudes de ordeno y mando a menudo presentes en las instituciones y organizaciones políticas. Los índices de baja calidad de la democracia española, al margen de cuestiones institucionales como los déficits en la separación de poderes o la mala regulación del Estado autonómico, están relacionados con este componente cultural. “Se van a enterar” o “Les vamos a poner en su sitio” son expresiones habituales. El reciente serial del PSOE defenestrando a Pedro Sánchez y haciendo presidente a Mariano Rajoy, la implícita impunidad que muestran miembros del PP en los juicios de Gürtel y las tarjetas black o del PSOE en el caso de los ERE, o las prácticas y la actitud chula del ministro Fernández Díaz son ejemplos de esta cultura autoritaria.

2. Una cultura jurídica administrativista. Ante un problema estructural de carácter político, socioeconómico o cultural, no se plantea analizarlo bien y solucionarlo, sino que simplemente se remite a la legalidad vigente, a pesar de que se sepa que esta legalidad no solucionará el problema y que, incluso, constituye buena parte de este problema. La judicialización de la política es un corolario de esta cultura administrativista, lo refuerza el círculo vicioso entre las instituciones que hacen la ley y los tribunales que la interpretan, incluso socavando el principio de la separación de poderes y el estado de derecho.

3. Una cultura religiosa católica. Se trata de un componente que tiene en la obra de Max Weber un punto neurálgico de referencia. El catolicismo parece estar más inclinado que el protestantismo, por ejemplo, a eludir o menoscabar la responsabilidad individual en los comportamientos prácticos de los ciudadanos. Se trata de un enfoque que se refleja, entre otras cuestiones, en la frecuente frivolidad política y moral de los encausados en los juicios por corrupción. “La peor tragedia en toda la historia de la humanidad -mantiene Arthur C. Clarke- puede haber sido el secuestro de la moralidad por parte de la religión”.

Cataluña participa parcialmente de estos componentes culturales, especialmente los dos últimos. La cultura política autoritaria tiene más bien poco espacio dada la precariedad de unas instituciones políticas con poco poder real de decisión. La cultura jurídica administrativista, en cambio, sí que afecta al país, aunque con una intensidad menor que en el Estado. En este sentido, uno de los principales errores de los primeros años de la Generalitat actual fue optar por un modelo administrativo similar al español y no por un modelo más moderno, menos administrativista, como los vigentes en algunos estados europeos. Fue una oportunidad perdida.

La cultura católica tiene una presencia importante en Cataluña, a pesar de que creo que algunos valores y actitudes del protestantismo (responsabilidad individual, valoración del trabajo bien hecho, ahorro-inversión, más intolerancia ante la corrupción, etc.) resultan congruentes con determinados valores, actitudes y prácticas de la sociedad catalana. Pero, de hecho, la cultura política de raíz católica se encuentra presente en los partidos y organizaciones de Cataluña, tanto en los de derechas como en los de izquierdas.

“Habría que averiguar -decía Montaigne- quién es mejor sabio, no quién es más sabio”. Más allá de los factores vinculados a la política institucional, ser conscientes de los componentes culturales facilita pensar mejor la política, pensar más críticamente cuando analizamos sus posibilidades y límites y las estrategias de futuro.

ARA